María siempre lo supo…

Manuel Jiménez Carreira, Pbro.
17 de mayo de 2021

…desde el comienzo de la historia. Allá cuando se lo anunció el ángel. Supo que el reino de su hijo Jesús no tendría fin. Nunca.

Por eso, cuando hubo tantas complicaciones para encontrar posada, supo que ese acontecimiento, aunque oculto, estaría cambiando el curso de la humanidad. Por eso comprendió por qué ese niño fue adorado por los pastores y por los magos, que recorrieron un largo camino siguiendo el resplandor de una estrella. Y así, cuando Simeón le predijo que una espada le atravesaría el alma, comprendió que sería necesario el dolor para cumplir esa misión para la que había venido. Y cuando se perdió en Jerusalén supo que sería encontrado. Por eso María quiso guardar siempre todas las cosas de su Hijo en su corazón, porque serían recordadas de generación en generación.

María sabía que los mayores milagros de su Hijo, esa Hora a la que Él se refería el día en el que convirtió el agua en vino en Caná, estaban aún por llegar. Que su Palabra definitiva, cuando lo seguía en sus predicaciones en los caminos polvorientos de Galilea, todavía tenía que ser proclamada.

…desde el comienzo de la historia. Allá cuando se lo anunció el ángel. Supo que el reino de su hijo Jesús no tendría fin. Nunca.

María siempre lo supo. Supo que su Hijo sufriría hasta el extremo cargando sobre sus hombros todo el pecado del mundo. Porque vino para amar hasta el extremo. Que sería humillado injustamente por el pueblo por el que daría la vida. Que derramaría hasta la última gota de su sangre después de morir en la Cruz, al ser trasladado al sepulcro. Pero ella siempre, sin dudarlo un solo momento, tuvo la convicción de que aquel no sería el final. La historia no podía terminar oculta tras esa roca que selló el lugar donde colocaron el cadáver. Ella sabía que sus Penas se convertirían en alegría desbordante.

Por eso María esperó durante aquel largo Sábado Santo en casa con el discípulo amado. Esperó la visita de su Hijo. Esperó el abrazo fundido de amor hecho vida, vida en abundancia, vida para siempre.

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Manuel Jiménez Carreira, Pbro.

María siempre lo supo. Supo, desde el principio, que el reino de su Hijo no tendría fin. Que reinaría para siempre en los Cielos, y también en las vidas de todos aquellos que la tenemos por Madre. Y María sabe hoy que también tus dificultades, tus preocupaciones, tus penas, tus espadas clavadas en el corazón, no son el final. Que tienen un sentido. Porque ella espera, contigo, la alegría desbordante de la Pascua eterna, una Pascua de la que puedes gozar ya, aquí y ahora.

No tengas miedo a ponerte en los brazos de María como hijo suyo que eres. Esos mismos brazos que acunaron a Jesús en Belén y que tomaron su cadáver al pie de la cruz quieren acogerte hoy. No tengas miedo de contarle a María todo aquello que

llevas dentro, de corazón a corazón. De dejar que ella lo haga suyo y se lo entregue a su Hijo. No tengas miedo de que te muestre a Jesús, fruto bendito de su vientre. De que te susurre al oído que su reino no tendrá fin.

Ella siempre lo supo. Y quiere que tú también lo sepas. Que teniéndola a Ella como madre nada hay que temer. Que las Penas tienen un sentido porque son la puerta de la Vida.

Manuel Jiménez Carreira, Pbro.
Director Espiritual del Seminario Metropolitano

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