María, “socia passionis”

Fray Artemio Vítores González, OFM.
Guardián del Cenáculo en Tierra Santa
31 de mayo de 2021

La fe de la Virgen no es algo ciego y estéril. María se ofrece a sí misma y a su Hijo al Padre eterno para la salvación del mundo. ¿Cómo es posible esto, si, como afirma la Carta a los Hebreos, “sin efusión de sangre no hay remisión” (9, 22)? Y por eso Jesús “se entregó a sí mismo como rescate por todos” (1Tim 2, 6). María, con su dolor, colabora en la Redención del mundo, como canta la Liturgia: “Feliz la Virgen María, que, sin morir, mereció la palma del martirio junto a la cruz del Señor”.

2021 31María es la Virgen “oferente”: el ofrecimiento que había hecho al Padre de su Hijo Jesús en el Templo, donde le fue profetizada “la espada de dolor” (Lc 2, 33), se cumple aquí, en el Calvario. No sólo ofrece a su Hijo, sino que se ofrece a sí misma al Padre eterno. María acepta, como Hija de Sión, la espada que sobre el Calvario la atravesará, convirtiéndose así en corredentora junto con el Redentor, convencida de que sólo después de la cruz puede resplandecer la resurrección. María, Hija de Sión, es la encarnación perfecta de la comunidad mesiánica, asociada al sufrimiento redentor del Salvador (Cf. 2Cor 4, 10-13).

Así nos presenta Simón Metafrastes en el siglo X el dolor de María, con el cuerpo exánime de Cristo en sus brazos, y su participación en la pasión y muerte de su Hijo, en la plegaria que tiene por título: Oración en la lamentación lúgubre de la Santísima Madre de Dios abrazando el cuerpo precioso de nuestro Señor Jesucristo: “¡Ay de mí, porque Tú yaces muerto sobre la piedra…! Las rocas se han resquebrajado y mi corazón casi se ha roto con ellas…; tus manos y tus pies están taladrados, pero yo siento como los clavos me atormentan en lo más íntimo de mi alma. Tu costado ha sido traspasado, pero, al mismo tiempo, fue herido mi corazón. También yo he sido crucificada por tus dolores, he muerto en tu Pasión y he sido enterrada contigo” .

María, discípula fiel de Cristo

¿Cómo es posible esto, si Cristo es el único Redentor? Para la Iglesia, Cristo asocia a su sacrificio redentor a todos los hombres. Dice el Catecismo: “Eso se realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento Redentor (Cf. Lc. 2, 35)” . Al igual que Cristo es “el hombre de dolores” (Is 53, 2) por medio del cual se ha complacido Dios en reconciliar consigo todos los seres, los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz (Cf. Col 1, 20), así María es “la mujer del dolor” que Dios ha querido asociar a su Hijo como madre y partícipe de su Pasión (“socia Passionis”). María es -añade el Concilio- “compañera singularmente generosa… del Señor” . Ella es “la socia del Redentor”.

María es “la mujer del dolor” que Dios ha querido asociar a su Hijo como madre y partícipe de su Pasión (“socia Passionis”).

Si Jesús carga con los pecados del mundo y los expía en su Pasión en el Calvario, María es la mujer que participa en la suerte del Hijo, con el corazón traspasado por la espada anunciada por Simeón. María ha sufrido porque ha elegido ser como su Hijo: El servicio de amor, el don total de sí misma a favor de la humanidad. Por tanto está completamente unida a su Hijo. María es, en el Calvario, el modelo del verdadero discípulo, “que escucha y pone en práctica la palabra de Dios” (Lc 11, 27), del discípulo que sigue a Cristo llevando su cruz, asociada a Él en el sacrificio de la cruz en su obra de redención del mundo. Nadie mejor que María puede hacer suyas las palabras de Pablo: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24). María, en el Calvario, ha vivido en profundidad el drama del pueblo de Dios, ha sentido en su corazón la espada del dolor a causa del rechazo de su Hijo por una parte de Israel. María es la Madre de Jesús y la Madre de todos sus discípulos, los hermanos de su Hijo. ¡Siempre a nuestro servicio!

No sólo eso. Pablo VI llama a María “la primera y la más perfecta discípula de Cristo” . María, que sigue a Cristo hasta la cruz, es, como dice Dante, “el rostro que más se asemeja a Cristo”. Lo recuerda con palabras emocionadas el gran Doctor Seráfico, san Buenaventura: Sobre el Gólgota vemos el inmenso dolor de María. “Ella estaba afligida por una compasión admirable e inexplicable con nuestras palabras. Volviendo sobre sí los dolores, las llagas y los oprobios del Hijo, los aguantaba en su propia persona sintiendo lo mismo que sentía Cristo. En su ánimo era una mártir asociada a aquel mártir, estaba herida con su misma herida, crucificada con el crucificado, atravesada por la espada” .

Siempre al servicio de la voluntad de Dios

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Fray Artemio Vítores González, OFM.
Guardián del Cenáculo en Tierra Santa.

“María de Nazaret -dice Benedicto XVI-, desde la Anunciación a Pentecostés, aparece como la persona, cuya libertad está totalmente disponible a la voluntad de Dios. Su Inmaculada Concepción se manifiesta claramente en la docilidad incondicional a la Palabra divina. La fe obediente es la forma que asume su vida en cada instante ante la acción de Dios. La Virgen, siempre a la escucha, vive en plena sintonía con la voluntad divina; conserva en su corazón las palabras que le vienen de Dios y, formando con ellas como un mosaico, aprende a comprenderlas más a fondo (Cf. Lc 2, 19-51). María es la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las manos de Dios, abandonándose a su voluntad.

Este misterio se intensifica hasta llegar a la total implicación en la misión redentora de Jesús. Como afirmó el Concilio Vaticano II, “la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie (Cf. Jn 19, 25), sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: Mujer, ahí tienes a tu hijo” . Desde la Anunciación hasta la Cruz, María es aquélla que acoge la Palabra que se hizo carne en ella y que enmudece en el silencio de la muerte. Finalmente, ella recibe en sus brazos el cuerpo entregado, ya exánime, de Aquél que de verdad ha amado a los suyos hasta el extremo (Jn 13, 1)”.

 

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