María “es Madre de la Misericordia porque ha engendrado en su seno el rostro mismo de la misericordia divina, Jesús, el Emmanuel”. De esta forma, el papa Francisco ha añadido una nueva invocación a las letanías lauretanas del Santo Rosario: María, Madre de Misericordia. Así, afirmamos que la Virgen María es compasiva, cercana y llena de ternura, que se pone en el lugar del sufriente e intercede por él.
En el evangelio, Lucas en su capítulo 1, nos presenta esta oración de la Virgen en forma de cántico con motivo de la visita a su prima Isabel:
“Proclama mi alma la grandeza del Señor,
y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador;
porque ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava,
y por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
su nombre es Santo,
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación” (Lc 1, 46-50)
María nos presenta en el Magníficat un canto a la misericordia de Dios, que viene a traernos el amor de Dios y la felicidad al mundo, con una preferencia especial por los pobres y los humildes. María es Hija de la misericordia de Dios y, a la vez, Madre del Dios de la misericordia. En estas palabras de María estamos ya ante un anticipo de las bienaventuranzas y una nueva visión de la salvación: Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
En el rezo de la Salve, con el que tantas veces invocamos a la Virgen María, la reconocemos como Madre de la misericordia: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia. Ella es la madre que nos lleva a la reconciliación y a la misericordia y siempre sale a nuestro encuentro, capaz de aceptar el gran misterio que se presenta ante su corazón, con todas sus dudas y sus miedos humanos, pero poniendo toda su confianza en Dios.
María es Hija de la misericordia de Dios y, a la vez, Madre del Dios de la misericordia
También al pie de la Cruz, María asume nuevas actitudes de misericordia: acompaña al Hijo y nos hace partícipes de su maternidad espiritual a todos y cada uno de nosotros. Desde ese momento, Juan acogió en su casa a María, así como cada uno de nosotros, reconociendo nuestra pertenencia a la Iglesia, imploramos a la Virgen “vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos” y le pedimos que suscite en nuestro interior actitudes de misericordia y amor a nuestros hermanos.
Y María, por ser Reina de la misericordia, es también Madre y redentora de los Cautivos y nos trae una respuesta liberadora.
María sufrió en sus propias carnes el dolor profetizado por el mismo Simeón cuando, hablando del Dios encarnado, le dijo: “será signo de contradicción; y a ti misma una espada te atravesará el alma”; quizás por ello impulsó un gran movimiento liberador que saliera en la búsqueda y auxilio de los oprimidos y los cautivos, de los privados de libertad en su más estricto sentido, y de las víctimas de tantos y tantos cautiverios que oprimen al hombre de ayer, al de hoy y al de mañana.
Imploremos la misericordia de Dios por intercesión de su Madre, la Virgen María; que sepamos acoger al Señor en nuestro corazón como hizo María en su vientre materno contra toda razón humana, pero con toda la confianza puesta en Dios; que, como María, salgamos al encuentro de los más débiles e indefensos, de las víctimas de los cautiverios y de las guerras, que luchemos desde el Amor con las injusticias de este mundo y devolvamos la dignidad a quien le haya sido arrebatada.
Volvamos nuestra mirada a los ojos misericordiosos de nuestra Madre de las Penas y que ella nos conceda las Mercedes que sus hijos le imploramos.