Muchas veces buscamos a la Santísima Virgen para descargar sobre ella nuestras penas y sufrimientos. La buscamos desde nuestro dolor, pero pareciera que sólo la encontramos en la paz de su capilla en San Andrés, en la aparente inmovilidad de ese cuadro de nuestra casa… pareciera como si entre Ella y nosotros hubiera una distancia tal que nuestro abatimiento no le tocase su Inmaculado corazón. Nada más lejos de la realidad. La capilla, la habitación donde cuelga su foto, el corazón que clama buscando ayuda de la Madre… son como el monte santo de la Biblia donde la Virgen baja para ponerse a la altura de nuestros sufrimientos y darnos su consuelo.
De la misma manera que en la Sagrada Escritura Dios llama a sus hijos a encontrarse con Él en el monte sagrado, o el mismo Jesucristo se retiraba al monte para encontrarse con el Padre, o subía a otro monte para manifestar su gloria a sus discípulos, de la misma manera, hay un lugar elevado, un monte, donde la Virgen de las Penas nos llama a encontrarnos con Ella.
La buscamos desde nuestro dolor, pero pareciera que sólo la encontramos en la paz de su capilla en San Andrés
En la vida de Nuestra Madre sólo la contemplamos en un monte, el Calvario. Podría parecernos que no es el monte del encuentro del Señor del que nos habla las Escrituras. Pero sí…es el lugar. Y allí estaba María Santísima. Y allí sigue, no lo abandona. Aunque camine con la santa comitiva para dar sepultura al cuerpo inerte de su Hijo; aunque se congregue con los discípulos en Pentecostés; aunque esté en la Gloria en cuerpo y alma a la Derecha de Dios… Nuestra Madre sigue en el Calvario para encontrarse con nosotros. Porque ese Calvario es nuestro dolor, nuestro sufrimiento
Ya Natán se lo profetizo a David después de la muerte de Urías: “…nunca se apartará la espada de tu casa” (2 S 12, 9s). La espada que pende sobre la casa de David, hiere el corazón de María, como lo profetizo Simeón. El verdadero David, Cristo, y en su Madre, la Virgen de las Penas, la maldición es repartida y vencida. Y es que, de nuevo, el monte es lugar de encuentro con Dios.
En aquel monte María no deja de sufrir, tampoco deja de cuidar a su Hijo. Su Hijo la hace madre de “otros”: “ahí tienes a tu hijo”. Desde aquel momento, en el monte, la Santísima Virgen asume como hijo al discípulo.
Hoy nosotros, sus hijos, seguimos siendo motivo de sus dolores y de sus penas. En la Madre que compadece en el Calvario han encontrado los cristianos de todos los tiempos el reflejo más puro de la compasión divina, que el único consuelo verdadero. La Virgen de las Penas es hoy, y siempre, en el Calvario que a veces se convierte nuestra vida, la compasión de Dios.
Antonio Vergara González, Pbro.
Ahora, en este santo tiempo de Pascua, tiempo de recuerdo y actualización de la Resurrección de Cristo, debemos recordar que el dolor de la Virgen es un dolor Pascual. Aquel “Alégrate” de la Anunciación, se hace actual también en el momento del dolor. Aquella alegría no se acabó con el dolor de la cruz, ni con ningún otro dolor (como si nos ocurre a nosotros), esa alegría era y es más fuerte. Porque Cristo triunfó sobre la muerte.
Vayamos al encuentro de la Virgen de las Penas, que no está lejos de nuestro dolor, al contrario, Ella permanece firme junto a nuestras cruces, junto a nuestras muertes. Sube al monte del Señor a encontrarte con la Virgen.
Ella es la brisa suave de Elías. En Ella encontraremos consuelo como no lo hallaremos en ningún otro sitio. Háblale a la Virgen de tus dificultades. Sube, ve con la Virgen de las Penas, Ella, intercediendo ante su Hijo, está pronta a ayudarte, a que no te hundas en las aguas de la vida, solícita para salvarte. Ve y encuentra aquí el consuelo a todas las Penas. Hazlo sabiendo que Ella no está lejos de tu dolor.
Antonio Vergara González, Pbro.
Párroco del Espíritu Santo de Mairena del Aljarafe