Sábado. ¡Cómo se anhela la rutina de cada día! Nos limitamos a adaptarnos al espacio del hogar y a darle contenido a cada una de las horas de estos días. Difícil no desesperar pero seguimos decidido a no perder la confianza, a mantener el buen ánimo y a ser transmisor de la alegría que el hermano de Santa Marta debe irradiar y contagiar a su entorno.
Afrontamos un nuevo fin de semana cansados por el exceso de información, necesaria quizás, pero ímproba y toda ella parece transmitir una futuro apocalíptico.
Ciertamente, el mundo que conocemos va a necesitar de unos reajustes y un nuevo orden en el que prime por encima de todo el bienestar y la felicidad verdadera del individuo.
Este fin de semana nos disponíamos a vivir unos días de especial intensidad.
El viernes, íbamos a comprobar cómo la ilusión de los hermanos que harían su primera estación penitencial se mezclaba con la alegría de la Hermandad por la incorporación de estos y la responsabilidad por transmitir una manera de estar que nos ayuda a acercarnos a Dios el tiempo que estamos en la calle. Y el nuevo hermano lo sabe y quiere participar de este ritual que cada Lunes Santo convierte las calles de Sevilla en el itinerario que nos lleva al Santo Sepulcro.
El sábado por la mañana, los más pequeños de la Hermandad, viven cada año una de esas experiencias que les permiten encontrarse con el Santísimo Cristo de la Caridad más cerca. Expuesta ya la bendita imagen para el Besapié, se celebra la Sagrada Eucaristía para ellos, en su lenguaje y con una distancia más cercana. ¿Sólo Él sabe qué comentan los críos en su intimidad? ¿Qué prioridad dan los niños en la oración?
Y es en la noche del sábado cuando deberíamos vivir uno de los momentos que más esperábamos. Oír la la reflexión de D. Manuel Sánchez siempre es enriquecedor, más aún cuando el cometido era la “Meditación ante el Santísimo Cristo de la Caridad”. Todo estaba dispuesto, la ubicación anónima del orador, el templo a obscura y cerrado, el Cristo de la Caridad expuesto y cientos de personas deseosas y necesitadas de oír la palabra de un sacerdote que vive sobre el terreno la realidad más difícil de quienes son los preferidos del Señor, los pobres y los desesperados, los angustiados y los débiles, los presos y enfermos.
Acompañamos una oración ex profesa de D. Manuel Sánchez:
¡No dejes que nada siga igual!
En esta noche nos arrodillamos ante ti Señor de la Caridad de Santa Marta, como si presente nos halláramos. La contemplación de tu cuerpo en esta noche la hacemos con corazón y con imaginación, volamos a san Andrés con todos los sentidos y llenos de esperanza en que sabremos sacar un espíritu de caridad auténtica, real y concreta.
Tu cuerpo destrozado nos recuerda a todos los que quedarán destrozados después de esta crisis sanitaria. Tantos muertos, tantos enfermos, tantas familias destrozadas. Tu cuerpo roto de dolor por la cruz nos hace volvernos a ti, Señor de la Caridad, y pedirte tener los mismos sentimientos que te llevaron a dar la vida por nosotros. Como tú, que sepamos dar la vida.
Nada será igual después de esta terrible pandemia ¡No dejes que nada sea igual! Que nuestro corazón convertido nos haga ser cristianos según la cruz, según tu cruz, según tu amor. Que nada quede igual, que la Caridad no sea un nombre, sino la opción primera.
Meditación breve para hacer con razón y corazón ante el Señor de la Caridad, en San Andrés.
D. Manuel Sánchez Sánchez, pbro.
Llegado el domingo de Pasión un rosario de actos cultuales se suceden hasta que el Domingo de Ramos la Misa de Palmas abra el tiempo más esperado. Este día, el presbiterio debería ser el escenario donde el Cristo de la Caridad quedara expuesto para que cada hermano, cada devoto realizara ese gesto que supla al beso y que nos une, igualmente, al corazón del Señor.
Otros, curiosos o admiradores de la liturgia del día, se acercarían hasta la plaza Fernando de Herrera solo para admirar la belleza del altar que arropa la imagen del Jesús muerto. La disposición de la cera, la flor que exorna el altar o la conjunción del todo. Bien. Puede que esta curiosidad, movida por la belleza, acerque al individuo al Señor. Sólo Dios lo sabe y así se lo pedimos, pero todo desde el silencio que permita la oración y el recogimiento de quien entiende el Besapié como un acto piadoso de contemplación y oración.
Pero podemos trasladar el Besapié suspendido a la contemplación ante una foto o estampa del Cristo de la Caridad. Elegir un rincón tranquilo de casa, buscar el momento adecuado y, así, tener ese rato oración como si estuviéramos postrados en una banca de la nave central de San Andrés.
Cada uno tiene tanto por lo que pedir y dar gracias. Todos vivimos realidades distintas, pero como comunidad que es nuestra Hermandad pidamos por aquello que nos une.
Por ejemplo, por los más pequeños, por los niños. Viven una situación no peor que los mayores, pero si con muchas dudas, no entienden tanta expectación, tantas noticias ni el cambio de costumbres. Para que acepten y un día valoren que todas las restricciones de papá y mamá solo buscan su bienestar.
Por los mayores, ellos que viven con miedo estos días; por quienes han tenido que dejarlo todo, a veces hasta su familia, para estar con los padres, ya mayores. Sabed que cumplís con la voluntad del Padre y con la oración y el apoyo desde la admiración más sincera de todos.
Evangelio del quinto domingo de Cuaresma. Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45
En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, el que tú amas está enfermo».
Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea».
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó: «Si, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Jesús se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó: « ¿Dónde lo habéis enterrado?».
Le contestaron: «Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: « ¡Cómo lo quería!».
Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?».
Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba.
Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús: «Quitad la losa».
Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días».
Jesús le replicó: « ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?».
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, sal afuera».
El muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar».
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Palabra del Señor.
Oración
Jesús resucitado,
que diste paz a los apóstoles,
reunidos en oración, diciéndoles:
“La paz esté con ustedes”,
concédenos el don de la paz.
Defiéndenos del mal
y de todas las formas de violencia
que agitan a nuestra sociedad,
para que tengamos una vida digna,
humana y fraterna.
Oh Jesús,
que moriste y resucitaste por amor,
aleja de nuestras familias y de la sociedad
todas las formas de desesperación y desánimo,
para que vivamos como personas resucitadas
y seamos portadores de tu paz.
¡Amén!