Para un cristiano, la Virgen María es su madre eterna. Cuando a un creyente le falta su madre, incluso la madre de su madre, desde hace demasiado tiempo, su única referencia materna es la Amantísima Virgen, y en mi caso Ntra. Sra. de las Penas. Y cuando tienes hijos, les inculcas el amor a Ntra. Virgen, en cualquiera de sus advocaciones, como faro y guía de nuestra fe, ruegos y esperanzas.
Así lo hicimos en nuestro caso, y no forzando o imponiendo, sino de la forma más natural posible, rezando. Rezando desde que nuestras hijas compartían cuna en su cuarto. En lugar de contar un cuento, o cantar una nana, las dormíamos rezando. Cada noche, después de abrazarlas y besarlas, le rezábamos a la Virgen. Esa época, en la cual el trabajo y el cuidado de nuestras hijas nos ocupaba todo el tiempo, sin poder ir a San Andrés, Santa María o El Rocío todo lo que hubiéramos deseado, ese momento de oración en el dormitorio de mis pequeñas era el oasis en el que nos refugiábamos con ellas y nuestra Virgen María. Siempre, todas las noches tres salves, una en latín, dedicada a Ntra. Sra. de la Penas; otra en castellano, dedicada a Ntra. Sra. de las Lágrimas; y la salve de nuestra hermandad del Rocio, como no, dedicada a la Pastora de Almonte.
Nuestras tres hermandades, nuestras tres intimas advocaciones de la Virgen María.
En su inocencia, fruto de su corta edad, mis hijas sabían que esas oraciones, cantadas, significaban que el día, lleno de ajetreos y juegos de infancia, lleno de estímulos y enseñanzas, lleno de cariño y amor por parte de su profesora, sus padres, su familia, el día llegaba a su fin para pasar al tan necesario descanso. Aunque ellas nunca quisieran pasar a ese periodo nocturno de sueño y mesura, siempre sabían que el rezo de esas tres salves facilitaría que la mañana siguiente fuera un nuevo día de ilusión y vida.
Durante la noche, la Santísima Virgen María, cuidaría de ellas y ellas, sin aún saberlo, comenzaban a rezarle a la Virgen con cariño y amor, y su vida estaría siempre en las mejores manos, las de la Madre que todo lo entregó por su hijo.
Poco a poco fuimos, y seguimos en la actualidad, inculcándoles que los sinsabores y disgustos, las adversidades y pérdidas, los sufrimientos e incomprensiones, todo ello forma parte del valle de lágrimas que debemos soportar, tal como Ntra. Virgen de las Penas sufrió en diferentes situaciones, sobre todo en la vía dolorosa del camino de su Hijo hacia la Cruz. Y que, en cada situación difícil, nuestra Virgen de las Penas será el asidero donde agarrarse para sobrellevarla como Ella soporto su pérdida, con la Esperanza de la Resurrección.
Gracias a la Virgen, nuestras hijas empaparon su alma de su gracia.
N. H. D. Manuel T. Elena Martín
Mayordomo segundo