Las Penas

Manuel Romero Luque
Profesor titular de la Universidad de Sevilla
4 de mayo de 2022

Hay realidades que el hombre oculta. Conviene no mencionarlas siquiera. Nos hemos creado la ilusión de un mundo feliz –al menos a nivel inmediato– en la que todo lo que pueda atentar contra ello es rechazado compulsivamente. Debemos sonreír, divertirnos, poner fotos que exalten ese estado constantemente vigoroso y alegre. Así, si alguien refiere algún problema personal o colectivo, un dilema de conciencia que lo atormente, una pregunta que nos haga salir de ese estado de excitación provocada y mantenida, no resulta raro que la respuesta que reciba sea: “No me cuentes penas”.

Virgen Quinario 2022

Ntra. Sra. de las Penas en el altar de Quinario

Pero la pena existe. Y conviene que se vea en quien la sufre. Ocultar ese sentimiento grande de tristeza no hace bien a quien lo padece, pues cierra la puerta a la compasión del prójimo. No hablo de una compasión de boquilla y, en cierta manera, dichosa de haber escapado de algo que a otro tortura sin descanso, pienso en el sentido etimológico del término compasión, esto es, “sufrir con”. Se trata de ponerse a su lado para compartir ese peso y dolor que atosiga. Entre dos ya se sabe que cualquier carga es más llevadera.

Por otra parte, aunque uno se sienta débil o apocado para mitigar el dolor de esa persona que soporta sus penas, la propia contemplación del sufrimiento ajeno servirá también para reflexionar sobre sí mismo. Nos permitirá mirar más adentro de nosotros. Podremos examinar las distintas circunstancias que difieren entre el estado de aquel y el nuestro. De este modo, su aflicción también nos mejora, al hacernos conscientes de la irrealidad de ese mundo feliz en el que nos sentimos aparentemente instalados y espolearnos a más altas miras.

En ambas cosas pienso cada Lunes Santo cuando veo el transitar de la Virgen de las Penas. Ella sumergida en su angustia incalculable, con los labios entreabiertos, en un jadeo que es señal de ese dolor que no la deja respirar apenas. Puedo optar por una postura estética y decir qué bella va la imagen y qué hermoso paso cierra. Sentirme muy contento de haberlo visto e ir en busca de otra cofradía. Pero puedo también acercarme a su dolor, que es acercarme a su Hijo muerto, y procurar entender lo incomprensible de la grandeza de su misterio: un Dios que muere por sus criaturas. Literalmente. Si olvido eso, no me pongo junto a Ella, no mitigo su dolor en la mínima medida que quien sufre espera ver en los ojos de los que dicen compadecerse de alguien. Un leve consuelo, pero consuelo, al fin y al cabo.

Ella sumergida en su angustia incalculable, con los labios entreabiertos, en un jadeo que es señal de ese dolor que no la deja respirar apenas

Manuel Romero Luque

D. Manuel Romero Luque.
Profesor titular de la Universidad de Sevilla

De otro lado, la contemplación de María también puede hacerme consciente del sufrimiento de quienes por cualquier causa, sin merecerlo y sin buscarlo, viven rodeados de una pena que les atormenta como a la Madre de Jesús. ¿Hace falta recordar aquí el rastro terrible que deja la enfermedad, la explotación, la muerte o la guerra como acosadores terribles de la humanidad? ¿Qué haría, qué puedo hacer yo, por aliviar esos males y proteger a quienes lo sufren? Hay en ello una proyección de la catarsis clásica que nos interpela, que nos hace mejores, alentada aquí con la fuerza de esa Caridad que nos urge y nos impulsa a no quedarnos dormidos o aletargados ante el sufrimiento ajeno.

Pasa la Virgen de las Penas y con ella no acaba el paso. Forman parte de él y de su cofradía los miles de almas compungidas, sufrientes, animadas, alertas, vivas, llenas de esperanza que la siguen. Haz, Señor, que yo sea una de ellas.

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