Ntra. Sra. de las Penas, la mujer que “no quería ser”

Manuel Ávalos Fernández, Pbro.
25 de mayo de 2020

Contemplar la imagen de la Santísima Virgen María en su advocación de Las Penas, es contemplar hecha vida aquella sentencia que Madre Angelita le repetía a sus hijas (como ella misma las llamaba), las hermanas de la Compañía de la Cruz: “no ser, no querer ser, pisotear el yo”.

Así es la Virgen María: “no era”, “no quería ser”, “pisoteaba su yo”. Y así nos lo enseña esta querida advocación de vuestra hermandad. Popularmente la hermandad es conocida como la hermandad de Santa Marta, haciendo uso de la titular de la antigua hermandad de gloria, es más, se crea el misterio pensando en un pasaje dónde estuviera esta santa. Y cuando uno contempla el paso de misterio en su caminar solemne, las miradas se clavan en el centro del misterio, el Santísimo Cristo de la Caridad. ¿Y dónde está la Virgen?.

Por supuesto en el corazón de sus hermanos, pero para todos, en el silencio anónimo de la Madre que no quiere ser, no quiere aparecer, no quiere protagonizar nada, ni hacer sombra al verdadero Salvador del mundo, su Hijo.

Es por ello que contemplar la imagen de Nuestra Señora de las Penas es contemplar la humildad de María.

Es contemplar a la mujer que cuando es anunciada por Gabriel prefiere ser “esclava” a ser “señora”; es contemplar a la mujer que en vez de “querer ser” felicitada y visitada por ser desde la concepción  la Madre del Salvador, opta por ayudar y servir  a su prima Isabel que era mayor y estaba “ya de seis meses la que todos creían estéril”; es contemplar a la mujer que cuando es alabada por Isabel, proclama su alma “la grandeza del Señor” porque ha mirado su humillación, ha mirado que “no es”.

Es por ello que contemplar la imagen de Nuestra Señora de las Penas es contemplar la humildad de María

Es contemplar a la mujer que sabe “guardar en su corazón” todas las palabras que escucha a los pastores cuando van a adorar al niño y “guardaba en su corazón” el gesto de aquellos Magos de Oriente que traían oro, incienso y mirra, porque ella “no quería ser” regalada ni piropeada.

Es contemplar a la mujer que “pisotea su yo” cuando acoge en silencio la profecía de Simeón que le anuncia la espada de dolor; contemplar a la mujer que “pisotea su yo” cuando su Hijo en la primera pascua le anuncia que no tiene por qué buscarlo porque Él estaba “en las cosas de su Padre”, respondiendo siempre con el silencio que acoge y aguarda la voluntad de Dios.

Es contemplar a la mujer que a los inicios de la vida  pública reconoce que ella “no es” la que obra el milagro, sino que intercede para que ocurra aquel milagro que cambiaría la historia de todos los matrimonios cristianos que, desde aquel momento,  tendrían a Jesús y a María para volver a llenar las tinajas de su amor y entrega cuando éstas se quedan vacías. Es contemplar a la mujer que cuando le dice su Hijo que “no es” dichosa por ser su madre, sino por ser creyente, no se siente herida por el comentario.

Es contemplar a la mujer que aparece en la Pasión porque su hijo la entrega a Juan, si no quizás ni hubiera aparecido. Y es contemplarla en el traslado al sepulcro, colocada al final, como una más, sin querer ser protagonista ni llamar la atención, conteniendo “Las Penas” que sufre la madre por la pérdida del Hijo.

Gracias María, por ser así, anónima. Gracias a Nuestra Señora de Las Penas por dejármelo ver tan claro. Y más en estos momentos llenos de protagonismo, de “medallitas” que unos y otros se quieren colgar utilizando a los pobres, a los muertos y a todo lo que pueda ser motivo para poder “ser”, para “querer ser”, para “engrandecer el yo”. Nosotros como Iglesia deberíamos aprender mucho de Ella.

En ocasiones uno recibe cadenas de whatsapp y mensajes diciendo todo lo que la Iglesia hace por la sociedad. Está bien que lo sepamos para darnos cuenta que pertenecemos a una Iglesia que es madre y cuida de sus hijos; pero ¿se debe utilizar como arma arrojadiza para justificar nuestra posición y nuestro “querer ser” en el mundo?  Estamos llamados a ser sal, y la sal desaparece en la comida cuando la echamos, da sabor pero no se ve, no quiere ser vista, tan sólo quiere dar sabor. E igualmente en nuestra vida personal, en nuestra vida diaria y también en nuestra vida de hermandad, llamados a no ser vistos pero sí a dar sabor.

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Manuel Ávalos Fernández, Pbro.

Gracias María, hoy sé por qué no te molestas si a tu hermandad la llamamos todos como la hermandad de “Santa Marta”, seguro será porque cuidó tan bien de tu hijo que eso te suple cualquier protagonismo; y gracias María, porque sabes poner en el centro de todas nuestras miradas, a tu Hijo que derrama Caridad.

Gracias María, hoy sé que incluso en “Las Penas” de tus sufrimientos, que podrían convertirte en protagonista o centro de las miradas, “no quieres ser” ni escuchada ni consolada.

Manuel Ávals Fernández, Pbro.
Párroco de Ntra. Sra de las Virtudes, la puebla de Cazalla (Sevilla)

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