A lo largo de todo el año, desde la Liturgia de la Iglesia se nos invita a que de una y de mil maneras distintas focalicemos en nuestra oración la centralidad de María, no ya como alguien que juega un papel crucial en la economía de la salvación, sino en nuestra propia realidad de la entrega diaria, discreta y sencilla al Señor.
Además de esto, vemos cómo sólo cuando tomamos un camino seguro, nuestro caminar fatiga mucho menos, pues tenemos la certeza de que todos los esfuerzos conducen sin demora hacia la meta que buscamos.
Y para cerrar este preámbulo, contemplamos cómo en todos los rinconcitos donde hay presencia cristiana, al menos desde la perspectiva católica, no falta una devoción sincera, sea más o menos conocida o multitudinaria a la Virgen que es Madre de Dios y Madre Nuestra.
¿Qué hay detrás de esta devoción a la Virgen?
María es la mujer buena, pero al mismo tiempo toda Santa, que por un privilegio particular de Dios fue preservada de toda mancha de pecado, incluso del pecado de origen con el que nacemos por nuestra condición humana, ya que en previsión de ser la Madre que engendra la Naturaleza humana de Cristo, debía ser un medio limpísimo en el que Dios pudiera recrearse.
Pero la honra que merece la Virgen no sólo le pertenece por este privilegio que tan sólo le cupo descubrir, sino que lo verdaderamente sorprendente de la figura de María es darnos cuenta de la forma en que aúna una sencillez absoluta en todo lo que hace, con la heroicidad de ser capaz de olvidarse por completo de sí misma para disponerse al servicio de Dios y de los demás, hecho que queda patente en los momentos en los que aparece el relato de la Virgen recogido en los Evangelios, y que pese a ser escasos, en todos se muestra esta misma actitud de María; como la que piensa más en los demás que en sí misma.
Ella nos demuestra que siempre tiene el Señor para cada persona y circunstancia un plan, con el que precisamente quiere hacernos partícipes de su misma vida.
Para nosotros, que luchamos cada día intentando recorrer un camino de coherencia, no puede ser accidental la presencia de la Virgen. Ella nos puede – y además quiere- mostrar un camino firme por el que nos vamos a encontrar con el Amor de su Hijo, a través del cuál, no sólo accedemos inexorablemente al Misterio de Dios, sino que participamos –porque así lo quiere el mismo Dios- de la edificación que gradualmente, por la gracia de Dios y con nuestra correspondencia, vamos alcanzando en nuestra vida de ser Templos del Espíritu para la Gloria de Dios.
María nos asegura su intercesión, mediación segura que nos lleva a darnos cuenta que sólo poniendo en Dios nuestra vida, todo lo que nos sucede además de adquirir un sentido nuevo, nos sirve para convertirnos contantemente en personas que buscan y por ende encuentran la santidad personal en lo cotidiano que practican.
Si miramos la encíclica Redemptoris Mater, del Papa mariano San Juan Pablo II, aparece una reflexión en la primera parte en torno a la idea de que María es feliz porque ha creído, idea sacada del Evangelio (Lc 1,45) en la que se explica la absoluta necesidad que tenemos, si queremos la alegría que nos regala Dios a manos llenas, de dejar que en nuestra vida podamos tener esa plenitud, solo haciendo que nuestro querer sea constantemente un acto de amor, de confianza absoluta en la Providencia de Dios y sobre todo, que pongamos de nuestra parte todo lo que tengamos a nuestro alcance; sólo así es como se edifica en nosotros el edificio de la santidad con el que Jesús quiere coronar nuestra vida.
N.H. Marco Antonio Fernández Rodríguez, Pbro.
Es nuestra tierra, tenemos la enorme suerte no sólo de contar con un vasto patrimonio artístico en torno a la Virgen, sino que eso es señal de algo mucho más importante, como es la devoción y el cariño tierno, filial y al mismo tiempo firme que tenemos hacia nuestra Madre. Ojalá en nosotros no se apague esa llama de esperanza que nos brinda la Virgen, pues Ella nos demuestra que siempre tiene el Señor para cada persona y circunstancia un plan, con el que precisamente quiere hacernos partícipes de su misma vida.
Ntra. Sra. de las Penas es un referente claro de que la Virgen no abandona el camino que el Señor le pide tomar, sino que al contrario, al tener un corazón enamorado y libre, puede asumirlo y además hacer que ese camino se colme en esperanza pues la Palabra que Dios da a nuestra vida, nunca puede defraudar.
AVE María Purísima.
N.H. Marco Antonio Fernández Rodríguez, Pbro.
Párroco de San Juan Bautista (las Cabezas de San Juan)