María, Reina de Todos los Santos, modelo de santidad para el cristiano

José Iván Martín Pascual, Pbro.
23 de mayo de 2021

“Sed santos como vuestro Padre celestial es santo” Mt 5, 48.

Cada uno de nosotros hemos sido llamados, por el bautismo, a ser santos. Este es el fin por el que Dios nos creó y nos ha hecho partícipes de su vida divina. El Concilio Vaticano II, en la constitución apostólica Lumen Gentium, nos dice que “todos los fieles, cuales quiera que sea su estado y condición, están llamados por Dios, cada uno en su camino, a la perfección de la santidad”.

Cuando nos hablan de santidad, normalmente pensamos en los santos que están en los altares. Ciertamente no vamos desencaminados, son un modelo a seguir por cada uno de nosotros, aunque puede pasar que pensemos que alcanzar esa perfección es algo difícil para nosotros en este mundo moderno que nos ha tocado vivir. Nada más lejos de la realidad, si nos lo proponemos y nos confiamos a la gracia de Dios, podremos alcanzar esa santidad que Dios nos pide. Pero ¿qué es esa santidad a la que nos llama Dios? La santidad no es otra cosa que cumplir la misión divina que cada uno hemos recibido, haciéndolo en las realidades cotidianas que vivimos cada día.

Hubo una criatura que cumplió esta misión en su más alto grado: la Virgen María, Nuestra Señora de las Penas. María fue llamada por Dios, desde el principio de los tiempos, a ser la madre del Dios Encarnado, de Jesús nuestro Señor. En su fiat, pronunciado en la Anunciación, encontramos la aceptación y cumplimiento de esa misión divina.

Para allanarnos el camino de la santidad, Dios nos propuso en nuestra Madre la Virgen un modelo de santidad. Una luz más suave a nuestros débiles ojos, un modelo, el más cercano a la santidad infinita, que nos animara a imitarla. Ella poseyó sin duda una perfección y una santidad sobrehumanas, pero una santidad creada, unida a aquella perfección a la que no llegará jamás ninguna criatura; se acerca y toca los confines del infinito.  María espejo, ejemplo y modelo perfecto de santidad, es lo que nos propone la Iglesia cuando la invoca como Reina de los santos.

Para allanarnos el camino de la santidad, Dios nos propuso en nuestra Madre la Virgen un modelo de santidad.

María conocía a Dios. Incluso vivió con Dios día tras días en la intimidad de la relación entre madre e hijo. El Todopoderoso vertió en su mente y corazón el conocimiento de las cosas del cielo. Por la oración, por el pensamiento espiritual María conoció a Dios. María amaba a Dios. No sólo lo amaba como a un ser humano, como su propio hijo, como su propia carne y sangre. Pero también amaba al Padre del cielo del mismo modo que al Espíritu Santo.  María sirvió a Dios. Ni una sola vez se negó a hacer lo que Dios le había pedido y lo que le había inspirado llevar a cabo.  Su servicio de Dios fue completo. Fue toda la vida. Fue cierto y sincero.  En ese sentido, María cumplió de la manera más alta el propósito de la vida: amar y servir a Dios. Por esa razón se la llama la Reina de Todos los Santos, la Reina de todos los que trataron de conocer, amar y servir a Dios.

Su actitud de colaboración a los planes de Dios la hacen partícipe en la gran obra de la Redención por la que los humanos podemos alcanzar la gran dignidad de ser partícipe de la naturaleza divina, que nos hace ser Santos. Así, María aventaja a todos los Santos en virtudes y perfecciones. San Bernardo, nos dice al respecto: “no le falta a María: Ni la fe de los Patriarcas, ni la esperanza de los Profetas, ni el celo de los Apóstoles, ni la constancia de los Mártires, ni la templanza de los Confesores, ni la pureza de las Vírgenes”.

Si María es modelo de todas las virtudes, los Santos tuvieron en Ella un espejo en donde mirarse, un estímulo para superarse. Ella como Madre de Dios reprodujo todas las virtudes, que están al alcance de las personas. La ejemplaridad de María está en todos los órdenes y para todos los estados.  Nos confirma esto el ejemplo de los Santos, quienes con el auxilio de María han llegado al grado de perfección del que en el cielo disfrutan.

No hay estado ni forma posible de vida que no encuentre en María la virtud o virtudes, que necesitan para sobresalir en un limpio pugilato de amor a Dios. La intercesión de María nos es imprescindible en nuestra vida espiritual todo ello por pura gratuidad de Dios. Así nos lo ha contado el San Bernardo, quien entre las alabanzas que dirige a María sobresale la que nos cuenta de su patrocinio y poderosa mediación: “Nada quiso darnos Dios que no pasase por manos de María. Tal es la voluntad de aquel que ha querido que todo lo conseguimos por su medio”.

Esto nos lleva a la conclusión de que toda persona que quiera ser santa tiene que ser mariana. Gráficamente nos lo decía San Juan de Ávila: “mas quiero estar sin pellejo que sin devoción a María”. Muchos se han distinguido por un singular amor filial a nuestra Madre la Virgen, pero todos se han acercado a Ella como modelo a imitar e intercesora a quien acudir. No hay santo, si no hay amor a Dios, y esto supone que amemos lo que El ama, al prójimo y a María.

RTEmagicC 2021 23 Jose Iva n Marti n Pascual 01.jpg

José Iván Martín Pascual, Pbro.

El marianismo es una tónica común a todos los Santos, algunos sobresalen por el espíritu de invocación, otros por el de alabanza, gratitud, imitación y servicio. Los matices pueden ser distintos, pero su labor sigue siendo la misma, cumplir la recomendación que María nos ha dejado en el Evangelio: “Haced lo que Él os diga”. (Jn. 2, 5).

A Ella, a Nuestra Señora de las Penas, nos encomendamos, para que siguiendo su ejemplo, y cumpliendo el mandato de Dios, un día podamos disfrutar de esa alegría de los Santos, de ese Reino de los Cielos, que su Hijo, Señor de la Caridad, nos ha prometido, y que nosotros estamos deseosos de alcanzar.

José Iván Martín Pascual, Pbro.
Vicario Parroquial de Santa María del Alcor

Reflexiones sobre María 2023

Reflexiones sobre María 2022

Reflexiones sobre María 2021