La Hermandad de Santa Marta, me pide un artículo que corone la serie de colaboraciones que, a lo largo del mes de mayo, tradicionalmente dedicado a las Santísima Virgen, ha venido publicando de la mano de beneméritos sacerdotes con el fin de honrar a la Virgen y contribuir a su devoción. Escribo estas líneas con mucho gusto, con la pretensión de hacer algún bien a sus lectores, a los que encomiendo a Nuestra Señora de las Penas, madre y medianera de la gracia.
La Santísima Virgen es efectivamente la madre y medianera de todas las gracias necesarias para nuestra salvación, para nuestra santificación y para nuestra fidelidad. Así lo han confesado siempre los Padres de la Iglesia y los teólogos medievales, renacentistas, barrocos y modernos. Su condición de medianera es consecuencia de su maternidad. Por ser madre de Cristo, cabeza del Cuerpo Místico, es madre de la Iglesia, es decir, de todos nosotros miembros de ese Cuerpo. Es consecuencia además de su misión de corredentora. Por un misterioso designio de su providencia, Dios permitió que María se asociara voluntariamente al pie de la Cruz a la pasión y muerte de su Hijo, cooperando así eficazmente en la obra de nuestra redención.
El Concilio Vaticano II ha querido precisar con mucho rigor y claridad el significado de la mediación universal de la Santísima Virgen al decirnos que la función maternal de María para con nosotros de ningún modo oscurece o disminuye la única mediación de Cristo. Todo lo contrario. Esta mediación maternal, este patrocinio, es querido por Cristo y se apoya y depende de los méritos de Cristo y de ellos obtiene toda su eficacia (L.G. 60).
La maternidad de María, su misión de corredentora y su patrocinio sobre nosotros, sus hijos, no es algo que pertenece al pasado. Siguen vigentes, siguen siendo actuales: ella asunta y gloriosa en el cielo, sigue actuando como madre, con una intervención activa, eficaz y benéfica en favor de nosotros sus hijos, impulsando, vivificando y dinamizando nuestra vida cristiana. Así nos lo dice el Concilio: "La Santísima Virgen, una vez elevada a los cielos, no dejó este oficio maternal y salvador, sino que continúa alcanzándonos con su múltiple intercesión los dones de la Salvación eterna. Con amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se debaten entre peligros y angustias, hasta que sean llevados a la patria feliz" (L.G.,62).
Con estas palabras, el Concilio resume la que ha sido la doctrina constante de la Iglesia a través de los siglos. Pero han sido los Papas de los dos últimos siglos, sobre todo, Pío XII, san Pablo VI, san Juan Pablo II y Benedicto XVI y el papa Francisco, quienes reiteradamente han proclamado como doctrina que pertenece a la fe de la Iglesia, que la Santísima Virgen es la Medianera Universal de todas las gracias, que todas las gracias necesarias para nuestra salvación, para nuestra santificación y para nuestra fidelidad nos vienen a través de María. Su oración por nosotros es absolutamente eficaz. Ella, con su múltiple intercesión, con su incesante plegaria ante su Hijo, es nuestro socorro, nuestra abogada, nuestro patrocinio, nuestra auxiliadora y valedora.
La devoción a la Virgen es algo estrictamente necesario. Ella tiene un papel decisivo en la historia de nuestra salvación, en el misterio de Cristo y de la iglesia
De esta doctrina se deriva una consecuencia verdaderamente transcendental: la importancia que tiene la devoción a la Virgen en nuestra vida cristiana, que no es algo opcional, libre o voluntario. La devoción a la Virgen, conocerla, amarla e imitarla en sus virtudes, tener una relación filial y tierna con ella, acudir a Ella cada día, tener todos los días un detalle con ella, el ángelus, las tres avemarías, el Rosario u otras devociones recomendadas por la Iglesia, no es un mero adorno, no es algo accidental de lo que podamos prescindir sin que se conmuevan los cimientos de nuestra vida cristiana.
La devoción a la Virgen es algo estrictamente necesario. Ella tiene un papel decisivo en la historia de nuestra salvación, en el misterio de Cristo y de la iglesia, y es nuestra madre en el orden de la gracia. Por ello, debe tener un lugar de privilegio en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana como medianera que es entre Dios y los hombres. De ahí que si algún cristiano conscientemente prescindiera de la devoción a la Virgen, alegando tal vez que es algo poco recio, demasiado sentimental, impropio de personas espiritualmente maduras, se estaría condenando al estancamiento y a la esterilidad espiritual, e incluso estaría poniendo en peligro su propia salvación, porque la Virgen es el motor de nuestra vida espiritual, garantía de nuestra fidelidad, la ayuda imprescindible para vivir en gracia de Dios y siempre fuente de paz, de alegría y de esperanza.
Hace más de cincuenta años el papa san Pablo VI, en la exhortación apostólica Marialis cultus, escribió una frase que yo querría que se grabara en nuestras mentes y, sobre todo, en nuestros corazones en este mes de mayo dedicado la Virgen: "Para ser auténticamente cristianos, hay que ser verdaderamente marianos". Efectivamente, María es el Arca de la Alianza, el lugar de nuestro encuentro con el Señor; ella es Refugio de pecadores, Consuelo de los afligidos y Remedio y Auxilio de los cristianos; ella es la Estrella de la mañana que nos guía y orienta en nuestra peregrinación por este mundo y que nos lleva hasta Cristo, puerto de salvación; ella es Salud de los enfermos del cuerpo y del alma. Ella es, por fin, la causa de nuestra alegría.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Dios quiera que así lo sea para todos vosotros, los miembros de la Hermandad de Ntra. Sra. de las Penas de Sevilla. Para todos pido al Señor y a su Madre bendita que seáis siempre fieles a vuestra vocación y raíces cristianas. Le pido también al Señor que conservéis siempre, como rasgo de su identidad comunitaria, la devoción a la Santísima Virgen. En ella tenemos todos la mejor garantía de una vida cristiana vigorosa, dinámica, apostólica y comprometida. Ella nos ayudará a amar, a adorar y servir a Jesús. Ella nos llevará a todos de su mano, nos alentará en nuestras luchas y dificultades y nos defenderá de los peligros ahora y en la hora de nuestra muerte.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición, también para vuestras familias.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla