Contemplar a Santa María, la Virgen Madre de Dios, desde este tiempo pascual, es contemplar el rostro que resplandece radiante de una Madre, que dejó atrás el sufrimiento y las penas de ver a su Hijo muerto en una cruz y depositado en el sepulcro, sólo con la compañía de un grupo pequeño de incondicionales, que no lo dejaron solo, y que tras el acontecimiento de la Resurrección, es María la que irradia la grandiosidad de una vida que le desborda el corazón, sabiendo que siempre estuvo en las manos de Dios, y de las cuales nunca se cayó.
María, ha transformado sus lágrimas de tristezas y Penas, en una sonrisa que trasluce amor incondicional por ver a sus hijos acogidos al pie de la Cruz, amando y siguiendo a quien Ella dio a luz, desde sus entrañas purísimas. Probablemente, como los discípulos de Emaús, nosotros estamos andando los caminos de nuestra vida de creyentes; y muchas veces, no lo reconocemos en el caminar a nuestro lado, porque vamos a lo nuestro, hablando solo de nuestras cosas, preocupados de lo que nos embota la mente, y dejando tantas veces al Maestro fuera de nuestra necesidad vital de tenerle para poder y saber vivir; y ahí de nuevo nos recordará nuestra Madre, aquellas palabras de las bodas en Canaán, “haced lo que Él os diga”.
María es nuestra Madre, siempre atenta a nuestras necesidades, como Marta con Jesús
Ella sigue acompañándonos en nuestro caminar de un mes, en la que la tenemos más presente que nunca, el mes por excelencia dedicado a la Santísima Virgen; y por lo tanto, Ella también debería acoger en su corazón, una profunda y sincera adhesión nuestra, de fe al Maestro, que cuando pasa por las manos de la Madre, siempre nos conduce a llenarnos de la suave caricia de una mirada de amor y cariño profundo, que parte de los ojos del corazón de la Virgen, que nos sostiene y nos alienta.
José Francisco García Gutiérrez, Pbro.
María es nuestra Madre, siempre atenta a nuestras necesidades, como Marta con Jesús, que nos enseña a ser fieles en nuestra vocación de servicio a los demás por exigencia de nuestra fe; que nos invita a ser acogedores especialmente con quienes necesitan que compartamos nuestros dones y gracias dados por Dios, y que nos enriquecen doblemente cuando lo ponemos al servicio de los demás; María nos pide que seamos paño de lágrimas y consuelo de los que sufren, y de nuestra mano puedan encontrar motivos de esperanza para seguir viviendo y para darles un sentido a sus vidas.
Siempre deberíamos de darle gracias a Dios, por habernos dado a María como Madre y Modelo, porque sabemos que cuando caminamos con Ella y a través de Ella, siempre llegamos a Cristo, llenos de la plena felicidad que anhelamos en lo más profundo de nuestro ser, nuestro corazón y nuestra vida.
José Francisco García Gutiérrez, Pbro.Párroco de Santa María de las Nieves de Olivares