La Pascua de la Virgen María: de las penas a la alegría

Antonio Rodríguez Babío, Pbro.
8 de mayo de 2021

En este mes de mayo que la Iglesia dedica tradicionalmente a la Virgen María y en el que seguimos sumidos en la pandemia que desde hace ya más de un año estamos sufriendo, queremos fijar nuestros ojos y nuestro corazón en la Virgen de las Penas. Ella que se nos muestra llena de penas en la hora de la muerte de su Hijo y en su traslado al sepulcro, pero que en la mañana de la Pascua se llena de alegría al ver a su Hijo resucitado, nos ayuda para que nosotros también pasemos de la desesperanza, el dolor y la tristeza que nos traído la pandemia, a la alegría, la esperanza y la ilusión que Cristo vivo y resucitado nos regala.

María se convierte en la Virgen de las Penas en el momento en que su Hijo es trasladado al sepulcro. Como madre, recuerda el momento en que cuando era un Niño, cada noche lo acunaba y lo acostaba en su cama. Y ahora, en la noche más larga y difícil, tiene que dejarlo en aquel sepulcro oscuro y frío. Ahí, en la puerta del sepulcro, María es la madre de las Penas, pero llena siempre de fe en el Padre no deja de ser la madre de la esperanza y de la confianza. Como dice el Papa Francisco, en la hora de la muerte de Jesús, “María es mujer del dolor y, al mismo tiempo, de la espera vigilante de un misterio, más grande que el dolor, que está por realizarse. Todo parece verdaderamente acabado; toda esperanza podría decirse apagada. También ella, en ese momento, recordando las promesas de la anunciación habría podido decir: no se cumplieron, he sido engañada. Pero no lo dijo”.

María se convierte en la Virgen de las Penas en el momento en que su Hijo es trasladado al sepulcro. Como madre, recuerda el momento en que cuando era un Niño, cada noche lo acunaba y lo acostaba en su cama.

Nosotros podemos preguntarnos: ¿Por qué no lo dijo?, ¿Por qué ante la evidencia de la muerte de su Hijo, María no se siente engañada por Dios, abandonada por el Padre?. Pues por su fuerte esperanza y su inconmovible confianza, que le hacen esperar contra toda esperanza y confiar a pesar de toda evidencia.

Su fuerte esperanza y su confianza en Dios son más grandes que sus penas. Y en la mañana luminosa de la Pascua, ante la piedra del sepulcro corrida y abierta, las penas de la Virgen se transforman en alegría y gozo.

Ahora sí que tienen sentido las penas de María, porque la muerte ha sido vencida y Jesús, el Cristo de la Caridad que ha dado su vida por amor, ha resucitado.

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Antonio Rodríguez Babío, Pbro.

Así, la Virgen de las penas que se transforman en alegría en la Pascua, nos da luz y esperanza en la hora difícil que nuestro mundo está viviendo a causa de la pandemia y de todos los problemas derivados de ésta: la crisis económica, las depresiones, las familias rotas por los fallecidos, etc. La Virgen de las Penas nos recuerda que a la luz de la Pascua no hay dificultad que no pueda ser superada, no hay oscuridad que no pueda ser iluminada, no hay penas que no puedan ser transformadas en alegrías. Ella, nos trae en estos momentos difíciles este mensaje de esperanza.

Por ello te pedimos, Madre de las Penas, que como Tú, seamos siempre en el mundo testigos de esta alegría y de esta esperanza para nuestros hermanos que más necesitan iluminar su vida y sus penas con la luz de la Resurrección de tu Hijo, el Cristo de la Caridad que por amor ha entregado su vida por todos.

Antonio Rodríguez Babío, Pbro.
Delegado diocesano de patrimonio

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