Tus Penas, Madre, están escritas desde el origen de los tiempos en la conciencia de todos los hijos del mundo, en nombre del amor más grande que puede sentirse entre los hombres. De aquel que es incondicional y absoluto, del que supera incluso los más primarios instintos de supervivencia y protección de la propia vida, y del que se entrega sin reservas ni fisuras, solo amando, y haciéndolo sin condiciones como solo puede hacerse desde Tu corazón de Madre. Porque solo desde y con él han podido llorarse y soportarse todas las penas de este mundo, y sigues haciéndolo cada día como Tú lo haces en todos los rincones de la Tierra.
Tus Penas son las del dolor, la soledad y el desamparo, las del sufrimiento, el odio y la tristeza, las de la angustia, la enfermedad o la guerra… ¡Tantas son Tus Penas, Madre! Tú las sientes en el corazón de cada mujer y cada hombre, las sufres en el hogar, el hospital, el trabajo y la escuela, las lloras en la niñez y la ancianidad, en todos los tiempos y lugares… Las sientes en cada ser humano, en cada instante y condición, en todas las épocas de la Historia y ante todas las causas y problemas. Son también tuyas, Madre, tuyas, desde la más absoluta comprensión y acogida, desde Tu amor, infinito, permanente y total, hasta el fin.
Tus Penas, Madre, no se agotaron en la Calle de la Amargura o en Monte de la Calavera, porque las quisiste vivir con cada persona, en cada incomprensión y cada falta, en cada mirada y cada palabra, allí donde no somos capaces de respetar, de comprender, de tolerar, de compartir, o de amar sin límites como solo el fruto bendito de Tu vientre quiso hacerlo. ¿Son todavía más grandes, Madre, cuando parecen demostrarnos que seguimos sin ser capaces de sostener nuestro mundo con Sus palabras? ¿De construirlo solo según Su mensaje?
Tus Penas, Madre, siguen aquí, por nosotros, en las camas de los hospitales y en las sillas de las residencias; por las alegrías e inocencia borradas en las vidas de tantos niños que crecen rodeados de sentimientos de desamor y tristeza; y siguen cruzando las fronteras, caminando por los desiertos de la desesperanza, en todos los corazones que han dejado atrás sus familias y sus hogares para buscar un futuro mejor allá donde se encuentre, asidas al borde de una barca en un mar de oscuridad completa; siguen aquí, en las zanjas cavadas en las tierras del mundo en nombre de los imperios de la opresión y la miseria, en esos mismos que alimentan hambres, odios, dolores y quimeras…
Tus Penas son las del dolor, la soledad y el desamparo, las del sufrimiento, el odio y la tristeza, las de la angustia, la enfermedad o la guerra
Precisamente por eso, Madre, siempre encontraremos en Tus Penas el sentido absoluto de las nuestras, porque en nuestro corazón siempre estará la fortaleza y el amor que solo una madre puede dar a sus hijos y en Tus lágrimas todo el consuelo y la esperanza, transmitiéndonos también con ellas Tu alegría y confianza, y mostrándonos cada día de nuestras vidas, como sólo Tú puedes hacerlo, el rostro misericordioso de Dios.