Cuando la Junta de Gobierno de la Hermandad de Gloria de Santa Marta acordó allá por el año 1948 transformarse en una Cofradía Penitencial se planteó a su vez la incorporación de la figura ya venerada de Santa Marta, incardinándola dentro de una representación grupal en un “paso de Misterio”, inédito en la historia de la Semana Santa sevillana, que fuera acorde con algún pasaje evangélico, guardando el carácter y estilo de las cofradías de Sevilla y que no estuviera ya representado entre los que procesionaban.
Acordado que el pasaje adecuado pudiera ser la figuración del Entierro de Cristo, una vez legalmente presentado y aprobada por la Autoridad Eclesial tanto la constitución en Cofradía de Penitencia, el pasaje evangélico referido así como la procedente incorporación de la figura de la Santa, se resolvió por la Autoridad mencionada que las advocaciones de las imágenes titulares, previamente aconsejadas, fueran: la del “Santísimo Cristo de la Caridad en su Traslado al Sepulcro” como nominación para la figura del Cristo dado el fin primordial y el lema de la Corporación, la Caridad. Y para la de la Virgen se designó el título de, “Nuestra Señora de las Penas” por las penosas circunstancias que concurrirían en la representación artística a realizar; y por ser además, una advocación que no figuraba entre las imágenes Marianas de las Cofradías de Sevilla Capital.
Hermanos, en este mes de Mayo dedicado a la Virgen, llamo a reflexionar en primer lugar, sobre el acierto en la titulación de la Santísima Madre de Dios como “Nuestra Señora de las Penas”. De Las Penas, por las muchas circunstancias adversas sufridas a lo largo de su vida por una desgraciada madre viuda que quedaba desvalida caminando hacia el Sepulcro, en el improvisado entierro de su Santo y único Hijo injustamente crucificado después de haber sido cruelmente martirizado hasta el horror y que, en su agonía pidió con su infinita bondad al Padre Supremo, el perdón para sus verdugos.
En la Sagrada Biblia leemos que Salomón nos dice: “por el dolor del corazón el espíritu se abate” (Proverbios 15.13). Es decir, se rompe dolorosamente, se quebranta, causa aflicción, congoja y pena. Y la pena es amargura, pesar, desconsuelo y produce un sufrimiento que acarrea pesadumbre y, un sentimiento de gran tristeza por un mal sobrevenido que comporta sufrimientos espiritual y corporal; es como un dolor lacerante, como un tormento íntimo que traspasa el corazón causando una pena tal, como el de una espada que llegara “hasta el rincón del alma/ la que no ahoga los recuerdos/ la que se queda anudada en las entrañas/ destrozándome los centros”. (de Simeón a María, … y a ti misma, una espada te atravesará el corazón, Lc.2,35)
Según recoge la historia de la Iglesia, los primeros escritos que hacen referencia a los Dolores de la Santísima Virgen datan del siglo VIII; posteriormente en el siglo XII, los sacerdotes Servitas propagaron la devoción a los Sietes Dolores de Nuestra Señora y la iconografía mariana la empieza a representar con su corazón traspasado por siete puñales. Y en año 1472, el Papa Benedicto XIII proclamó día de Festividad, el Viernes de Dolores. En el séptimo de éstos Dolores se contempla el Entierro de Jesús y la Soledad de Nuestra Señora. Dolor que indefectiblemente arrastra el desgarro emocional de la Pena.
Reflexionemos igualmente hermanos, que en estos últimos años por causa de las malhadadas guerras y de la pandemia, cuanto dolor y cuantas penas han sufrido miles de madres que también quedaron viudas y desamparadas viendo morir a sus únicos hijos, o no han podido siquiera acompañarlos en sus últimos momentos.
Ojalá la Virtud de la Fe y la consideración del hecho similar sufrido hace siglos por la Santísima Virgen sirva como consuelo espiritual a tantas víctimas inocentes- y de ejemplo para nosotros- la entrega que hizo durante toda su vida a la voluntad de Dios como Madre, Viuda y Corredentora nuestra en su particular Pasión; Ella, Nuestra Señora de las Penas que también sufrió el exilio y la muerte de su único Hijo.