María en el Traslado al Sepulcro

José M. Berjano Arenado
Abogado
18 de mayo de 2022

La Sagrada imagen en su paso procesional nos va servir de icono para la presente meditación, pues representa el momento en que Cristo es trasladado al Sepulcro, acompañado de sus íntimos, y por supuesto de María Santísima de Las Penas. Atrás queda esa iconografía del Señor clavado en la Cruz, con su Santísima Madre al pie de la Vera Cruz. Y, como decíamos, contemplando ese icono llegamos a la conclusión de cómo la divinidad está absolutamente escondida, la grandiosidad de Dios hecha añicos, no es sino desde los ojos de la Fe, como gracia concedida, por dónde podemos llegar a ver a Dios.

Virgen Quinario 2015

Ntra. Sra. de las Penas en el Quinario de 2015.

Esa Madre, cuyo amor por su Hijo, contempla como el desamor es crucificador, soportando, como dice el Evangelio, de pie junto a la Cruz, la aberrante muerte de su hijo, como tantas madres a lo largo de la historia de la humanidad han padecido y siguen hoy en día padeciendo tantas y tantas muertes injustas (ejemplo las guerras, como la actual de Ucrania, y que en esta Hermandad de Santa Marta hemos podido conocer a fondo por sus nefastas consecuencias, y tantas otras que no tienen tanta difusión y/o transcendencia), muertes por la lacra de la droga, de las enfermedades depresivas, y que, como nuestra Sagrada Imagen, permanecen fieles, confiadas y esperanzadas de pie, y con la cruz en su corazón, por amor a su Hijo, ese Hijo que por Amor a todos nosotros es crucificado.

El Amor, siempre sabe estar, sabe disculpar, sabe soportar, saber compartir, sabe entregar (lo pregona así San Pablo), por eso nuestra Madre de las Penas, aparece magníficamente situada en el paso procesional testigo de todo, protagonista- aparentemente de nada-, pero la Fe, nos demuestra que es fundamental, pues en la Vera Cruz, lo único que tenía Jesús fue a su Madre,  y sabe compartirla, de ahí, que le dijera al discípulo: “Hijo ahí tienes a tu madre….y el discípulo desde aquella hora la acogió en su casa”.

Esa acogida no es solo la del discípulo con la madre de su maestro, es la acogida de la Madre a todos nosotros, sus hijos, a toda la humanidad con todas nuestras penas, nuestras alegrías, nuestras miserias y nuestras fortalezas, desde ese momento se constituye en esa intercesora, esa abogada, esa Protagonista, para con todos sus hijos.

Pero para llegar a ese momento, previamente hay que quedarse con la Pena de la Santísima Virgen, pues la mirada de nuestra Sagrada imagen, aunque rota por el dolor, es una mirada confiada, pues desde el momento en que su Hijo, se entrega confiadamente al Padre (“a tus manos encomiendo mi espíritu”), su Madre, que había ido guardando todas esas cosas en su corazón, confiaba en las promesas de su Hijo, que tiene palabras de vida eterna. Con esa imagen viendo el traslado de su Hijo, nos da una lección y nos enseña que debemos confiar, “sé de quién me he fiado”, y aún cuando las Penas de Nuestra Señora la hunden en un pozo, con la Fe y la Esperanza, por muy profundo, hondo y oscuro que sea el pozo, en el fondo es dónde está el agua, y el agua es vida. La mirada de la Virgen siempre, en todo momento, estuvo dirigida a su Hijo con adoración, asombro, dolor, alegría, según el momento, pero siempre llena de confianza.

Al final hay vida, toca esperar pues, contra toda desesperanza; emerge esa figura enhiesta de la Santísima Virgen, quien asume nuestras Penas, todas, absolutamente todas, para erigirse en mediadora universal de la humanidad, ayudándonos con su ejemplo a creer, confiar, desde la oración, desde la espera para convertir toda pena, toda cruz, toda desesperanza, en Amor, amor confiado, amor revitalizador, amor creador.

En ese traslado al Sepulcro nuestra Madre María Santísima de las Penas, es la pasión, ante todo de la madre. La espada le atravesó el corazón. Contemplación de dolor, sufrimiento y muerte que sabemos inocente ante lo que no podemos hacer nada y ver cómo triunfan las dinámicas del mal, de la injusticia, la prepotencia, los autoritarismos descontrolados, del orgullo.

Las pasiones de tantos y tantos inocentes: dolor y sufrimiento del mundo…; pero Ella nos enseña con su ejemplo a recibir, a orar, desde el mismo momento de la crucifixión del Señor, recibiéndolo en su regazo y hasta su posterior traslado al Sepulcro.

Desde ese ejemplo de María Santísima de las Penas, con su entrega y su oración confiada podemos copiar y repetirnos esta conocida y bella composición poética:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,

que aunque no hubiera cielo, yo te amara,

y aunque no hubiera infierno te temiera.

 

No me tienes que dar porque te quiera,

pues aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

 

Jose Manuel Berjano Arenado

José M. Berjano Arenado.
Hermano Mayor de la Hermandad de Vera Cruz.

Por eso, es San Ignacio de Loyola, quien propone que es de sentido común y pura lógica, consecuencia del Amor, que Jesús resucitado, se apareciera a su Bendita Madre, y ello aunque no aparezca en los Santos Evangelios, con la Resurrección, la novedad del Evangelio es que nos da Esperanza, y esas penas cambian, de ahí que todos los que acudimos confiados a la Virgen de las Penas, experimentemos ese cambio en la forma de ver nuestras vidas, pues Ella asume que la presencia de su Hijo en nuestras vidas cambia las penas por Alegrías, la desesperanza por Esperanza y el desamor por AMOR. 

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