—¡Alégrate —dijo el Arcángel Gabriel—, llena de gracia, el Señor está contigo!
Un saludo así no podía más que dejar entrever la perfección de aquella persona elegida por Dios para ser la Madre de Su Hijo, nuestro Redentor, dotada de grandes cualidades y de todas las virtudes.
No existe María sin la madre, ni una madre sin María. No puede haber dicotomía en dos palabras que están llamadas a fusionarse para formar parte de un todo con una paralela liberación de ingente cantidad de amor.
María es el amor misericordioso de una madre que llena nuestro corazón a diario desde que formamos parte de su vientre.
Hoy, veinticuatro de mayo, María es el auxilio de los cristianos.
Como casi dijo el poeta: mis recuerdos son de un patio de Triana rodeado de azulejos de Mensaque, donde fui conociendo la grandeza de María en cada mañana cuando le rezaba, con la mochila en la espalda. Ahora veo a mis hijos en ese mismo patio y te doy las gracias por acompañarles cada día.
Ella lo ha hecho todo, como decía don Bosco, quien no concebía una escuela salesiana sin un teatro, una iglesia y un patio.
Hoy, como en cada veinticuatro de mayo, rodeo el semicírculo de tu patio trianero leyendo toda una catequesis pintada en cada uno de esos mensajes que me lanzan tus azulejos desde pequeño. Pero hoy me quedo mirando fijamente esas ocho palabras que sobresalen en el tramo recto que une la iglesia y el teatro. Entre ellas están las cuatro virtudes cardinales: templanza, fortaleza, justicia y prudencia. Le siguen las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Y, por último, la pureza.
Mis recuerdos también son de una parroquia de San Andrés con azulejos hasta mi coronilla donde, entre la pureza de dos Inmaculadas, una Virgen de las Penas tenía que exiliarse porque literalmente el techo se caía en pedazos. Como el corazón de una madre en el Monte Calvario, quien desconsolada veía la vida de su hijo desvaneciéndose entre la agonía y un último suspiro. Una última expiración para expiar los pecados del mundo en el mayor gesto de caridad por la humanidad.
La caridad de María es generosa y servicial, como Marta, y nos conduce a Jesús reflejado en ese espejo de justicia que nos revela a Dios Padre en cada uno de nuestros hermanos, hijos de una misma Madre.
La caridad de María es generosa y servicial, como Marta
María es la madre que nos acompaña en esos momentos cuando el mundo que nos rodea parece derrumbarse sin una esperanza que nos lleve al optimismo.
María es nuestra esperanza en medio de las incertidumbres diarias que nos pide, como hizo Ella, que confiemos en Dios, porque, ante toda prueba o dificultad que se nos presente, nuestra fe debe permanecer firme como roca sólida y estable.
María es fe, cultivada como una planta en el interior de su corazón y guardada con sumo cuidado cada uno de sus días, durante toda la vida desde el día de la Anunciación, cuando visitada por el Arcángel le dijo: «alégrate» (Lc 1:28).
María es la alegría expresada en la oración del Magnificat que se reza en distintos idiomas en los azulejos de las paredes de la iglesia de la Visitación en Ain Karen, a pocos kilómetros de Jerusalén. Azulejos que lenguas dispares proclaman la grandeza del Señor: «se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava».
La templanza proviene de la palabra fortaleza que, etimológicamente, significa “aquel que es capaz de sostenerse a sí mismo”. Y yo me pregunto, ¿quién sostuvo tu mano mientras llorabas desconsolada sobre esa roca blanquecina del Gólgota? Y dijo Él: «¡Mujer, he ahí a tu hijo!» (Jn 19:26).
Ayúdanos a caminar con prudencia agarrados de tu mano, María. Enséñanos a decir «Sí» sin miramientos ni condiciones, como lo hiciste sin dudarlo un solo instante en Nazaret.
María es consolación en nuestras penas y compañía en nuestras alegrías.
Mis recuerdos son de dos vírgenes con semblante distinto: una en pie caminando con lágrimas por la pena de ver a su hijo trasladado al Sepulcro y otra sentada con la alegría de ver al Niño de pie en sus rodillas.
Hoy, veinticuatro de mayo, me quedo con tu rostro de júbilo.
María, Auxilio de los Cristianos. Ruega por nosotros.
N. H. D. Julio Vera García
Diputado Mayor de Gobierno