Mis queridos hermanos y amigos de Santa Marta:
Comparto con vosotros esta sencilla reflexión, mirando a la Virgen María nuestra Madre, en este mes especialmente dedicado a Ella.
Muchas veces nos han hablado sobre el sentido que tiene la advocación, con la que en esta hermandad se venera a la Santísima Virgen María, pero quizás ahora más que nunca, hemos entendido cuales son las Penas que Ella puede llevar dentro de su corazón.
La hemos visto sufrir con los que sufren, derramando su consuelo sobre los enfermos, las personas que han perdido a sus seres más querido, derramando la Caridad de su Hijo, en las manos y corazones de tantos hombres y mujeres de bien, que dando lo mejor de sí mismos, alivian tanto dolor, tantas penas.
Sabemos que al igual que un Viernes Santo estuvo al pie de la cruz de su hijo Jesús, Ella siempre estará, junto a las cruces donde tantos hijos suyos sufren el dolor, la enfermedad, injusticia o cualquier dificultad.
En momentos donde nos conmueve pensar en la soledad en la que habrán partido de este mundo tantos hermanos y hermanas nuestros, nos consuela saber que Ella siempre está a nuestro lado, nos sostiene, cuida y lleva de su mano. Por eso nunca vivimos ni morimos solos.
Pero a pesar de todo, nosotros estamos celebrando la Pascua. Tenemos motivos para estar alegres, esta es nuestra fiesta, la gran fiesta de los cristianos.
Con las mismas palabras del Ángel Gabriel, también nosotros saludamos a nuestra Madre y le decimos, ¡Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo, está en ti¡
La Pascua no es un estado de ánimo, como nos dice el Papa Francisco, es mucho más. Es la certeza que el Señor está vivo, nos llama a la vida, nos quiere vivos.
La Pascua no es un estado de ánimo, como nos dice el Papa Francisco, es mucho más. Es la certeza que el Señor está vivo, nos llama a la vida, nos quiere vivos. La vida nueva que Él nos ha conseguido con su entrega nos la regala y Él nos invita a ser transmisores de vida, de paz y alegría, para un mundo que sufre con pena, ante tanto dolor, desconcierto y sufrimientos.
Me gusta mucho cuando San Ignacio, en sus Ejercicios Espirituales, habla de las apariciones del Resucitado. Recuerda que en el Evangelio no aparece recogido algo que según él “se sobreentiende”, y es que quien primeramente se encontró con Jesús Resucitado fue Ella, su Madre.
Por eso sabemos bien, que cualquier pena se convertirá un día en alegría si nos dejamos primero encontrar por Él. Si nosotros hemos sentido con María, las penas que solo una madre puede conocer profundamente ante el dolo y la muerte de un hijo, también con Ella vemos que ese dolor se convierte en gozo gracias a aquel que todo lo transforma, que todo lo renueva.
Venerar a la Virgen en esta advocación de las Penas nos compromete y mucho.
En primer lugar, dándonos cuenta, conociendo cuales son las penas que Ella puede seguir teniendo en su corazón de madre.
La pena de ver que muchos no conocen ni quieren a Jesús. El mundo sigue rechazándole, prefiriendo las tinieblas a la luz, eligiendo caminos erróneos que no conducen a ningún lugar.
Las penas de ver que seguimos siendo muchas veces egoístas, sin darnos cuenta de la dura realidad en la que viven millones de personas, nuestros hermanos, que pasan hambre, son víctimas de injusticias, que seguimos mirando hacia otro lado, sin descubrir la presencia del Señor en aquellos que más sufren o peor lo pasan.
Las Penas de tantos como en el mundo no son queridos, se sienten excluidas, son víctimas de cualquier adicción.
Las penas de quienes eligen la violencia y solo piensan en hacer daño a los demás. La que puede producirle al ver que a veces los intereses mezquinos de muchos poderosos hacen que la vida humana sea despreciada, la humillación de los pobres que carecen de lo fundamental mientras otros viven en la opulencia y el continuo derroche.
La pena de ver como muchos desesperan al verse incapaces de superar las consecuencias del pecado, que roba la alegría y mata la esperanza.
Cuantas penas existen en campos de refugiados, pueblos sometidos donde no se respetan los derechos fundamentales de todo ser humano. Penas de los que huyen de la pobreza y violencia y solo encuentran rechazo y barreras.
La pena que la Virgen puede sufrir al ver a tantas familias desunidas, enemistades, los niños no queridos ni respetados, jóvenes que no encuentran futuro, y tanta gente desorientada y perdida.
Cuantas pueden ser sus Penas… Pero, ¿Cómo remediarlas?, ¿Cómo no hacer lo posible y este de nuestra mano para poder consolar a la Virgen ante ese dolor y esas Penas?
Pues cada vez que elegimos a Jesús y acogemos su Palabra en nosotros. Su Palabra es fuente de vida. La Palabra del Señor transforma y nos cambia la mente y el corazón.
Cuando oramos con el corazón, buscando saber escuchar lo que Dios tenga que decirnos a cada uno para luego llevarlo a la práctica.
Cuando intentamos hacer vida en nosotros el Evangelio y procuramos llevar esta buena noticia a todos, especialmente a los que más lo necesitan.
Al dar y al darnos, descubriendo aquello que nos dice la Palabra de Dios, “hay más alegría en dar que en recibir”.
Cuando somos justos, hacemos el bien, escuchamos a los demás, dedicamos nuestro tiempo y talentos y los ponemos al servicio de quienes más lo puedan necesitar. Cuando elegimos el perdón y rechazamos el odio o cualquier forma de venganza o violencia.
Cuando vivimos la verdadera fraternidad, construimos la Iglesia, hacemos hermandad.
Sabemos que a las madres les gusta que sus hijos sean buenos, se formen bien, sean honrados, generosos. Todo eso alegra el corazón de cualquier madre, como no el de la Virgen María.

Carlos Coloma Ruiz, Pbro.
Hagamos que este mes de María, sea de un profundo encuentro, sencillo y sincero con nuestra bendita Madre, la Virgen de las Penas.
Oremos cada día, como nos invita el Papa a hacerlo especialmente en este mes, con el rosario en la mano. Es un arma poderosa, una cuerda para atar tantos problemas, para derrotar al enemigo como David, y también para, a través de ella, trepar hacia el cielo. Cuando nos sintamos solos o estemos tristes, apretar el rosario en nuestras manos nos hace sentirnos unidos a las suyas.
Oremos con María, contemplemos a Cristo.
Y con el himno Pascual que la Iglesia canta en estos días, “Vivamos la alegría dada a luz en el dolor”.
Carlos Coloma Ruiz, Pbro.
Párroco de San Vicente Mártir, Sevilla.