Se nos pide este año a los hermanos de Santa Marta escribir una reflexión a María. Los años precedentes lo han hecho otras personas, seguramente mucho más preparadas que nosotros, pero debemos aprovechar esta oportunidad para expresar nuestra devoción a nuestra madre, la Santísima Virgen de las Penas, en el mes en que celebramos su Triduo y hacemos nuestra entrega incondicional a María como madre de Dios y de la Iglesia.

Porque llegamos al mes de mayo, tradicionalmente mes de María. Esta dedicación se remonta al tiempo barroco, pero ya mucho antes el Rey Alfonso X el Sabio nos invitaba a rogar a la Virgen en la Cántigas de Santa María.

Para todos nosotros este mes debe ser una oportunidad de renovar nuestro amor, como bautizados hacia la mujer que Dios eligió como madre, no solo en el acto de entrega que hacemos en la Función a la Santísima Virgen de la Penas, sino en nuestra vida diaria.

María es Madre de Dios y Dios es amor. Fue escogida como madre y adornada por la virtud que lo define. Por tanto, María es símbolo imperecedero de Amor y Caridad.

Elegida por el Espíritu Santo del Cristo de la Caridad, Nuestra Señora de las Penas es paradigma del Amor de Dios y de la Caridad que lo representa.

Y la Caridad es entrega.

El “Sí” de la Virgen, atrae el don de Dios.

Amor representado en esta Caridad al entregarse a la voluntad divina sin condiciones.

No puede existir la santidad sin María porque ella nos acerca a Cristo. Tratar, rogar, bendecir a la Virgen es la mejor forma de acercarnos a su Hijo.

“Nunca tengas miedo de amar demasiado a la Virgen. Jamás podrás amarla más que Jesús”, escribió San Maximiliano Kolle.

«Nunca tengas miedo de amar demasiado a la Virgen. Jamás podrás amarla más que Jesús», escribió San Maximiliano Kolle.

No tengamos nosotros nunca ese miedo. Acerquémonos a María, amémosla sin medida porque como decía San Juan Pablo II, donde está María, allí está Cristo y donde está Cristo, allí está el Espíritu Santo.

N. H. D. Joaquín Casati Amarillas
Mayordomo primero