¿Qué Penas?

Miguel Ángel Collado Correa, Pbro.
3 de mayo de 2021

El primer día de la semana y de la nueva creación, Jesús se presentó Resucitado a sus discípulos mostrándoles las llagas de sus manos y su costado. El apóstol Tomás las reclamaba para creer (Jn 20, 24-29). Jesucristo glorificado es el crucificado y conserva, aún en la gloria, la memoria de la pasión y sus penalidades. No hay un Jesús de la historia y un Cristo de la fe distintos sino el mismo conservando la identidad de Hijo de Dios.

Del mismo modo Nuestra Señora de las Penas “glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma” (Lumen Gentium 68) conserva las llagas de la pasión, aquellas que les vaticinó Simeón en el templo (Lc 2, 25-35).

Como bien le profetizó el anciano profeta, María Santísima “mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19, 25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio” (Lumen Gentium 58).

la pasión del Hijo es la pasión de la Madre y las penas del Hijo son las de la Madre. La Madre, cuyo corazón latía al mismo ritmo que el de su Hijo, sufrió sus mismas penalidades.

En consecuencia, la pasión del Hijo es la pasión de la Madre y las penas del Hijo son las de la Madre. La Madre, cuyo corazón latía al mismo ritmo que el de su Hijo, sufrió sus mismas penalidades.

Veamos algunos ejemplos de las penas de Madre e Hijo. Recordemos a Jesús cuando vio al gentío y se le conmovieron las entrañas porque andaban como ovejas sin pastor  (Mc 6, 30-34), o cuando se compadeció de la viuda de Naín y le resucitó a su único hijo (Lc 7, 11-17). En estos casos es el padecimiento de las personas las que conmueven y tocan el corazón sensibilísimo de Jesús.

Sin embargo una de las mayores penas sufridas por Jesús y por ende por su amantísima Madre es el rechazo de las personas a su invitación de salvación. Así en Mc 10, 17-30 Jesús mira con amor al rico que se sintió apenado por no sentirse con fuerzas para renunciar a sus muchas riquezas y seguirlo. Vemos como el rico también sintió pena pero por un motivo distinto a la pena de Jesús. La misma que sintió ante el rechazo que sufrió en la sinagoga de Cafarnaún por los fariseos por curar en sábado “Mirándoles con indignación y apenado por la dureza de su corazón” Mc 3, 5.

O la tristeza profunda que padeció al constatar el rechazo de su querida Jerusalén. “Cuando se fue acercando, al ver la ciudad, lloró por ella” Lc 19, 41. Episodio que cuenta en el monte de los olivos en la actualidad con una preciosa capilla “Dominus Flevit”.   

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Miguel Ángel Collado Correa, Pbro.

Son muchos los ejemplos que nos indican que las penas del Señor fueron por las penalidades y sufrimientos de las personas, especialmente las más empobrecidas, pero sobre todo por el rechazo a su invitación a participar del Reino. Del mismo modo, Nuestra Señora de las Penas padece y sufre el rechazo de sus hijos al Hijo, en la actualidad.

    En este mes de Pascua y luz aceptemos gozosos y humildes la invitación que el Señor nos hace cada día a seguirlo, amarle y servirle, mitigando así el dolor de su perenne pasión como el de su bendita Madre. De este modo enjugaremos las bellísimas lágrimas de Nuestra Señora de las Penas para que si llora, sus lágrimas sean de alegría y gozo.

Miguel Ángel Collado Correa, Pbro.Vicario Parroquial de Santa Justa y Rufina

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