Pocas son las referencias que sobre María encontramos en los Evangelios, si bien rastreamos su presencia tanto en los sinópticos como en san Juan. En todos ellos se nos presenta la figura de la Madre de dios como una mujer sencilla, humilde, hogareña, fiel a la misión trascendente que le comunicó el arcángel Gabriel.
El nombre de María aparece mencionado cinco veces en el evangelio de san Mateo, una en el de san Marcos y trece en el de san Lucas; mientras que san Juan nunca lo utilizará y se refiere a Ella con los términos “Madre” y “Mujer”.
San Mateo pone especial énfasis en poner de relieve la genealogía davídica de Jesús de Nazaret, en el que se cumple todo lo anunciado por los profetas. Nos presenta a la joven María que ha otorgado su “fiat” al mensaje que el arcángel Gabriel le ha revelado: ser la madre del Mesías. Nos muestra la duda que por un momento alberga José, a quien por revelación se le descubre el origen divino que alberga el fruto del vientre de su esposa. El Evangelista hace especial hincapié en el carácter virginal de María: “Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros»”[1].
En cuanto a san Marcos hay que destacar la escasa información que nos proporciona acerca de la figura de María, la cual aparece tan solo en dos pasajes. En el primero encontramos a Jesús en Cafarnaúm, probablemente alojado en casa de Simón Pedro, donde recibe el aviso de la llegada de algunos miembros de su familia con María a la cabeza y la sorprendente respuesta del Hijo: «Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera». Él les respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre»[2]. El segundo de los pasajes alude al asombro que causaban las palabras de Jesús entre muchos de los que le oían, que no acertaban a dar una explicación a la hondura de su pensamiento: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María»[3]
Sin duda, es san Lucas quien nos aporta un mayor caudal de información sobre la Madre de Dios. En el texto encontramos las entrañables escenas de la Anunciación, la Visitación a Santa Isabel (con el canto del “Magnificat”), el Nacimiento de Jesús, su presentación en el Templo, el Niño perdido y hallado en el Templo, para culminar con el encuentro con las piadosas mujeres de Jerusalén o el Calvario, escenarios en los que muy bien pudiera localizarse a la figura de María: “Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado.”[4]
Y, por último, en el evangelio de san Juan localizamos a María en las trascendentes escenas de las Bodas de Caná y el Calvario. De la primera recibimos el mensaje que debe impregnar toda nuestra existencia: “Haced lo que Él os diga[5]”. De la segunda, la entrega de la Madre al Discípulo Amado, en el que todos estamos representados: “Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa”.[6]
Que cada día de este mes de mayo, María nos ayude a acercarnos a Cristo, cuyo rostro se descubre en los más necesitados de misericordia, como bien lo ha entendido esta querida y ejemplar Hermandad de Santa Marta yendo al encuentro de los que sufren las consecuencias de la guerra en Ucranía, triste circunstancia, que acrecienta las Penas del Corazón Inmaculado de Santa María.
[1] Mateo 1, 22-23
[2] Marcos 3, 32-35
[3] Marcos 6, 2-3
[4] Lucas 23, 55
[5] Juan 2, 5
[6] Juan 19, 25-27