Las penas de María

Javier de Lara Domínguez, Pbro.
10 de mayo de 2021

¿Qué es eso de las penas de María? ¿Por qué Nuestra Señora de las Penas? ¿De qué penas hablamos? Tenemos la buena costumbre -sé sobradamente que es habitual entre nosotros- de poner en manos de María, de nuestra Madre, todas nuestras penas. Es decir, a Ella solemos acudir cuando tenemos algún problema, cuando surgen en nuestros días alguna contradicción o cuando algo nos inquieta. Y en ellas, en sus santas manos, va aquello que nos perturba, que nos preocupa, que nos hace vacilar. En cambio, la Virgen a la que los hermanos de Santa Marta rinden culto, bajo la advocación de Nuestra Señora de las Penas, no hace referencia -creo- a las penas que Ella siempre acoge de sus hijos generosamente en su regazo maternal, sino que su nombre alude a sus propias penas. ¿Por qué no somos, desde hoy, un poco más generosos y pensamos más en Ella? Las penas a las que hace referencia el título de Nuestra Señora, son las penas que hacen padecer a María, las que hacen sufrir a María, a las que la mantienen con el rosto desconsolado. No me equivoco si digo que en multitud de ocasiones solamente nos preocupamos de dejar caer sobre sus manos nuestras penas, pero seguramente no nos hayamos preguntado cuáles son las suyas. ¿De qué penas hablamos? ¿Por qué sufre desconsolada María? ¿Qué es lo que le hace sufrir, qué es lo qué le hace continuar llorando, que es lo que inquieta su corazón?

Te propongo que te preguntes qué es lo que mantiene triste hoy a nuestra Madre. ¿Sabes cuáles son los motivos y las causas de sus penas hoy?

Se me ocurre que podemos intentar recurrir, como hacemos habitualmente, a la historia, y pensar a qué se debe su rostro entristecido. ¿Solamente se debe al sufrimiento de su Hijo, solamente a la sangre derramada por el Cristo de la Caridad? No sé. Te propongo que te preguntes qué es lo que mantiene triste hoy a nuestra Madre. ¿Sabes cuáles son los motivos y las causas de sus penas hoy?

Un paso más. ¿Qué crees que pasaría si María observase y contemplara hoy nuestra vida -tu vida-, nuestros pensamientos, nuestros actos y nuestros sentimientos? ¿Tendría ahora, hoy, la Virgen motivos para mantenerse triste? ¿Le damos motivos a la Virgen para que siga apenada? Examínate.

El escape de la mentira ante la posibilidad de caminar en la verdad.
La comodidad de la crítica ante la decisión valiente del silencio.
El desenfreno de los excesos ante la belleza de la prudencia.
La tentación constante del individualismo ante la fuerza de la generosidad.
La facilidad de la soberbia ante la grandeza de saberse pequeño.
El bienestar de querer tenerlo todo ante la oportunidad del desprendimiento.

Y otra muchas más, de andar por casa.

Quizás pueda mantenerla apenada nuestra indiferencia ante los sufrimientos del mundo, nuestro pasotismo ante el mal de la enfermedad, de la pobreza y de la marginación. Quizás hoy está triste porque sabe que tú y yo no nos acordamos lo suficiente de Ella, que no acudimos a Ella, como cualquier madre del mundo quisiera.

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Javier de Lara Domínguez, Pbro.
Párroco de la Purísima Concepción de El Garrobo

No me extrañaría que sus penas sean cada día comprobar nuestra apatía, nuestra poca cosa, nuestro poco interés en la oración, en el trato con el Amor de los Amores, nuestra dejadez en la formación. Quizás nuestra tibieza sea el motivo de su mayor pena.

Está en nuestra manos -en las tuyas-, no en las suyas, conseguir reducir, aliviar, las penas que compungen a la Virgen. Vamos a intentarlo. Te propongo que empieces hoy un camino, un camino que solamente podemos recorrer si ponemos nuestro corazón, en el de su Hijo; pidiéndole a Él, que nos ayude a ser reflejo suyo en la Caridad. Pidiéndole que, en medio de este mundo, que necesita con urgencia el Amor, seamos fulgor y destello de la Caridad. Propongámonos pues, en este mes de mayo, que cada día nos acostemos -con las tres AveMaría- sabiendo que la Virgen ese día resta una pena, de las tantas que le afligen, al ser testigo de una vida más coherente, más desprendida, más orante, más atenta y más santa por parte de un hijo suyo -de la tuya-. Amén.

Javier de Lara Domínguez, Pbro.

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