Atrás quedó, como un bendito sueño, nuestro último Lunes Santo. Un nuevo círculo de amor volvió a cerrarse bajo nuestras túnicas, en la tarde indescriptible de encuentros, emociones, silencios y oraciones.
Transcurren los años, y aferrado a mi cruz, este penitente camina cada estación de penitencia siguiendo a nuestro Misterio. Y en las muescas del tiempo, con el paso de las décadas, cada vez estás más cerca, Madre.
Tu manto se ancla en mi mirada a través de los ojos del antifaz, en los destellos de luz cegadora de las primeras horas, y en la tenue luminaria de los faroles que encienden, suavemente, nuestra noche de regreso.
En cada vuelta del paso quiero intuir tu perfil dolorido, esas benditas manos abiertas que abrazan el aire de la tarde de Sevilla, perfumada de incienso, que acaricia el cuerpo sin vida de tu Hijo.
Esas horas, de caminar tras de Ti, son el culmen de tantos diálogos a solas, durante el año, en las naves de San Andrés. Y Tú, siempre cerca del Señor, siempre cerca de nosotros.
¿Por qué te sentimos cada vez más cerca? Siempre has preferido ser ese aroma sutil de la Fe, en el diálogo humilde y dolorido que imaginamos con Santa Marta, en el ultimo plano del paso de Misterio. Todas las miradas en Él, y Tú a su lado, rota de dolor, pero con la inquebrantable firmeza de la Madre de Dios.
En los bancos de la capilla, cualquier día, giramos un poco la vista buscando tus ojos. Mirada traspasada que nos encuentra, y ya el tiempo se acompasa al corazón.
Basta mirarte, cara a cara, como no puedo verte el Lunes Santo, para que empecemos a compartir nuestras Penas. Las de tu nombre, forjado en las lágrimas que se derraman por nosotros, y las nuestras, de la dura carga cotidiana de los avatares de la vida.
La mas hermosa de las contradicciones surge cuando estamos cerca de ti, tanto en la tarde de cruz, cera e incienso, como en el silencio de los tiempos en el templo. ¿Es posible encontrar alegría en tantas Penas? Y también Tú eres la respuesta. La alegría del corazón de tus hijos, desde las Penas de una Madre.
La mas hermosa de las contradicciones surge cuando estamos cerca de ti, tanto en la tarde de cruz, cera e incienso, como en el silencio de los tiempos en el templo
Porque siempre estás, sin ostentación, sin estridencias. Discretamente, pero de modo imprescindible. Cuantas penas en ese alma de Madre del Redentor, y cuantas penas quedan depositadas en tus manos cada día, cuando acudimos a Ti, con la certeza de dejar en tu refugio todos los desconsuelos de nuestra zozobra. Y cada vez, como al pie de la Cruz, eres, sin descanso, Madre de todos y cada uno de los que te encontramos.
Y justo en ese instante, mientras desahogamos el espíritu afligido, cuando percibimos que tu advocación es la de todos, cuando nos hacemos parte de cada lagrima, cuando el corazón se vuelca entre tus manos, es el momento en que comprendemos el motivo por el que cada día estamos más cerca de Ti.
Y no es otro que la voluntad del Maestro, Caridad entera y Esperanza cierta de Dios, de señalar en su inconmensurable gesto, la línea a seguir, el ejemplo de Fe, la muestra de un compromiso inquebrantable con el Altísimo.
Su mano tendida nos entrega bellamente a su Madre, y llegamos a Ti, Señora de las Penas, para quedarnos. Prendados de la dulzura humilde de un rostro que cuenta historias de amor eterno.
Y ya solo nos queda caminar, sin miedo. Y así quiero hacerlo, cada día, cada Lunes Santo con la cruz sobre el hombro, para seguir sintiéndote, en el empeño de ser mejores de palabra y de obra. Para seguir estando, infinitamente, más cerca de Ti.
N. H. D. Ricardo José Calvo León