Vivimos en un mundo de ruidos. No me refiero a las señales acústicas, sino a las espirituales y emocionales. Todos tratamos de hacer ruido para llamar la atención de los demás. Parece que quien más alto lanza su mensaje es quien lleva más razón.
Vivimos en un mundo de exhibicionismo. Cualquier cosa que hagamos, en el orden que sea, tiene que ser ante la complacencia de los demás. No basta el reconocimiento consigo mismo —no digamos ya la conversación íntima y exclusiva con el Señor— sino que nuestros semejantes tienen que aprobar lo que hagamos para saciar nuestra propia cuota de vanidad.
Vivimos en un mundo de voluntades inflexibles. No hay más criterio que el de uno mismo. No existe comprensión para con el prójimo, y no digamos aceptación de la voluntad divina. Las cosas tienen que ser como queremos aquí y ahora. El Señor nos enseñó a rezar al Padre diciendo “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10) pero a fuerza de repetirlas, se han convertido en palabras huecas que no tienen cabida en nuestro corazón endurecido.
Aprovechemos este Mes de María para dirigir la mirada a la Virgen Santísima. Ella, que es compendio de todas las virtudes, nos puede ayudar a corregir nuestros defectos y nuestras faltas. Esos pequeños vicios o hábitos que nos hacen alejarnos del camino marcado por Su Hijo.
María es la Señora de los Silencios evangélicos. Tan solo habla para aceptar la voluntad del Padre “hágase en mí según su palabra” (Lc 1,38) o para apiadarse de los amigos en un simple problema doméstico, sabiendo que Su Hijo es la solución “no tienen vino” (Jn 2,3). Generalmente “guardaba todas las cosas dentro de su corazón” (Lc 2,59 y Lc 2,51b), y finalmente permaneció callada, resignada y en silencio al pie de la cruz donde moría Su Hijo.
María es la Señora de los Silencios evangélicos. Tan solo habla para aceptar la voluntad del Padre o para apiadarse de los amigos
Su figura pasa desapercibida incluso para los propios evangelistas, que se detienen muy poco en la que fue templo del mismo Dios y primer Sagrario de la Cristiandad. Pero siempre estaba, discretamente, sin llamar la atención, en los momentos mas complicados de la vida del Señor y después, junto a los discípulos, cuando quedaron desamparados tras su Resurrección, y se reunieron en torno a Ella para esperar la venida del Espíritu Santo, poniendo en marcha la Iglesia de Cristo. (Jn. 20 19-23)
Pero sobre todo, María es la Mujer que acepta sin fisuras la voluntad de Dios, tanto cuando le dice que será madre y acepta sin comprender nada, como cuando ve morir injustamente al hijo que el mismo Dios le había enviado y de su boca no sale ni una palabra de queja.
Aprovechemos estos días para mirarnos en el Espejo purísimo de Nuestra Señora de Las Penas, que no por casualidad marcha en último lugar en el entierro de su propio Hijo, y tratemos de enmendar esos pequeños detalles que nos hacen alejarnos de la virtud. Marquémonos para este día la Humildad, la compresión con los demás, aceptando su ser diferente y, sobre todo, la aceptación de la voluntad divina, no siempre coincidente con la nuestra. Así Sea