Imaginad que rodeáis el paso del Traslado al Sepulcro a la altura de las imágenes, a vista de dron. La escena es desoladora, parece sacada del Evangelio según San Mateo de Pasolini, ved esas miradas desconsoladas de los protagonistas del traslado más triste de la historia.
María de Cleofás, con la corona de espinas entre sus manos, es la viva imagen del abatimiento y la desazón con la mirada cruzando hasta el mismo pecho del Cristo. María Magdalena, la única del misterio que mira al público, se desmorona – ¿Qué hemos hecho para haber llegado hasta aquí? – pura desesperación. José de Arimatea, la cabeza enterrada en el pecho, ojos semiabiertos, apenas puede levantar sus manos de tanto dolor. Fijaos en los ojos de Nicodemo, ¿perplejidad, abandono?, sus fuertes brazos son el contrapunto a tanta debilidad – ¿de verdad llevo muerto a la fuente del puro amor? -. María Salomé mira al cielo – ¿Dios mío por qué nos has abandonado?, ¿o hemos sido nosotros los que le hemos abandonado a Él? Y Marta tan fuerte, tan poderosa. Ved su mirada, por encima del dolor está su fe inquebrantable en la palabra de Cristo -Señor, yo contigo siempre-. Juan, con su mirada lacerada vuelta hacia la madre es el ejemplo del consuelo en el dolor infinito.
Y Nuestra Señora de las Penas, lágrimas en su rostro lacerado por el dolor de una madre que ha perdido a su hijo, contempla la escena desde el final y puede ver el dolor de todos, como si no fuese suficiente con el suyo. Sigue a su hijo rota por dentro y por fuera con la mirada clavada en la Caridad infinita de Cristo -me lo han matado, ¿por qué?, ¿por qué?, me lo han matado. Aquí estamos solos y abandonados, ya no hay muchedumbres ni hosannas. Nadie nos sigue, nadie nos ayuda, abandonados por Dios y por los hombres, pero creo en Ti hijo, creo en tu palabra de vida eterna, no te fallaré-.
Llega la Pascua, luz infinita en la tiniebla y la Virgen de las Penas regresa a la capilla junto a su hijo, siempre junto a su hijo. Algo cambia en su mirada, los hermanos de Santa Marta lo sabemos bien, ya no mira a la muerte trasladada, nos mira a nosotros porque ha visto la cuna vacía solo cubierta por una sábana. Mira al centro de la capilla, a sus hijos, te mira a ti, me mira a mí y nos habla -mírame, háblame, pídeme. Pero sobre todo míralo a Él, Dios vivo entre nosotros, certeza de vida eterna-. ¡Se ha cumplido la profecía Resurrexit sicut dixit, Alleluia! (resucitó según su palabra, cantaremos en el Regina Coeli) y ella es la primera testigo.
Desde la noche luminosa de Belén, Jesús apenas estuvo unas horas ausente de la historia del mundo, ¡pero qué horas!
Desde la noche luminosa de Belén, Jesús apenas estuvo unas horas ausente de la historia del mundo, ¡pero qué horas! Puso a prueba a todos los que le rodeaban y solo Ella lo acompañó desde el principio con entrega infinita, silente y sosegada. Ahí la tenemos siempre repitiendo el mismo mensaje -mírame, háblame, pídeme; pero, sobre todo, síguelo a Él, ámalo a Él-. Cuando entréis en la capilla, no olvidéis dedicarle una mirada de entrega y cariño.
N.H.D. Rafael Álvarez Romo