Hablar de la Virgen María significa hablar de su hijo Jesucristo, ya que ella ha sido elegida por Dios para ser la madre del que trae la Luz al Mundo. Quería Dios nacer en alguien muy especial. Dios se preparó el jardín donde iba a plantar la esperanza para el mundo. Por esto, esta mujer brilla como el sol. ¿Acaso no tenía que ser así la madre del Salvador? ¿Cómo no iba a prepararse una digna morada el Altísimo? ¡Si es que Dios quería hacer un regalo sin precedentes a los hombres! Y nos lo ha hecho en María, que en sus manos nos presenta al tesoro de los tesoros.
Hágase en mí según tu palabra. Un alma tan pura, ante la voz de su amado, no podía decir otra cosa. Dios que proponía y María que se derretía. ¿Cómo iba a decir que no? Bendita tú entre las mujeres, bienaventurada tú que creíste, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. El sí de María cambió la historia para siempre. Dios quería habitar entre nosotros y por fin alguien le abría sus puertas. Pronto este sí traería sus consecuencias; le dijo el anciano Simeón “a ti una espada te traspasará el alma”. ¿Por qué la mujer que le abre las puertas a Dios tiene que sufrir? El corazón que dijo Sí a Dios comenzaba a penar. Ser la Madre del Hijo de Dios no es nada fácil, no es algo que se comprenda de una tacada. Y María conservaba todas estas cosas en su corazón. Esa palabra que un día fue anunciada a la Santísima Virgen necesitaba tiempo en el jardín que a Dios enamoró. Palabra plantada en un corazón bendito que con el tiempo iba a dar sus frutos.
Hágase en mí según tu palabra. Un alma tan pura, ante la voz de su amado, no podía decir otra cosa.
De Madre a discípula. Y una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo a Jesús: “bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”. Pero él dijo: “mejor, bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”. ¡Cómo sabía Jesús que su bendita madre había sido escogida por Dios, precisamente porque ella iba a escuchar al Altísimo y a cumplir su voluntad! María se convierte en la seguidora de su Hijo. La que albergó a la Palabra de Dios en su seno para luego regalarla al mundo, ahora resulta que tenía la Palabra alojada en su corazón. Esta Palabra va transformando a la criatura que ha abierto su casa para Dios, por eso cuando escucha a su Hijo bendito, está escuchando la voz del Amado que le dice: ven y sígueme. ¡Quiere la Virgen estar para siempre con el Señor!
Y cuánto llora su madre al ver que su Hijo es incomprendido, maltratado y crucificado, ¿por qué la gente no se da cuenta que están matando al mismo Dios? Al pie de la cruz estaba su madre con el corazón roto; menos mal que la Palabra que guardaba en su corazón comenzaba a latir comunicándole una convicción llena de la esperanza en Dios: “No temas”, “espera en Dios que no te defraudará”, “confía ciegamente en Dios, que Él cumple lo que dice”. Y recordó las palabras de su Hijo: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, será ejecutado y al tercer día resucitará”. Lágrimas que a borbotones salían de sus ojos que entremezclaban la tristeza con la alegría, de momento contenida, porque el trance era inhumano. Pero allí estaba ella, aguantando, al pie de la cruz.
Últimas palabras de Jesús. “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Quedaba poco para que la Palabra de Dios se quedase muda. Todavía, sin embargo, tenía Jesús algo de aliento para hablar con su madre. María mira a su lado y allí descubre al discípulo amado. Comprende que la misión que Dios le encargó ahora se abría a nuevos horizontes. La Palabra de Dios que se iba a quedar muda en la cruz tenía que seguir viva en el mundo. La Iglesia está a punto de nacer tras el Sí silencioso de María y el Sí silencioso del discípulo que la acoge como Madre.
Antonio José Guerra, Pbro.
“Todo está cumplido, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu”. La Palabra se quedó muda. Jesús habló hasta quedarse sin palabras, lo entregó todo, no se quedó nada para él. Hasta su Espíritu nos lo dio. Y su madre y el discípulo amado estaban allí recibiendo el Espíritu que los iba a convertir en portavoces de la Palabra de Jesús. Esta palabra bendita siembra en el corazón atento esta esperanza: el que tiene a Dios a su lado resistirá en la prueba, el que construye su casa en Dios cuando venga el dolor permanecerá en pie como la Virgen, porque la última palabra no la tiene la muerte, sino Dios que resucita a su Hijo y nos entrega el Espíritu Santo para comunicarnos la presencia discreta, pero eficaz de Dios Padre que cuida de todos sus hijos.
¡Nuestra Señora de las Penas mira a estos tus hijos que acuden a ti para que seas la reina de sus corazones! Cuantos corazones que quieren latir a tu compás, que quieren aprender de ti a decir Sí y nada más. Virgen bendita, camina con nosotros y ayúdanos a reafirmar nuestra fe; tú que vas a Dios, llévanos en tu regazo, como lo haces con tu hijo Jesús; coge en tu seno a estos hijos tuyos que quieren asomarse a las puertas del cielo.
¡Ruega a Cristo por nosotros!
Antonio José Guerra, Pbro.
Párroco del Corpus Christi