Tres besos al Santísimo Cristo de la Caridad. Homilía de nuestro Director Espiritual en la Misa de traslado al paso

22 de marzo de 2013

En la misa del Jueves de Pasión, 21 de marzo, nuestro Párroco y Director Espiritual pronunció una emotiva e intensa homilía para acercarnos con intensidad a nuestro Santísimo Cristo de la Caridad.

La Santa Misa, presidida por el Párroco de San Andrés y Director Espiritual, D. Manuel Campillo Roldán, fue concelebrada por otros cinco sacerdotes, algunos hermanos, y contó con una masiva afluencia de hermanos y devotos. En el ofertorio prestaron el Juramento de las Reglas los hermanos que en el presente año cumplen los catorce de edad. Tras la comunión el Hermano Mayor entregó un recuerdo de la Hermandad a N.H. Rvdo. Sr. D. Jesús González Cruz, Pbro., ordenado sacerdote el pasado mes de septiembre, en su primera celebración como tal el San Andrés. A la finalización de la Misa, se procedió como de costumbre a trasladar procesionalmente al paso la imagen del Santísimo Cristo de la Caridad.

La homilía de Don Manuel Campillo fue un hermoso acercamiento a la imagen del Santísimo Cristo de la Caridad, a su cuerpo lacerado y martirizado y cómo de esta contemplación, en vísperas un año más de la Pasión, nos lleva a identificarnos cada vez más con los sentimientos de Cristo. Nuestro Párroco y Director Espiritual lanzó tres besos de amor al Santísimo Cristo de la Caridad, “con admiración y con asombro”, con las hermosas palabras que reproducimos a continuación, que resonaron en el silencio que llenaba las abarrotadas naves de la Parroquia de San Andrés.

Homilía en la Misa del Traslado al paso del Santísimo Cristo de la Caridad

Parroquia de San Andrés, Sevilla. 21 marzo 2013

  1. Dentro de unos días vamos a celebrar la Semana Santa. Vamos a celebrar los misterios de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección de Cristo. Y después de la Misa vamos a realizar el traslado del Cristo de la Caridad a su paso. Traslado que nos recuerda su traslado, después de muerto, al sepulcro. Nos lo dice el evangelista San Mateo con estas palabras: «Al atardecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José… lo tomó, lo envolvió en una sábana de lino limpia, y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había excavado en la roca; después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro y se marchó» Ya conocemos la historia que, de una u otra manera, nos narran los evangelios sobre la Resurrección de Cristo.
  2. Hoy, reunidos como estamos celebrando la Eucaristía, cumpliendo el mandato del Señor: «Haced esto en memoria mía», sentimos la presencia de Dios en medio de nosotros y nos ayuda no sólo la presencia real, dentro de breves momentos, sino también la contemplación de la imagen del Cristo de la Caridad, que nos recuerda el cuarto canto del Siervo de Yahveh del profeta Isaías: desfigurado, deshumanizado, despreciado, evitado, leproso, humillado, triturado, ante el que se vuelve el rostro con asombro. Y nos dice el profeta: «sus cicatrices nos curaron». En sus llagas estaban las nuestras, en sus heridas, nuestros pecados.
  3. Cristo no vino a quitar el dolor o a dar explicaciones sobre el sufrimiento, vino a cargar con el dolor y a asumir nuestros sufrimientos. Y sufriendo con él, se combate y se explica mejor el sufrimiento, porque sufriendo Cristo, el sufrimiento es fuente de salvación.
  4. No hace falta explicar, sino mirar, contemplar nuestro Cristo de la Caridad. Mirar de tal forma que te lo aprendes de memoria, como San Francisco de Asís. Contemplar de tal forma que los tengas entrañado, cuando se traslade a su paso. Contemplar de tal forma que llegues a una verdadera comunión en sus padecimientos, como nos recuerda San Pablo en su Carta a los Filipenses, de manera que lleves en ti su muerte, que te sientas crucificado con Cristo, como nos recuerda el Apóstol en su carta a los Gálatas: «El mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo. Que nadie me moleste, pues llevo en mi cuerpo las señales de Jesús» (Gal 6, 14, 17).
  5. Fíjate en sus manos, manos gastadas de tanto servir, de tanto ayudar, de tanto compartir. Ahora ya no tiene más que darnos sino su sangre y su dolor: “¿Y esas heridas que hay entre tus manos?” Responderá: «las he recibido en casa de mis amigos» (Za 13,6)
  6. Fíjate en su rostro ensangrentado, el más bello de los hijos de los hombres, en el cual resplandece la gloria de Dios (cfr. 2ª  Cor 4,6) Ahora es un rostro deformado, por los golpes, la sangre, los escupitajos… Ahora no se aguanta la mirada. Pero él nos devuelve toda la belleza humana.
  7. Fíjate en su cuerpo, roto por los azotes y por la carga de nuestros pecados. Es el Cordero que se inmola y se ofrece por nosotros. Por cada una de sus heridas nos llega la salvación, cada gramo de dolor se convierte en kilos de bendición.
  8. Fíjate en sus pies, fijos por el clavo inhumano. Los pies que tantos caminos recorrieron en busca del hombre herido o el hombre perdido.
  9. Fíjate en su costado, en las heridas más significativas. Estaba anunciado: «Mirarán al que traspasaron» (Za 12,10). Es una herida que nos permite penetrar en el corazón, “Dentro de tus llagas escóndeme”.
  10. Después de contemplarlo, la Iglesia te invita a adorarlo. Míralo, no con rutina, sino con santo temor, con admiración y con asombro. Y cuando pase delante de ti en su traslado al paso, envíale tres besos:
    • en los pies clavados, besos de arrepentimiento, como hacía la pecadora. Eran besos bañados en lágrimas, que servían para lavar esos pies benditos. También por tus pecados sigue muriendo Jesús. En este beso le pides perdón por tus olvidos, por tus dejaciones, por tus orgullos y egoísmos. Piensa lo que haces sufrir a los demás.
    • En las manos heridas, besos de agradecimiento, como hacían las hermanas de Lázaro ¿No eres consciente de todo lo que debes a Jesús? Con él siempre estarás en deuda. ¿No llevas cuenta de todo lo que te perdona? ¿No aprecias que te siga llamando amigo?
    • En el corazón, el beso de la amistad y del amor, el beso enamorado como los de Magdalena y los de María, la que ungió con nardo a Jesús.

Después que Cristo fue enterrado hubo silencio. El gran silencio, porque la Palabra había sido sepultada. Y María, y en este caso, bajo la advocación de las Penas, está sola. Nos acercamos a Ella con respeto y nada le vamos a decir. Queremos simplemente estar y compartir. Si el grano de trigo no muere… El Sábado Santo es el gran día de la esperanza. Jesús fue sepultado, pero él había dicho que resucitaría y Cristo asciende victorioso del abismo, Y Él nos ha abierto el camino.

En la Eucaristía celebramos todo esto…

Manuel Campillo Roldán, Pbro.

Párroco de San Andrés
Director Espiritual de la Hermandad de Santa Marta