María, Nuestra Señora de las Penas, siempre dispuesta

Francisco Berjano Arenado
Magistrado
5 de mayo de 2022

Se me pide por la Hermandad que lleve a cabo una reflexión o meditación acerca de la figura de María, La Virgen, y no creáis que me ha resultado fácil cumplir con el encargo porque claro, así a primera vista, puede pensarse que dicha tarea no se antoja en exceso complicada, pero la verdad es que a la hora de imaginar algo que decir sí lo ha sido.

Veneracion Virgen 2021

Veneración a Ntra. Sra. de las Penas

Qué puedo decir yo de mi Madre – que también lo es de quienes van a leer esta reflexión – que ellos ya no sepan.

En ese trance, he decidido tratar de destacar un rasgo, una característica, una virtud de la Virgen que pudiera significarla sobre todas las demás que atesoraba y, para mí, ese rasgo, esa virtud no es otro que el de su plena disponibilidad a la tarea que le fue encomendada por el Señor, su abandono en Él.

Porque, de alguna manera, todos estamos aferrados -y, a veces, atrapados- a nuestro trabajo, a nuestro grupo de amistades y conocidos, a nuestro entorno social, a nuestras aficiones, a nuestras comodidades; es, como algo que hemos conseguido y nos cuesta trabajo dejar. Sin embargo, en María podemos observar cómo esto no sucede, sino que en su vida hay un “desasimiento” total, porque Ella no tiene nada fijo, nada seguro, nada establecido; su vida es una pura aventura de entrega y amor.

Y una muestra clara que esa plena disposición de la Virgen a cumplir con todo cuanto su Hijo le pidiera se recoge en el pasaje del Evangelio de San Juan (Jn. 19,25-27), cuando en el mismo se nos narra cómo estando María al pie de la Cruz se dirige a Ella el Señor y le dice: “Mujer, he ahí a tu hijo”; y al discípulo amado: “He ahí a tu madre”.

Hasta ese momento no todo estuvo cumplido, pues Jesús tenía algo importante que pedir a la Virgen; tenía una misión más para Ella: hacerla Madre nuestra. Y una vez más no le falló, y con sencillez, sumisión y cariño asumió su nuevo papel y, para siempre y por siempre, ha sido, es y será nuestra Madre, nuestro cobijo y nuestra protección, permaneciendo junto a nosotros, como lo hizo junto a los apóstoles tras la muerte de su Hijo, dándoles cariño y compañía (Hechos de los Apóstoles 1,12-14).

Ese abandono de María en las manos del Señor se puso por primera vez de manifiesto en el momento del anuncio de la Encarnación (Lc. 1,28-38) y así, tras recibir la visita del Arcángel San Gabriel, dio un SÍ rotundo reconociéndose en ese instante como “la esclava del Señor”, dispuesta a que en Ella se hiciera realidad lo anunciado por la palabra; así fue el Fiat de María, el que hizo posible que se hiciera realidad que su cuerpo sirviera para dar rostro a Dios, un Dios que la había elegido desde un principio para que fuera su primer Sagrario.

Ese abandono de María en las manos del Señor se puso por primera vez de manifiesto en el momento del anuncio de la Encarnación

Y el alumbramiento llega en condiciones precarias, alejadas de las que cualquier persona pudiera imaginar o desear para dar a luz a su hijo. Se ve obligada a hacerlo fuera de su casa – desplazada a Belén desde su Nazaret natal, – en un humilde establo. Pero aceptó la situación y confío en Dios, pues estaba a punto de nacer de Ella el Salvador, el Mesías, el Señor y todo lo demás pasó a un segundo plano.

El caso es que, tras partir los Magos, después de su adoración al Niño que acababa de nacer, nos cuenta el evangelista San Mateo (Mt. 2,13-15) cómo José y María se llevaron a Jesús a Egipto huyendo de Herodes que quería darle muerte. Y la Virgen volvió a ponerse en las manos del Señor, Ella también fue emigrante viéndose obligada a viajar a Egipto sin conocer cuánto tiempo habrían de permanecer allí, o dónde y de qué vivirían. No obstante, de nuevo, confió en Dios, su fe en Él y el amor a su familia hicieron que aceptase esa nueva situación que su fidelidad a Jesús le deparaba.

Pero, los sufrimientos, los Dolores, las Tristezas y las Penas de María no habían terminado ya que, cuando acudió al templo siguiendo la tradición de la Ley de Moisés para presentar al Niño, -un día que, en principio, sería de gozo y de alegría-, Simeón le anunció una profecía: que su Hijo sería signo de contradicción y que a Ella “una espada le atravesaría el alma” (Lc. 2,34). Nuevamente otro sobresalto en su vida aceptado con amor, como el que pudo sentir cuando ese Hijo, con tan sólo doce años, permaneció desparecido tres largos días -que imagino de angustia y desolación para los padres- hasta encontrarlo enseñando a los Doctores de la Ley (Lc. 2, 41-52). La Virgen de las Penas, dice el Evangelio, que “guardaba todas estas cosas en su corazón” y ello a pesar de que, como también se nos narra, José y María “no comprendieron la respuesta que les dio” su hijo: ”¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que tengo que ocuparme de los asuntos de mi Padre?” No comprendieron, pero creyeron y el Hijo “vivió obdedeciéndolos”(Lc. 2 50-51).

Francisco Berjano

D. Francisco Berjano Arenado.
Magistrado

Y así permaneció siempre fiel, hasta ver a su Hijo muriendo en una Cruz; quizá, pudo imaginar algo distinto tras el anuncio del Ángel con que comenzamos esta reflexión -una vida más estable, plácida y segura-, pero Dios quiso otra cosa de María y Ella se lo dio todo incondicionalmente; sin protesta, sin reivindicación alguna, sin pedir explicaciones ante tanto contratiempo y tanta Pena. Su SÍ lo mantuvo hasta el final, y aún hoy sigue en la brecha, cuidando de nosotros, dando cumplimiento al último encargo que le hizo Su Hijo convirtiéndola en Madre de todos los creyentes, en Madre de la Iglesia.

Bendita sea.

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