Me acerco a María de la Penas por el camino del silencio respetuoso, desde la sencillez de su vida oculta, desde lo poco que sabemos de ella en lo farragoso, y desde lo mucho que nos ha donado en lo cotidiano, casi siempre oculto por la falacia de cierta piedad superficial o de apariencia.
Ella ha comenzado el camino de Jesús y lo ha concluido en coherencia constante hasta en la prueba más dura que se le pueda ofrendar a cualquier creyente: la aceptación con entereza y fe de la muerte de su hijo. He ahí a la Mujer y a la Madre, firme, en pié, junto a la cruz. Porque si fue capaz de estar donde se canta y se alaba, lo fue también donde se sufre; se alegró con los que se alegran, y lloró con los que lloran. María ha estado presente en los grandes acontecimientos de la Vida de su Hijo, sin inmiscuirse, en presencia silenciosa y compartida. María está donde el agua se convierte en vino, también cuando se convierte en sangre, en eucaristía y sacrificio, en entrega e inmolación. Hela ahí, siendo mujer en la Hora preanunciada por su Hijo. Porque ella está presente en la gran fiesta de la muerte pascual de Jesús. Allí donde Jesús no habla, o, si lo hace, es únicamente para implicarla más aún en su propio misterio: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” “Ahí tienes a tu madre”. No acaba de asimilar el dolor y ya tiene que enfrentarse a un nuevo parto, a una nueva misión no menos amarga que la que ahora le toca vivir, o sufrir. Toma la cruz, la propia y la del Hijo y comienza su andadura eclesial en el camino de las exigencias del discipulado, negándose a sí misma, en disponibilidad de gozo y de sufrimiento.
Deberíamos preguntarnos sobre las cruces que nos tocan a nosotros vivir: enfermedad, incomprensión, soledad…etc. Todas son difíciles de asumir, cuanto más de comprender. Os invito a que miremos aquí a María: su fe, en la noche más oscura de la vida; su camino, paralelo al del Calvario; su presencia, junto a la Cruz “stabat Mater”; su serenidad, porque todo su ser se abandonó en Dios. Mirad aquí a María ¡miradla por amor de Dios! Porque el camino de la Madre es un misterio de amor, de encuentro con Dios, de fecundidad y de muerte. Siendo la que inicia a Cristo en el mundo, es también quien lo culmina, en ese gesto de dolor materno y entregado en el misterio insondable de la grandeza de Dios. Este es el gesto que hoy nos sigue emocionando como creyentes, “que junto a la cruz de Jesús estaba su Madre” …En el lugar exacto en donde todos abandonan, en donde los parientes se avergüenzan y rechazan, en donde los discípulos, a lo sumo, se sientan en la lejanía y cuchichean amedrentados y huidizos a todo compromiso. Ahí está, firme, en el corazón mismo del Evangelio junto a unas mujeres y el auténtico creyente, el único discípulo que no ha desertado. María permanece, más allá de toda razón lógica, haciéndole cara al destino, amarrándose más que nunca al Dios del silencio y el desconcierto, al Dios de los interrogantes y las oscuridades, a la locura misma de ser la primera discípula de ese loco maravilloso que ahora pendía de un madero. He aquí a la Madre, la única que hace todo el camino, la verdadera seguidora de Jesús. Porque es aquí, en estos lugares de negritud y de sombra donde de verdad se sabe quiénes siguen de verdad a Cristo.
Gracias, Madre, por habernos vinculado a esta Iglesia de carne y sangre, de hombres y de mujeres que sienten y padecen como tú
Deberíamos hoy pedirle a María de las Penas que nos ayude a descubrir la presencia de Dios en nuestras cruces cotidianas, que experimentemos la presencia del Padre y la del Hijo. Que en los momentos en que la cruz es más pesada sepamos que el Hijo nos está diciendo: “Ahí está tu Madre”; y que a ti te está diciendo: “Ahí está tu Hijo”. María, en la fiesta o en la cruz, ven a nuestro corazón: a nuestro corazón de fiesta o a nuestro corazón sufriente y silencioso. Ayúdanos a estar, como tu, allá donde nos pide el Señor, en la tarea misma de la Iglesia, en el compromiso de hoy, junto a los nuevos cristos urgentes, nuestros hermanos vivos de los nuevos calvarios. Ahí queremos estar. Porque junto a la cruz de Jesús estaba María, con un corazón silenciosamente apostólico, asumiendo el anuncio de Simeón y la espada del mundo traspasando a su ser más querido.
Queremos caminar con María, hasta la cruz si es preciso, peregrinar por el mismo camino de fe que ella tuvo, por ese camino de síes progresivos, como es nuestra vida. No buscamos hacer grandes cosas, pero sí que las cosas pequeñas sean verdaderas. Queremos ser simplemente discípulos como la Madre, entrar en su corazón para aprender de Ella a contemplar la vida desde el humilde oficio que nos corresponda, a comprender mejor el mensaje de su Hijo, y, sobre todo, a acompañar a Jesús en la difícil tarea de cambiar los corazones de los hombres. Queremos aprender con ella el difícil camino del silencio, sin impaciencias, sin prisas, desde la larga espera y el largo desierto, sin que las preguntas por las falsas urgencias nos aturdan y nos desvíen en el atolondrado deseo de ser salvadores de todo. Desde la humildad de María queremos aprender a caminar con ella en silencio y profundidad, en servicio y en cruz, y también en pascua…pero, sobre todo, con ella para llegar a Jesús.

Felipe Ortuno Marchante, O. de M.
De alguna manera, Madre de la Penas, eres el gozo de la nueva era, porque en aquel instante de Calvario tu Hijo te supo hacer Madre de todos. Y paradójicamente, la que todo lo entregaba, todo lo recibía a un tiempo. Mujer, eres desde ese instante la Nueva Eva, la nueva Madre, con otra hondura que jamás se podría sospechar. Y esto es Pascua, nueva Vida para todos nosotros, que, al cabo, nacemos y nos engendramos desde el dolor. Si bien es verdad que en nada nos has espiritualizado el dolor, porque en ningún momento, y a pesar de toda la teología de aquellas palabras, te has separado de la Cruz. No nos has resguardado en intimismo, al contrario, nos sigues reafirmando en la entrega de tu Hijo.
Gracias, Madre, por habernos vinculado a esta Iglesia de carne y sangre, de hombres y de mujeres que sienten y padecen como tú. Gracias por haber asumido el fracaso en plenitud y en Banquete del Reino en medio de la Historia. Gracias por no dejarnos sumidos en el dolor del hijo agonizante y darnos la misión de ser nuevas criaturas para trasformar el dolor en la Resurrección que nos pide tu Hijo, Cristo Nuestro Señor.
Felipe Ortuno Marchante, O. de M.
Comendador de la Orden Mercedaria en Jerez