El mes de mayo es tradicionalmente “el mes de María”. Y es el tiempo en el que de una manera especial vuestra Hermandad pone los ojos en su titular, la Virgen de las Penas, dedicándole solemnes cultos y fervientes plegarias, como la hermosa invocación que habéis puesto en su corazón : “Ave María Purísima sin pecado concebida, ruega por nosotros y ampáranos ahora y en la muerte”.
Vuestra bendita y bella dolorosa, por su representación y título, siempre me ha recordado el ejercicio piadoso y venerable que los franciscanos tenemos como muy nuestro: el “Víacrucis”. Desde este recuerdo, y ante su imagen, bien podría haber comenzado mis palabras de la siguiente manera: “IV estación: Jesús, en el camino doloroso de Jerusalén se encuentra con su Madre, Nuestra Señora de las Penas”.
Efectivamente, con un lenguaje cercano al pueblo cristiano y con el simbolismo de caminar físicamente, el Víacrucis es una de las devociones más arraigadas en la piedad popular. Es una práctica devota dramatizada que surge como deseo de acompañar al Señor en cada momento de su camino doloroso.
Los peregrinos que llegaban a Jerusalén hacia el siglo IV se encontraban con una tradición, la cual ligaba a determinados lugares los acontecimientos más importantes de la Pasión de nuestro Señor, y que se visitaban para recordar piadosamente los principales hechos acaecidos en ellos. Más tarde surgió la idea de reproducir dichas «estaciones» en nuestras iglesias y capillas, u otros lugares, para facilitar esta práctica devocional a todos los fieles que no podían peregrinar a Tierra Santa. Los franciscanos han sido los que han hecho los mayores esfuerzos para divulgar el Víacrucis en el pueblo cristiano.
Saber cuál fue el itinerario exacto que en Jerusalén siguió Jesús con la cruz, camino del Calvario, es hoy imposible por las veces que la ciudad ha sido destruida y reconstruida. Pero, independientemente del sitio preciso, desde muy pronto se dio en Jerusalén el ejercicio de ir haciendo “estaciones” recordando el camino doloroso del Señor. Y en Jerusalén, en la llamada actualmente Vía Dolorosa, la tradicional Cuarta estación, la del encuentro de Jesús con su madre, tiene su memorial. Una estación que no se basa en ningún relato evangélico, pues en ellos no se nos habla de este acontecimiento, sino que se funda en tradiciones locales y leyendas venerables.
En efecto, en la calle que viene de la Puerta de Damasco, que se llama el Wad (“elValle”), y que en la antigüedad se llamó el valle del Tiropeón (o de los “queseros”), que recorre la vieja Jerusalén de norte a sur, no muy lejos de la Tercera estación, se encuentra la entrada al patio, a la iglesia y a la curia de los cristianos armenios católicos de Jerusalén. El sitio les pertenece desde 1856 y en él reside su Vicario patriarcal.
En el fondo del patio se encuentra la iglesia de “Nuestra Señora del Espasmo o del Dolor”. La tradición señala que María, desfallecida por el encuentro con su Hijo condenado y que carga con la cruz, tuvo que ser socorrida por San Juan y María la Magdalena; tras recuperarse continuó la subida al Calvario en pos de su Hijo. Esta leyenda justifica el título que se le da a la iglesia. Las excavaciones practicadas en el lugar sacaron a la luz mosaicos de una iglesia bizantina del siglo VI, así como los restos de una iglesia cruzada del siglo XIII bajo unas instalaciones de baños turcos. Curiosamente en la cripta, y en el mosaico del antiguo pavimento musivo de la iglesia del siglo VI, hay representadas dos sandalias. Sobre su significado se dan varias explicaciones: podrían ser un exvoto por el final feliz de un viaje,o bien es el recuerdo del encuentro de Jesús con su Madre en el camino del dolor.
Fray Alfonso García Araya, O.F.M.
Ya en la calle, y sobre la puerta de un pequeño oratorio conmemorativo, podemos ver el número de la Cuarta estación y un busto en relieve pétreo de la Virgen y del Señor, obra del polaco T. Zielinsky.
En este sitio que nos habla de la cercanía de María, nuestra Señora de las Penas, a su Hijo doliente, es bueno que terminemos con una súplica confiada:
Señor, María, tu madre, te ha salido al encuentro en tu camino doloroso. Entre la muchedumbre, has visto su mirada y te has sentido profundamente acompañado por ella. Haz que su mirada acompañe a todos los que se sienten cansados y doloridos por la vida, que su mirada sostenga a toda la humanidad en la prueba de la pandemia que padecemos. Haz que su mirada maternal nos acompañe también a todos nosotros tus discípulos. Que así sea.
Fray Alfonso García Araya, franciscano.