Con sus bellos ojos, la Virgen de las Penas abraza y alcanza todo lo que aflige a la humanidad.
Se tomó tan en serio la invitación o mandato de Jesús en el Calvario que la transformó en realidad durante toda su vida. Antes de la petición del Hijo ya estaba bien ejercitada en ello. No hubo necesidad humana que no tuviera cabida en su corazón de madre. La maternidad divina en Belén, inicio de la presencia histórica de Jesús en el tiempo, se prolonga también en sus hijos como prolongación del Dios-Hombre crucificado.
Hoy la palabra vulnerable se usa y desgasta mucho, por la clase política y también por otras instituciones, hasta tal punto que llega a perder su sentido genuino de persona herida y necesitada.
Nuestra Señora de las Penas hace suya la vulnerabilidad de Isabel y corre a su encuentro, no solo para aliviar sino para contar lo que Dios ha hecho en su humildad y pobreza. Tiene presente a los vulnerables esposos, por falta de vino, en Caná de Galilea, y adelanta la hora de Jesús para socorrer la pena de los novios.
Es testigo de la cobardía y vulnerabilidad de los discípulos y no se los reprocha, sino que los consuela y está en medio de ellos hasta que desciende el espíritu Santo en aquel primer Pentecostés de la historia, que transforma los miedos en osadías, las penas de la pasión se convierten en oportunidades para asumir retos y desafíos a los que son enviados los discípulos en la Pascua y bajo el impulso y la complicidad de la Virgen.
Se tomó tan en serio la invitación o mandato de Jesús en el Calvario que la transformó en realidad durante toda su vida
Las penas recientes de una Iglesia atribulada por los sufrimientos de Cristo quedan transformadas en alegrías con el ejercicio de la maternidad “Madre de la Iglesia” como tan acertadamente la invocó San Pablo VI tras el Concilio Vaticano II.
Con tantas advocaciones ha aclamado el pueblo fiel a María que, en estos tiempos de tanta muerte, enfermedad, aflicción y no menos desencanto, por una gestión poco afortunada en muchas ocasiones, nuestra titular se hace más Pena con las penas de la humanidad.
De esta forma ejerce teológica y maternalmente la encomienda de Jesús: Madre de la Iglesia, Madre de los vulnerables, ruega con nosotros y comparte nuestras penas.
“Las alegrías y las tristezas del mundo son las alegrías y las tristezas de la iglesia” según se expone en la Constitución Pastoral, Gadium et Spes, del Concilio Vaticano II.
Como nos dice Von Balthasar, María como Virgen ha engendrado, juntamente con su Hijo, el final de los tiempos, pues es la encarnación de Israel, que ha aguardado las penas y los dolores mesiánicos como signo de la llegada del mundo futuro.
Eduardo Martín Clemens, Pbro.
Nuestra existencia ha comenzado en la tierra: ante todo hemos nacido en la comunidad de pecadores y, sólo mediante el bautismo, hemos sido incluidos en la comunidad de los bendecidos de Dios en Cristo. María, en cambio, se halla en el plan salvífico de Dios como pieza insustituible para la realización del plan.
El ser Inmaculada y no haber conocido el pecado es la condición para que la Palabra de Dios se haga carne. No se trataba ante todo de una cuestión corporal, sino que era preciso un consentimiento perfecto, como un seno materno espiritual para que Dios pudiera introducirse en la comunidad de los hombres. Todo el ser de María, alma y cuerpo sin distinción, fue receptáculo para acogerle.
Así María, penada con las penas de Cristo, asume también las penas de toda la humanidad no como lamentos estériles sino como un sentido nuevo que transforma las dificultades en retos y desafío y hace de la pasión un motivo de salvación por su asociación a los sufrimientos de Cristo y, por ende, a los de la humanidad, desarrollando su maternidad hasta el final de la historia.
De ahí que el hoy de tribulaciones y pandemia es también el hoy de Dios y está bajo la protección de Nuestra Señora de las Penas madre de los vulnerables.
Eduardo Martín Clemens, Pbro.
Párroco de Santa Cruz y Delegado diocesano de Misiones y Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad