La adornamos como una reina, y ella fue una mujer sencilla de una aldea pequeña. Nos la pintan o esculpen con manos delicadísimas y rostro angelical, y ella tuvo que tener manos de trabajadora y el rostro quebrado por los fríos y las dificultades vividas. Nuestras imágenes buscan mostrar la luminosidad de la fe y del amor que María de Nazaret reflejaba en su rostro.
En el rostro maternal de María nuestra fe funde la imagen viva de Jesús con los miles de rostros de nuestro pueblo pobre, humilde y esperanzado que a ella se acoge. San Lucas refleja en la oración de María, el Magníficat, el modo de actuar de Dios que ensalza a los humildes y levanta de la basura al pobre. La auténtica expresión de fe en María brota de quien camina en su vida con humildad, fuertemente adherido al Dios, que sacia a los hambrientos y derriba del trono a los poderosos.
La Virgen pertenece al pueblo que vive con lo indispensable. Donde está María, están los pobres: los atrae y los hace presentes.
La historia de María es la historia del pueblo sencillo. Era una muchacha humilde de una aldea de Palestina que confía en el Señor, que está con ella para protegerla y ayudarla; hasta que un día se sorprende con la misión de ser madre del Mesías que viene a salvar a todos. María es memoria del pueblo pobre porque ella misma lo es. Ella lleva al Pueblo de Dios a vivir en una actitud maternal, creyente y humilde. Ella ha hecho siempre del rostro de los pobres el auténtico rostro de la Iglesia. Sus entrañas de misericordia nos evocan a quienes no tienen las necesidades vitales cubiertas y acuden a ella para invocarla confiadamente; ella personifica el amor de Dios por los pobres. La Virgen pertenece al pueblo que vive con lo indispensable. Donde está María, están los pobres: los atrae y los hace presentes. Acuden a oírla, a verla, a rezarle, a acompañarla.
Rezar a María es rezar con el pueblo creyente. De él aprendemos los modos de expresar el amor y la devoción a María. El pueblo cristiano llega fácilmente a una espontánea y profunda relación con ella. Muchos rostros de personas sencillas nos hablan de María: rostros de personas que emplean su vida aliviando el dolor de los demás, rostros de amas de casa que no saben cómo llegar a final de mes, rostro de las mujeres que cuidan años y años a enfermos y ancianos, de matrimonios que siguen luchando por las dificultades de sus hijos ya mayores. María es la adolescente que se encuentra con el Dios de los pobres, o aquella maestra cariñosa que siempre se preocupa de los que más la necesitan. María es la mujer migrante que manda todo su jornal al otro lado del mundo para que los suyos tengan vida. El rostro de María se transparente en tantos rostros cercanos, y permite que veamos la profundidad de la vida sencilla de esas personas.
Jose Joaquin Castellón, Pbro.
María hace que muchedumbres escuchen el evangelio, se alegren, lloren, pidan perdón por sus pecados. El pueblo que reconoce en María a una “que vive en Dios”, solidaria con sus penas y alegrías, la invoca con confianza: Abogada nuestra vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos. La fe en María es siempre comunitaria, siempre se ha le ha rezado familiar y comunitariamente; la devoción a la Virgen ha sido devoción vivida en familia, entre amigos; ha unido y ha hecho confraternizar a pueblos enteros.
La devoción a la Virgen, nuestra Señora de las Penas, ha sido durante años el cauce que han tenido los cristianos de su barrio de sentir a Dios cerca de ellos. María suscita la presencia de Jesús. Los frutos que se producen con la presencia de Jesús son los mismos que revivimos con la presencia de María. Cuando nuestra fe proclama que Jesús y María están con nosotros, hay alegría, confianza y audacia en el compromiso. La experiencia cristiana es, esencialmente, experiencia de cercanía de Jesús Resucitado. La identidad cristiana se entiende bien cuando se la concibe como vinculación a Jesucristo vivo, presente y actuante. Nadie tuvo una experiencia de vinculación con Jesús como su Madre, y ella nos enseña a descubrirlo en nuestra vida. María nos enseña a abrir los ojos para reconocer a Jesús presente entre nosotros.
Demos gracias a Dios porque por la devoción a María, Nuestra Señora de las Penas, muchos de vosotros os habéis encontrado con el rostro misericordioso de Cristo, que nos mueve a vivir desde la misericordia con el que sufre.
José Joaquín Castellón, Pbro.
Delegado Diocesano de Migraciones