Con las palabras que a modo de testamento Jesús en el Calvario dirige a su Madre y al discípulo y evangelista San Juan —«Mujer, ahí tienes a tu hijo», «Hijo, ahí tienes a tu madre»— encomendándoles mutuamente su cuidado físico, pero, sobre todo, también espiritual y extensible a las sucesivas generaciones de los seguidores de Cristo, culmina el sacrificio de la cruz. Poco después, el traslado hasta el sepulcro pondrá lugar y punto final a su vida terrena.
En esos momentos María, que ha estado acompañándolo desde la cruz hasta la tumba, despide entre lágrimas y penas a su Hijo, estrena su soledad y es acogida por los pocos fieles que aguardaron hasta aquel momento iniciando una nueva tarea o misión. Así lo expresa el teólogo Henri de Lubac en su “Meditación sobre la Iglesia”, cuando afirma: “En el momento en que María parece haber acabado completamente su vida de madre de Cristo, se convierte en realidad en la madre común de los cristianos”. Finalizaba su misión de ser madre física de Cristo y pasaba a ser madre espiritual de la Iglesia, y por tanto de la hermandad, que es una porción o parcela particular de la misma.
En nuestra hermandad de Santa Marta la Santísima Virgen de las Penas ocupa un lugar propio: el “más alto y el más cercano a nosotros” señala la introducción a las Reglas. Está situada entre la cabeza y el fundamento de todo que es el Santísimo Cristo de la Caridad, a “quien acompañó con infinito amor de madre hasta el sepulcro” como leemos en la protestación de fe, y la figura creyente y discípula de Santa Marta, modelo de amistad y fidelidad al Señor y de servicio a los demás.
Este lugar tan peculiar se expresa visualmente el Lunes Santo. Nuestra Señora de las Penas cierra y preside el cortejo fúnebre del misterio procesional, llorando tras el grano de trigo caído en tierra y muerto, que es llevado entre cientos de cirios azules encendidos hasta el huerto donde dará mucho fruto. Y a modo de quicio o eje divino, a la vez es la primera que, cargada con su cruz mística formada por la profecía de Simeón: “A ti misma una espada te traspasará el alma”, encabeza y guía a los penitentes que caminan tras el paso, como principio de esas largas filas que quieren seguir al Maestro por los caminos de la vida portando sus cruces con las letras S M grabadas a fuego. Acudir y encontrar a María en este lugar suyo en la hermandad es una hermosa tarea o misión, siguiendo las reglas: “María constituye para todos los hermanos el modelo de vida al que imitarán para conformarse mejor a Cristo”.
Se cumplen en estos años los cincuenta de que los cultos a Nuestra Señora de las Penas se celebran en el mes de mayo, mes tradicionalmente dedicado a la Virgen María, lo que quedó refrendado en las reglas de 1976, y que coincide con el periodo solemne de Pascua de Resurrección. Durante este tiempo —cuajadas las lágrimas de su dulce rostro, relajado el enrojecimiento del cerco que embellece sus grandes ojos, quietas las penas y recuperado el aliento que se escapa por su boca entreabierta— María nos convoca a la iglesia, y por ende a la hermandad, para en la belleza tan nuestra de estas tardes primaverales de mayo —aire tibio o brisa que a veces quema, pájaros que cantan antes de dormir y luz del sol que se oculta tras San Andrés— celebrar con ella la Resurrección de su Hijo y orar juntos a la espera del Espíritu Santo. Y la vez venerarla con devoción, a la luz del cirio pascual, bajo el perfume de las azucenas y con el canto del Regina Coeli, como «Madre, guía y hermana» de nuestra Hermandad de Santa Marta, como tan bien dejó escrito nuestro hermano sacerdote Luis Fernando Álvarez.
Un buen lugar donde depositar las cosas más importante de nuestra vida y de nuestra hermandad, que caminan juntas y entrelazadas, son sus manos siempre abiertas y levemente sonrosadas
Un buen lugar donde depositar las cosas más importante de nuestra vida y de nuestra hermandad, que caminan juntas y entrelazadas, son sus manos siempre abiertas y levemente sonrosadas. Entre otras, como escucharemos en el Acto de Entrega el domingo de su función solemne: el precioso tesoro de nuestras Reglas…, el compromiso de fidelidad y de unidad…, la santificación de todos nuestros hermanos…, el compromiso de transmitir la fe en nuestras familias…, la defensa de la vida…, el trabajo y la profesión de cada uno de nosotros…
Siguiendo el testamento de la cruz y para alcanzar todo ello, nada mejor que volver a Lubac: “Nada podría ayudarnos mejor que contemplar a la Virgen María. Su santidad es totalmente teologal. Es la perfección de la fe, de la esperanza, y del amor. Ella lleva a su cumplimiento «la religión de los pobres». La esclava del Señor se eclipsa ante quien ha puesto los ojos en su humildad. Adora su poder. Canta su misericordia y su fidelidad. Se alegra solo en Él. Ella es su gloria. Toda su tarea como madre nuestra consiste en llevarnos a Él. Así es María”. Santísima Virgen de las Penas, lugar eterno, final y principio de todo, ruega por nosotros.
N. H. D. Isidro González Suárez
Ex Hermano Mayor