Tiempo de María

Francisco José López Martínez, Pbro.
12 de mayo de 2021

Otra vez mayo. Otra vez las fragancias, el calor y las tardes interminables. Otra vez la luz, los jardines y el blanco pascual en los niños. Otra vez los campos dorados de trigo, las aceras azules de jacarandas y las iglesias brillando de coronas y cetros de glorias. Otra vez mayo, y la belleza de la creación explotando en nuestros sentidos. Es por eso que este mes lo consagramos a la criatura más bella, a la única flor del mundo cuyo fruto nos trajo la Salvación. Por eso mayo es el mes de María.

De manera cíclica todos los años volvemos a vivir el mes de mayo. Nos vienen a la memoria otras primaveras, otros olores, otros colores. Pero cada mayo es diferente. El tiempo traspasa nuestra memoria y de repente contemplamos su paso inexorable. Somos tiempo: tiempo recordado, tiempo vivido y tiempo esperado.

María, flor de las flores, por haber dado como fruto a Jesús, ha sido coronada por su Hijo como Reina y Señora de todo lo creado. Es la reina del universo; del espacio y del tiempo. Sobre todo, del tiempo.

María tiene un mes, mayo; María tiene un día, el sábado; María tiene una hora, el ángelus. María es la mujer del presente, del pasado y del futuro; por eso María es a la que invocamos aquellos que en este valle de lágrimas nos sentimos apesadumbrados por el pasado, angustiados por el futuro y agobiados por el presente.

María tiene un mes, mayo; María tiene un día, el sábado; María tiene una hora, el ángelus. María es la mujer del presente, del pasado y del futuro.

María es mujer del pasado porque es hija de un pasado, de una historia colectiva de la que ella es cima y cumbre. Ella misma es fruto del árbol de la humanidad que hunde sus raíces en la noche de los tiempos. María es hija de la estirpe escogida y cuidadosamente seleccionada por Dios para su proyecto. María es el producto de toda una historia guiada por Dios. Detrás de María está el pasado de Israel como pueblo escogido, guiado y educado por Dios. Toda la humildad, la sencillez y la obediencia de la Virgen han sido trabajadas por Dios durante generaciones a lo largo de la historia de su Pueblo. María es la flor que Dios lleva siglos buscando. María es el huerto que lleva generaciones cuidando. María es el último eslabón de la cadena, el engarce del que colgará la perla preciosa. María es la excelsa hija de Sión, el orgullo de la raza humana. Todo el pasado confluye en María, y María es la puerta por donde Cristo entra en nuestra historia.

Pero María es mujer también del presente, mujer del ahora, mujer de la acción. María no es una figura pasiva del plan de Dios, no es una mujer florero, no es alguien que simplemente ha heredado un lugar en la historia. María es la colaboradora, la cooperadora necesaria y fundamental de la actividad salvífica de su Hijo. María colabora con Dios siendo su madre, porque Dios quiso contar con una madre para encarnarse. Pero la cooperación de la Virgen no queda ahí. A ese Dios humano que tuvo en su vientre, que amantó, que acunó y que lo vio crecer, lo acompañó hasta el Calvario. Allí el Hijo de Dios sufrió espantosamente hasta morir, y María murió también con él en su corazón. Cristo murió en la cruz, pero a María una espada le atravesó el alma, quedando para siempre asociada a la pasión de su Hijo. Y allí estuvo, llena de Penas, viendo como a su Hijo muerto lo conducían al sepulcro, diciéndole al Señor como aquel día treinta y tres años atrás: «aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.»

Pero nosotros sabemos que la historia no quedó ahí. María triunfó con la resurrección de su hijo. En el Calvario, Cristo nos concedió misericordiosamente a la Virgen como madre amantísima. Una madre que cuida desde entonces con amor fraterno a los hermanos de su Hijo que se hallan en peligros y ansiedad, para que, rotas las cadenas de toda opresión, alcancen la plena libertad de los Hijos de Dios. María no es solo hija del pasado de Israel. María es mujer del presente, que actúa en el presente, que es abogada nuestra, que es celestial patrona, que es salud de los enfermos, consoladora de los afligidos, refugio de los pecadores, auxilio de los cristianos, consuelo de todas nuestras Penas.

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Francisco José López Martínez, Pbro.

Pero María, sobre todo, es mujer del futuro, mujer del porvenir, mujer de la esperanza. Ella es el futuro que nos aguarda, ella está ya en el futuro que nos aguarda, y porque está ya allí, es para nosotros motivo de alegría, de consuelo y de fortaleza. Para nosotros, los cristianos, el mirar hacia adelante se llama esperanza, y al futuro lo llamamos vida eterna. Ese es el sentido de nuestra vida, esa es nuestra esperanza. Y la garantía de que esa esperanza se cumple es María. Porque durante su vida aquí en la tierra alimentó constantemente la virtud de la esperanza: confió plenamente en el Señor. Concibió creyendo y alimentó esperando al Hijo del Hombre, anunciado por los profetas. María es nuestra esperanza porque, habiendo subido al cielo en cuerpo y alma, se ha convertido en esperanza de los creyentes; ella ayuda a los que desesperan y es aliento, consuelo y fortaleza de los que acuden a ella. María es nuestra esperanza, porque precede con su luz a todos los hijos de Adán, como señal luminosa, hasta que amanezca el día glorioso del Señor.

Y cuando amanezca ese día, será para siempre una hermosa mañana de mayo.

Francisco José López Martínez, Pbro.
Párroco del Divino Salvador (Dos Hermanas)

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