Traslada a Cristo a quien más lo necesita

Cada día damos gracias a Dios por tener fe. Fe para no dudar de Dios, fe para no perder la esperanza, fe para encontrar en Dios la alegría pese a la adversidad.

Nos vamos acercando a la Semana Santa después de vivir una cuaresma difícil para nuestra sociedad, para nuestra comunidad y por tanto, para nuestra Hermandad. No es fácil ser Hermandad sin vivir en comunidad, sin el contacto con los hermanos, sin la oración ante nuestros Titulares, sin el culto semanal.

Gracias a los medios que los tiempos nos conceden, podemos mantener cierto contacto con los hermanos, preocuparnos por ellos, hablar con ellos. Pero ser Hermandad es algo más. Es rezar juntos, es vernos ante la mirada de Santa Marta, ser hermano es contemplar juntos el misterio de Cristo muerto y oír su Palabra en el culto.

Queremos tener un especial recuerdo para nuestros hermanos más jóvenes y fieles que hoy iban a jurar las Reglas en un acto entrañable para todos.

Pero ser hermano de Santa Marta es también aceptar su voluntad aunque esta nos prive de vivir los momentos más esperados.

Y es que ya ha llegado el jueves de pasión. Jueves del Traslado al paso del Santísimo Cristo de la Caridad.

Es un día feliz. Cada celebración donde jura, aunque solo fuere un nuevo hermano, es motivo de gozo para nuestra Hermandad. Es un nuevo miembro de la Iglesia que entiende que, desde la vida que ofrece nuestra Hermandad, puede vivir su fe. Queremos tener un especial recuerdo para nuestros hermanos más jóvenes y fieles que hoy iban a jurar las Reglas en un acto entrañable para todos.

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Foto: Rafael Romero

Y es a la finalización de la Sagrada Eucaristía cuando Cristo muerto será trasladado al paso. José de Arimatea y Nicodemo esperan, los priostes, también.

Y sobre una amplia escalinata, un grupo de personas depositarán la Bendita imagen del Cristo de la Caridad, ante la mirada absorta de cuantos se han congregado en San Andrés.

Pero este jueves también podemos trasladar a Cristo. Podemos llevarlo a aquel hermano que espera esa llamada desde que enfermó. Podemos trasladar a Cristo con nuestra oración a esas personas que necesitan de nuestro auxilio. Podemos trasladar al Cristo de la Caridad a quien no fue agraciado con el don de la fe.

Podemos trasladar al Cristo de la Caridad a quien más lo necesita

Por todo esto, pidamos con fe, por ese hermano que conoces y que tiene nombre y apellido, y que sufre, que vive angustiado por la incertidumbre de la enfermedad adquirida. Por sus familiares que no pueden auxiliarlos. Por los sanitarios que, abatidos y cansados, ayudan a cada persona con una vocación de servicio admirable.

Si en circunstancias normales hay un sector de la población que vive en una pobreza preocupante, cuanto más si la coyuntura es tan adversa para todos. Pidamos para que nuestra sociedad sea solidaria y muy generosa con quienes peor lo están pasando. Y peor lo van a pasar…

Del evangelio según San Lucas  (Lc 23, 50-56):

Había un hombre llamado José, natural de Arimatea, ciudad de Judea. Pertenecía al Consejo, era justo y honrado y no había consentido en la decisión de los otros ni en su ejecución, y esperaba el reino de Dios. Acudió a Pilato y le pidió el cadáver de Jesús. Lo descolgó, lo envolvió en una sábana y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca, en el que todavía no habían enterrado a nadie. Era el día de la preparación y estaba al caer el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás para observar el sepulcro y cómo habían colocado el cadáver. Se volvieron, prepararon aromas y ungüentos, y el sábado guardaron el descanso de precepto.
Palabra de Dios.
                   ORACIÓN 

En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
Amén.