María, educadora en la Fe

Manuel María Roldán Roses, Pbro.
9 de mayo de 2021

Habitualmente decimos que España es la “tierra de María”, y que de un modo especial, Andalucía, nuestro terruño, es la “tierra de María” por excelencia. Pero, a pesar del gran amor y devoción de nuestro pueblo a la Virgen María, la imagen que tenemos de Ella es incompleta, o bien, que es deficitario siempre nuestro conocimiento de la que es la Llena de Gracia. Cristo, desde el árbol de la Cruz nos entregó a su Madre como Madre nuestra y por eso podemos considerarla e invocarla como Madre nuestra. A una Madre siempre se le pide ayuda, socorro, intercesión, mediación… Es el mismo Señor quien nos ha concedido que le pidamos a través de su Madre. Pero Dios también quiere que nuestra piedad mariana desemboque en un acercamiento a Jesús, en un encuentro fructífero con Él, que realmente transforme nuestra vida. La misión de María con respecto a nosotros sus hijos no sólo es socorrernos o ayudarnos, no es sólo interceder por nosotros ante su Hijo Jesús, sino también educarnos en la fe en Él y llevarnos a un encuentro con Él.

María dio a luz al Redentor del mundo, Jesucristo nuestro Señor. Ese fue el objeto esencial de su existencia, la gran misión de su vida, para la que fue preparada por Dios desde su Concepción Inmaculada. Pero María está llamada a ser Madre del Cristo total, cabeza y miembros. Ella es la Madre del Cuerpo Místico de Cristo. Así como Ella, en la Luz del Espíritu Santo, educó a su Hijo Jesús, contribuyendo de manera decisiva e irreemplazable al crecimiento humano de la Persona divina, así también, en la Luz del mismo Espíritu divino, debe ahora modelarnos y educarnos a nosotros hasta configurarnos con Cristo. Decía San Luis María Grignon de Montfort que la devoción a María es la que más consagra y conforma un alma a Jesucristo.

Dios, que preparó a María desde toda la eternidad para ser la Madre de su Hijo, la revistió de dones especiales para tal fin, ser Madre y Educadora.

Dios, que preparó a María desde toda la eternidad para ser la Madre de su Hijo, la revistió de dones especiales para tal fin, ser Madre y Educadora. ¿En quién, sino en María, pudo encontrar Jesús un referente humano más perfecto a seguir e imitar?, ¿en quién tuvo un ejemplo humano más perfecto de amor a Dios y a los hermanos? Podemos decir que María ayudó a Jesús a crecer “en sabiduría, estatura y gracia” y a formarse para su misión.

Acercándonos a los misterios de la vida de María en el Evangelio encontramos el más alto magisterio de su vida de fe. En la Anunciación, aparece María como la Virgen orante que acoge la Palabra en su seno y en su vida, y que por esto la hace fecunda. Ella es la Virgen de la confianza en Dios que le lleva a dar salto mortal tras salto mortal en lo que Dios le va pidiendo. En la Encarnación, María es la Virgen de la respuesta comprometida, rápida y fiel. En la Visitación, María es la Virgen servidora y evangelizadora, que sale intrépida de su entorno para cumplir una misión. Es el Modelo de la fidelidad, por eso, lo que le ha dicho el Señor se cumplirá. En el Magníficat, es la Virgen que cree en el Dios que cumple siempre sus promesas, y le canta alegre y agradecida, se confía ciegamente a Él. Ella sabe que Dios derrama siempre su misericordia de generación en generación. En Belén, es la Virgen Madre, llena de ternura y admiración, que no duda de Dios a pesar de las dificultades y que agradece la contemplación de los sencillos y los verdaderos sabios. Tanto en la Presentación como en la Pérdida de Jesús, María es la Virgen oferente, que se desprende de lo que más quiere en este mundo, aunque lo viva con angustias de dolor. En la Huída a Egipto, María es la Virgen peregrina, que se deja llevar y conducir por el padre en la historia. Se hace solidaria y comprometida con los más pobres entre los pobres: los inmigrantes. En el silencio de Nazaret, María es la Virgen de la Santidad de la vida diaria. Sabe que cada día es un regalo de Dios y que el trabajo nos acerca a Él y a los hermanos, a los que debemos servir.

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Manuel M. Roldán Roses, Pbro.

En la vida pública de Jesús, María se convierte en la Madre desprendida y generosa, que renuncia a la compañía cotidiana de su Hijo y pasa a convertirse en Discípula predilecta del que enseñó cuando Niño. En la Pasión y en la Cruz, María se convierte en la Virgen diaconisa de la Ofrenda. Allí es Madre de la Esperanza y Refugio de los amigos de su Hijo. En la Cruz del Hijo, María estará de pie (como la que ofrece y se ofrece) y allí permanecerá clavada hasta que todo esté cumplido. En la Resurrección, es la Virgen gloriosa, colmada de alegría, cuando antes lo estuvo de dolor. Será la Virgen Heraldo del triunfo y la victoria de Cristo, y comenzará a ejercer su nueva misión de Madre de la Iglesia.

María es nuestra Educadora en la fe. Contemplar la actitud, la respuesta y el compromiso de María en los misterios de su vida es aprender la fe, la fe de la Iglesia. María nos enseña a caminar por nuestra vida de la mano de Dios, guardando en nuestro corazón todos los avatares de nuestra existencia, para allí contemplarlos con confianza en el Dios que cumple siempre sus promesas.

Manuel M. Roldán Roses, Pbro.
Párroco de Santiago el Mayor (Alcalá de Guadaira)

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