Desde hace siglos viene esta adoración del Pueblo de Dios. Se han escrito muchas cosas en honor de María. Ella estaba al pie de la cruz y la contempla ahí, sufriente. La piedad cristiana ha acogido los siete dolores de la Virgen referidos a los sucesos de la vida, pasión y muerte de su hijo.
El primero, apenas cuarenta días después del nacimiento de Jesús; la profecía de Simeón (que habla de una espada que atravesará su corazón).” Simeón les bendijo y dijo a maría, su madre: “Este está para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción ¡ y a ti misma una espada te atravesará el alma! A fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. (Lc2, 34-35). En este dolor compartimos tus penas. Haz que seamos dignos hijos tuyos y aprendamos a imitar tus virtudes.
El segundo dolor, la huida a Egipto para salvar la vida del hijo. (Mateo 2,13-15) “Cuando ellos se retiraron, el ángel de Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle. El se levanto, tomo de noche al niño y a su madre, y se retiro a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes: para que se cumpliera lo dicho por el Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo”. (Mt 2,13-15). En este dolor te acompañamos. Que sepamos huir de las tentaciones del demonio.
El tercer dolor, aquellos tres días de angustia cuando el joven se quedó en el templo. “ Al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas… cuando le vieron quedaron sorprendidos y su madre le dijo: “ Hijo, ¿por qué nos ha hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando…” (Lc2, 46-48). En este dolor te acompañamos. Que los jóvenes no se pierdan por caminos malos.
El cuarto dolor, cuando nuestra Señora se encuentra con Jesús en el camino del calvario. “Vosotros que pasáis por camino, mirad, fijaos bien si hay dolor parecido…” (Lam 1,12). En este dolor te acompañamos. Que seamos humildes como Él y seamos servidores como nos enseño.
El quinto dolor de la Virgen es la muerte de Jesús; ver al hijo crucificado y desnudo, que muere. “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.” Luego dice el discípulo: “Ahí tienes a tu madre…” (Lc 19,25-27). En este dolor te acompañamos. No permitas que muramos en pecado y así podamos obtener frutos de la redención.
El sexto dolor, cuando bajan a Jesús de la Cruz muerto y ella lo toma entre sus manos, como lo había tomado entre sus manos más de treinta años en Belén. “Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo de los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió.” (Jn 19,38). En este dolor te acompañamos. Enséñanos a amar a Jesús como El nos amó.
El séptimo dolor es la sepultura de Jesús. Así la piedad cristiana recorre este camino de la Virgen que acompaña a Jesús. “… y, después de descolgarle, le envolvió en una sábana y le puso en un sepulcro escavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía.” (Lc 23, 53-54). En este dolor te acompañamos y concédenos la gracia particular que te pedimos.
Recemos estos siete dolores, para ver cómo la Madre de la Iglesia con tanto dolor sufre también por nosotros. La Virgen nunca pidió algo para sí, nunca, sí para los otros, pensemos en las Bodas de Caná, cuando va a hablar con Jesús.
En este mes de Mayo que dedicamos a la Virgen María, reflexionemos sobre los acontecimientos de estos últimos años, donde guerras y pandemia nos están azotando, pero María sigue sufriendo por todos nosotros, acogiéndonos siempre bajo su manto protector. Muchas madres ante tales circunstancias han quedado también viudas y desamparadas, teniendo que sufrir el exilio con tristezas y penas como así lo padeció María y viendo morir a sus únicos hijos.
María no pidió nada importante para ella, solamente aceptó el ser madre, acompañó a Jesús como discípula, porque el Evangelio hace ver que seguía a Jesús, con las amigas, mujeres piadosas, escuchándolo y siguiéndole hasta el Calvario.
María no pidió nada importante para ella, solamente aceptó el ser madre, acompañó a Jesús como discípula
Honrar a la Virgen es decir ella es mi madre, porque ella es madre. Este es el título que recibió de Jesús precisamente en el momento de la cruz. No le dio títulos de funcionalidad, sino de madre y después en los actos de los apóstoles, la hace ver como madre de los apóstoles en oración.
La Virgen ha recibido el Don de ser la madre de Él y acompañarnos a todos nosotros como madre y discípulo. Como madre debemos buscarla y rezarle a ella, en la Iglesia. En la maternidad de la Virgen vemos la maternidad de la Iglesia que recibe a todos por igual.
Haremos bien detenernos un poco y pensar en los dolores de la Virgen y cómo los ha llevado, con fuerza, con llanto, no era un llanto falso, era el dolor de su corazón abatido. En el momento del traslado al Sepulcro María se convierte en Virgen de las Penas acompañando a su hijo Jesús, el Cristo de la Caridad hacia la tumba donde fue sepultado. Llena de esperanza y confiada en su fe espero junto a la puerta del Sepulcro la Resurrección de su hijo, sirviendo para ella este misterio alegría y esperanza para todos nuestros hermanos que más lo necesitan. Gracias por haber aceptado el ser madre cuando el Ángel te lo dijo, gracias, por ser madre cuando Jesús te lo ha dicho.