La tradición de la Iglesia ha hecho llegar hasta nuestros días la importancia de la Santísima Virgen María en la Historia de la Salvación. San Luis María Grignon de Monfort, en su “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, hace referencia al influjo maternal de María en la vida del Verbo Encarnado y en su cuerpo místico que es la Iglesia. Siglos más tarde será el Concilio Vaticano II que refrendara esta maternidad eclesial de la Santísima Virgen.
En efecto, la veneración a la Madre del Señor y Madre nuestra es intrínseca a nuestra fe trinitaria, pero no solo desde el punto de vista sentimental sino también como modelo de fe e intercesora de las gracias que nos llegan del Cielo. El culto a la Toda Santa ha acompañado la fe de la Iglesia a lo largo de todos los siglos, desde el origen del cristianismo hasta nuestros días.
San Francisco, San Buenaventura, San Bernardo, San Alfonso María de Ligorio y otros muchos santos han ensalzado las glorias de María y nos han enseñado a quererla y a acogerla en el depósito de nuestra fe.
También Sevilla, ciudad mariana, tal y como se recoge en el escudo de la ciudad, ha sabido recoger el testigo de la Tradición y se ha sumado al canto de toda la Iglesia desde que en el Concilio de Nicea se la proclamase Madre de Dios.
La devoción a la Santísima Virgen ha construido santuarios, ermitas, basílicas y hasta catedrales dedicadas en su honor, templos que se han convertido con el pasar de los años en auténticos centros de peregrinación.
Pero para enseñarnos a peregrinar no podemos encontrar mejor maestra que la misma Virgen María. Ella fue la primera peregrina desde que el Arcángel Gabriel le anunciara que iba a ser la Madre del Señor. Al punto, se dispuso para ir a visitar a su prima Isabel y felicitarla por su milagrosa gestación, cuya noticia también se la había comunicado el enviado de Dios (Lc. 1, 36). Los que hemos podido peregrinar a Tierra Santa, y hemos atravesado las ásperas montañas de Judea, sabemos las dificultades que la Santísima Virgen tuvo que vivir de Nazaret a Ain Karen. Una primera peregrinación llena de esperanza, de ilusión y, a la vez, llena de confianza en Dios ante el desconcierto por la misión encomendada. La peregrinación a casa de Isabel de la que va a ser llamada “Arca de la Nueva Alianza” culmina con un canto de alabanza, conocido en la Iglesia como Magnificat, donde María proclama las grandezas del Señor (Lc 1, 46-55).
Hay un segundo recorrido de esta Virgen peregrina, imagen de la Iglesia que transita por este mundo camino de la Vida Eterna, y es el camino de Nazaret a Belén, tampoco exento de dificultades. En esta nueva peregrinación el destino es un pesebre, que se convertirá a su vez en santuario de peregrinaciones de ángeles, de pastores, y de magos del lejano Oriente cuando Ella cumplió su misión de dar a luz al Salvador. (Lc. 2).
Si reparamos en las dos peregrinaciones podemos observar que el protagonismo no lo tiene la belleza del lugar sino el acontecimiento que revela. A veces los mismos cristianos nos convertimos en “turigrinos” más embelesados por la belleza de los monumentos que por lo que Dios nos quiere mostrar en cada momento de una peregrinación. Debemos aprender de la Santísima Virgen a desentrañar los significados con que Dios regala cada momento de nuestra vida.
Debemos aprender de la Santísima Virgen a desentrañar los significados con que Dios regala cada momento de nuestra vida.
Los relatos evangélicos de la infancia de Jesús nos muestran una última peregrinación de la Sagrada Familia, esta vez en la huída a Egipto (Mt. 2, 13-15), posiblemente para mostrarnos el nuevo Éxodo que nos traía el Señor a todos los que queremos ser liberados por su Redención.
A partir de este momento, la peregrinación de la Santísima Virgen consiste en recorrer siempre en segundo plano los caminos pisados por su Hijo durante los tres años que, aproximadamente, duró su ministerio público. Ella acogía con asombro sus predicaciones, los milagros (Ella intercedió en el primero en Caná de Galilea) y, con profundo dolor, su persecución.
El último tramo de esta peregrinación de María, la Santísima Virgen de las Penas, fue el más duro de su vida, camino del Calvario, culminado en otro lugar nada bello a los ojos humanos, pero profundamente hermoso contemplado desde el amor de Dios: la cruz, lugar de la inmolación del Codero de Dios, entregado libremente por nuestra salvación.
Adrián Riós Bailón, Pbro.
En el Misterio de vuestra Hermandad contempláis el último tránsito de la Virgen junto al cuerpo inerte del Señor, peregrinando al Santo Sepulcro, rota de pena pero llena de esperanza en las promesas de su Hijo. Esta última peregrinación la llevaba paradójicamente al lugar de la Vida, al huerto convertido en Nuevo Edén, Ella que fue nuevo Jardín del Paraíso donde tuvo en su seno por nueve meses al Nuevo Adán, como nos recuerda el santo de Monfort.
Que este mes de mayo, tiempo de Pascua de Resurrección, sea un tiempo donde dejemos que la Santísima Virgen de las Penas comparta con nosotros la esperanza que siempre alberga en su Inmaculado Corazón, para que en tiempos de crisis como los que estamos viviendo, sus hijos podamos alentar a los que sufren y ofrecerles la salvación que nos trae su Hijo con su Muerte y Resurrección, el Santísimo Cristo de la Caridad.
Adrián Ríos Bailón, Pbro.
Párroco de San Juan Pablo II y Delegado Diocesano de Medios de comunicación