La hondura de las penas de María

N.H.D. Jorge R. Blanco Vacas
5 de mayo de 2023

¿Existe algo más profundo que una pena? Desde el momento en que alguna se incorpora definitivamente a tu vida, jamás te abandonará la amarga certeza de saber que no hay sentimiento más hondo. La pena te acompaña, se complace en no dejarte disfrutar de la soledad y te rondará una, dos, innumerables veces a lo largo de tu jornada, incluso si en la primera ocasión la ahuyentaste con malos modos, incluso si le rogaste que se fuera o la ignoraste. Acecha siempre en los buenos días y se cuela entre el maremágnum de tus últimos pensamientos lúcidos. Evadirse de una pena es posible, olvidarla no. Seria, estricta, inmutable. Infinitamente superior a cualquier preocupación o molestia, criaturas menores ante las que nos sentimos fuertes y somos capaces de dominar, la pena se enseñorea de nuestra existencia desde el momento de su aparición.

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Triduo 2022 a Ntra. Sra. de las Penas

Penas graves e intensas, penas de veras, ¿cuántas emergen a lo largo de la vida? Y, si la comparación con la Santa Madre de Jesús fuera posible, ¿cuántas padeció María? Desde las lejanas palabras del profeta Simeón (“Y a ti misma una espada te atravesará el alma”, Lc 2:35), hasta la devastadora muerte de su Hijo en la Cruz, la vida de la Virgen está íntimamente marcada por el dolor. ¿Cuántas penas atesora fielmente su inmaculado corazón cuando la vemos cerrar el cortejo del traslado al sepulcro cada tarde de Lunes Santo? Modestamente situada al fondo de la composición pero dominando el retablo con su figura (“a Jesús por María”, en palabras de Marcelino de Champagnat), la Virgen nos ofrece una presencia dolorosa pero paciente, rota por una aflicción que no doblega su compromiso. El perfecto retrato de la búsqueda de la luz de Dios entre la oscuridad del mundo. La eterna certeza de la verdad inscrita en el amor del Padre.

María, ungida por la gracia de Dios y sabedora de su infinita misericordia, quiso sublimar toda una vida plena de sufrimientos y congojas con sentimientos mucho más poderosos: amor, confianza, entrega. Por amor a su hijo terrenal, como cualquier madre, pero con una infatigable aceptación más allá de toda duda acerca de la tarea salvadora de su Hijo divino y una confianza absoluta en el plan del Padre. Son, por lo tanto, las penas de la Virgen un recordatorio constante para nosotros los cristianos de la fuerza del amor sobre el dolor.

Emerge su figura, por oposición con la presente sociedad, tan fugaz y líquida, como un faro firme en una cultura que a pasos agigantados se desliga de una tradición de siglos y ha elegido elevar a sus altares laicos lo efímero, lo accesorio, cuando no en muchas ocasiones lo meramente anecdótico. Buscamos información con nerviosos golpes de clic, saltamos enloquecidos entre tuits, vibra nuestro teléfono móvil de manera continuada con la última y urgentísima notificación, el enésimo chiste, el meme definitivo. De un lado a otro vamos, sin reparar tantas veces en lo esencial. Sin Dios, en suma.

María, ungida por la gracia de Dios y sabedora de su infinita misericordia, quiso sublimar toda una vida plena de sufrimientos y congojas con sentimientos mucho más poderosos: amor, confianza, entrega

Frente a tanta volatilidad, María. La serena hondura de su vida y lo profundo de sus penas nos enseñan el valor de la constancia frente al sufrimiento. Nos recuerda

que el camino hacia Dios no es el más fácil, pero sí el que ofrece mayor recompensa. Sabemos que si nos desligamos de la distracción cómoda y permanecemos hacía Él orientados, por muchos obstáculos que hallemos en el camino, al final obtendremos el premio de su presencia.

Por ello, qué gran acierto, hermanos fundadores, tuvisteis al elegir la advocación de nuestra Santa Madre. Ante lo secundario, lo hondo. Contra lo anecdótico, el fundamento de nuestra fe, apoyado en la imponente figura de la madre doliente. Las Penas de María como modelo de perseverancia, que nos enseñan a confiar en el Padre aún en los momentos de mayor pesar. Convirtámonos en dignos herederos de esta sensata tradición. Especialmente nosotros, los hermanos de Santa Marta, tantas veces elogiados por la seriedad y compostura de nuestro discurrir nazareno. No permitamos que esto sea, en el mejor de los casos, solamente una impostura, un trampantojo brillante pero vacío, un hermoso espectáculo visual. Qué prescindible resultaría toda nuestra estación de penitencia, toda nuestra vida, si no se anclara a Dios.

Como cristianos del siglo XXI, en un mundo tan cambiante y cada vez más falto de valores, una de nuestras tareas ha de ser dejar a un lado lo accesorio y profundizar en lo verdaderamente principal, no siempre en lo más placentero o cómodo. Nuestra fe, si la deseamos fuerte, cierta y respetable, no puede crecer de fuegos de artificio y rituales exentos de significado. Tomemos como ejemplo a María, sus dolores y penas. Aspiremos a emular su profundidad y que Ella sea la guía y el ejemplo de nuestra entrega y sacrificio.

N.H.D. Jorge R. Blanco Vacas

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