Jueves Santo. Día del Amor Fraterno

La Semana Santa, por muy peculiar y triste -desde el plano emocional- que nos esté resultando, quizás nos esté distrayendo de los números, no del drama, pero sí de cuántos fallecidos, cuántos contagiados, cuantos días quedan. Esta “distracción” nos permite tomarnos un respiro ante tanta aciaga información e ir asimilando la desgracia que nos rodea.

Jueves Santo, día del amor fraterno. Resulta esperanzador observar cómo, motivado por las necesidades de la comunidad, estamos siendo testigos de cómo el hombre, al contrario de lo que asegurara Thomas Hobbes no “es un lobo para el hombre”. Según este filósofo inglés el hombre, por naturaleza, está en permanente lucha contra su prójimo.

Desde el convencimiento que el hombre es bueno y es el entorno, la “educación” y la “cultura” quien puede condicionar su predisposición a hacer el bien, observamos multitud de ejemplos de cómo esto es así.

Individuos que emplean su tiempo y sus medios en colaborar con personas que lo necesitan, ancianos, enfermos, o transportistas que no tienen donde asearse. Colectivos que se organizan, a través de cualquier medio, para realizar mascarillas, pantallas o simplemente bocadillos para los necesitados. Empresas que han derivado sus fines para desarrollar aquello que la sociedad demanda con mayor urgencia para el bien general. Todo esto es hacer el bien, unos empujados por el amor de Dios, esto es caridad, y otros solo por ayudar al prójimo, esto es filantropía.

Pidamos al Señor para el cristiano sea siempre testigo del amor de Dios con su entrega desinteresada al prójimo.

Pidamos al Señor para que este sentimiento reine en nuestra comunidad y que el cristiano sea siempre testigo del amor de Dios con su entrega desinteresada al prójimo.

Por quienes hacen el bien y no creen en Dios, para que no se cansen de ello, y un día descubran el infinito amor de Dios.

La liturgia de este Jueves Santo nos relata el momento del “lavatorio de los pies”, en él, Jesús da un testimonio del servicio al que estamos llamados todos los cristianos. Hagamos nuestra e interioricemos lo que nos pide Jesús en la Última Cena.

Para no decaer en la tarea de hacer el bien, de ayudar al prójimo, es indispensable tener una relación cercana, constante y verdadera con Jesús Sacramentado. Pidamos al Señor que nos de fe y perseverancia para encontrar en el Sagrario el alimento espiritual necesario para ser fuerte ante lo que nuestra sociedad nos demanda.

Fraternidad

Estás en medio nuestro
como un gran amigo.
Sostienes nuestras voces 
con tu voz silenciosa.
Es hermoso tenerte 
tan cerca en este instante
de oración y alegría 
que nos une a tu lado.

Lávanos bien el alma 
de egoísmo, Señor,
en tanto te rezamos 
con las manos unidas.
Haz que esta plegaria 
que nos das que te demos
nos haga más hermanos 
de verdad desde ahora.

Estás en medio nuestro 
sembrándonos tu vida,
tu reciente y eterna
ternura transparente.
Todo cuanto ahora mismo 
cantamos todos juntos
es una lenta súplica 
de amor y de querencia.

Basta, Señor, de un mundo 
que se cierra a tu altura.
De unos hombres 
que sólo se miran con recelo.
De esta lágrima inmensa 
que es la tierra en que vamos
medio viviendo aprisa 
sin mirarte a los ojos.

Valentín Arteaga.

Lectura del santo Evangelio según san Juan 13, 1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

Estaban cenando, ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.

Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».

Jesús le replicó: «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».

Pedro le dice: «No me lavaras los pies jamás».

Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo».

Simón Pedro le dice: «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza».

Jesús le dice: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

Palabra del Señor.