Siempre el mes de mayo es dedicado a meditar, contemplar y rezar a la Virgen Santísima, nuestra querida Madre de las Penas. Especialmente en este 2021 donde el Santo Padre nos ha pedido que intensifiquemos nuestra oración a la Santísima Virgen por el fin de la pandemia.
Mayo es el mes donde la explosión de la primavera llega a su plenitud y donde todo toma color en la creación, mes dedicado a las flores en las que María convierte aquellas penas en la que nosotros vamos tronchando la creación a lo largo de nuestra vida con el pecado.
Es la Santísima Virgen de las Penas la que es convertida en la perfecta discípula del Señor, la que el mismo Dios ha escogido, para ir recogiendo con sus lágrimas y en su purísimo regazo todas aquellas penas que vamos dejando caer sobre el mundo y convirtiéndolas así en flores y frutos de pureza, de bondad, de quietud, de firmeza, de fidelidad, de permanencia, de sosiego, de entrega, de alegría, de prontitud, de amabilidad, y de tantas y tantas virtudes como en su precioso corazón se cobijan en forma de flores que la adornan como Reina del Cielo.
Pero hermanos, de nada serviría si en nuestro día a día, en nuestra vida orante no adentráramos, cada vez más necesario, ese espacio donde la Buena Madre pueda interceder y aliviar el peso de nuestras penas que son sus Penas e inspirar así todas esas virtudes que emanan de su bendito corazón.
Un corazón puro al que todos nos encomendamos a diario y que supo latir al ritmo del Corazón de Dios
Un corazón puro al que todos nos encomendamos a diario y que supo latir al ritmo del Corazón de Dios, que supo atravesar dolores y penas, que acogió y acoge a tantos y tantos hombres y mujeres como a Ella se acercaron y se acercan a través del discipulado de su Hijo, un corazón fervoroso al contemplar la tumba vacía, un corazón ardiente en Pentecostés, un corazón lleno de esperanza como la Madre de la Iglesia que es… en definitiva un corazón amante como es el de la Madre de Dios.
Martin González Del Valle, Pbro.
Aprendamos hermanos de su corazón bendito, intentemos asir todas las virtudes que emanan como flores nacidas del mejor y hermoso tallo.
Así, querida Madre y Virgen de las Penas intercede por la Iglesia universal, por toda la humanidad. Acógenos en tu regazo Santa Madre, y convierte nuestros pecados en flores traídas por tu mano generosa desde el cielo en forma de virtudes, para poder así esparcirlas por nuestro mundo y sea convertido en un jardín precioso donde tú destaques como la más bella flor.
Venid y vamos todos,
con flores a porfía,
con flores a María,
que Madre nuestra es.
Martin González Del Valle, Pbro.
Párroco de Nuestra Señora de la Oliva (Salteras)