María, Virgen sola

Pedro Montero Ruzafa
Empresario y padre de familia numerosa
9 de mayo de 2022

“Ningún padre debería tener que enterrar a su hijo. Tiempos aciagos nos ha tocado vivir, Gandalf: los jóvenes perecen, los ancianos se agostan. La “siempreviva” siempre había crecido en las tumbas de mis antepasados pero ahora adornará la tumba de mi hijo. ¡Qué pena vivir para contemplar los últimos días de mi casa!”.

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Veneración del Cristo de la Caridad y Ntra. Sra. de las Penas en 2021

Sirvan estas dramáticas palabras de Théoden a Gándalf en “El Señor de los Anillos” para ilustrar el mayor drama que puede experimentar un ser humano y que María tuvo que vivir con tal dolor que una espada atravesaría su alma (Lc 2, 35) mientras contemplaba con sus propios ojos cómo su Hijo era cruelmente torturado hasta la muerte, en su presencia.

Sin embargo, a pesar de causarle tan insoportable dolor, no por ello debió pensar mucho en sí misma, en evadir su propio sufrimiento, sino sólo en que su querido Hijo la necesitaría allí, junto a Él, al pie de la cruz (Jn 19, 25; Lc 23,49).
“Sola a Solo, bajo la cruz,
María ¿quién te podrá separar?.
Virgen sola, Madre, torre atravesada. Columna de amor, tú sujetas el cielo de nuestra débil fe”.

Este estremecedor canto de Kiko Argüello describe la escena del inenarrable drama cósmico que se desarrollaba en el Gólgota, del que dependía la salvación del mundo y, con ella, nuestra libertad y nuestra única posibilidad de poder amar verdaderamente.

¿Qué podemos saber de María, de cómo pudo vivir interiormente sus dificilísimas circunstancias?. Es posible que una de las pistas más sencilla y clarificadora nos la ofrezca Lucas en su evangelio: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón (Lc 2, 19)”.

El evangelista Lucas, probablemente “el médico querido” que manda saludos a los colosenses a través de Pablo (Col 4, 14), era discípulo de éste y, por tanto, ni él ni su maestro pudieron conocer personalmente a Jesucristo. Y, sin embargo, es el único de los sinópticos que nos narra episodios de María y de Jesús tan significativos como la Anunciación (Lc 1, 26-38), la Visitación a Isabel y el Magnificat (Lc 1, 39-56), el Nacimiento de Jesús con la visita de los pastores (Lc 2, 1-20), su circuncisión y Presentación en el Templo (Lc 2, 21-28), las profecías de Simeón y de Ana (Lc 2, 33-38), la vida oculta de Jesús en Nazaret (Lc 2, 39-40) o el episodio en el que Jesús, con solo 12 años, se queda en el Templo, entre los doctores, y es hallado allí por sus padres, tras tres días de búsqueda (Lc 2, 41-50).

Es inevitable concluir que, para redactar su evangelio, Lucas se dejaría llevar por su espíritu científico y acudiría directamente a la fuente original, a María, la madre de Jesús, la cual, como cualquier madre, se entretuvo en contarle detenidamente todos estos bellos episodios de la infancia de su querido Hijo pero también cómo se sentía Ella ante estos acontecimientos que la desbordarían por completo: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón (Lc 2, 19)”. Esta sugerente frase de Lucas dice todo de María.

“Sola a Solo, bajo la cruz.
Virgen sola, madre, torre atravesada”.
¡Tantas veces cada uno de nosotros compartimos en mayor o menor medida esta experiencia en los momentos importantes de preocupación, de sufrimiento, de angustia!. En el momento culminante, todos estamos solos con Cristo. Nos morimos solos, con Cristo.

Creo que María, “sola a solo”, bajo la cruz, supo dirigir su mirada hacia el sufrimiento de su Hijo y, al mismo tiempo, hacia su propio corazón, no para lamentarse por su dolor particular sino para buscar en su interior todas aquellas cosas que había ido guardando y meditando a lo largo de toda una vida junto a Él.

Por eso, en nuestros momentos de sufrimiento, María busca siempre nuestra mirada para que fijemos los ojos en Ella, pero sólo los instantes necesarios para desviar después nuestra mirada hacia su Hijo, clavado en la cruz, de modo que contemplemos las llagas abiertas en sus manos, en sus pies, en su costado, y entendamos que Él ha compartido nuestra suerte, ha asumido nuestro dolor, ha perdonado nuestros pecados. ¡El puede comprendernos y quiere consolarnos porque conoce nuestros sufrimientos y sus causas últimas!.

Virgen sola, Madre, torre atravesada. Columna de amor, tú sujetas el cielo de nuestra débil fe

Pero no es ésta la verdadera Buena Noticia, ya que María no se quedó en el sepulcro sino que permaneció junto a sus discípulos, perseverando en la oración con un mismo espíritu (Hch 1, 14), para contemplar después con sus propios ojos la victoria definitiva de Jesucristo sobre la muerte, en una carne como la nuestra, que selló la venida del Espíritu Santo.

¡Cristo ha vencido la muerte de una vez para siempre, ha resucitado y está vivo y deseando entregarnos su Espíritu Santo para que también nosotros podamos vivir y amar sin miedo, ser libres, porque la muerte ya no tiene la última palabra en nuestras vidas!. Esta es la verdadera buena noticia: ¡Cristo ha resucitado! ¡Existe el Amor porque Cristo nos ha amado y ha destruido la muerte para nosotros!

Pedro Montero Ruzafa

D. Pedro Montero Ruzafa.
Empresario y padre de familia numerosa

Frente al pesimismo de Théoden, se alza en este tiempo pascual la predicación de Pedro tras Pentecostés (Hch 2, 17) sobre la profecía del profeta Joel, cumplida en ese día:
«Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes verán visiones”.

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