María, desde la Anunciación, se descubre en su joven y generoso corazón como mujer en relación con Dios. Tiene, además, clara conciencia de que dicha relación, única y exclusiva con el dueño de su vida, pasa por la absoluta disponibilidad a hacer lo que el Padre le pida, sea lo que sea. Porque desde muy pronto supo que el suyo es un Dios de fiar. Y porque lo ama y se siente amada por Él y en sus manos. Comprende también que su relación con su Jesús la va a llevar necesariamente hasta la Cruz, el momento en que Jesús nos la entrega como Madre propia a cada uno de nosotros. Nuestra Madre de las Penas.
El amor que siente aquella chiquilla por su Dios –«amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser» (Mc 12,39)–; y su experiencia de sentirse inmensamente amada, «llena de gracia, bendita entre las mujeres» (Lc 1,28) y elegida a ser la madre de su Hijo eterno: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). La relación entre Dios y María está hecha de amor. Teresa de Calcuta lo llamaría amor del que duele.
Porque desde muy pronto supo que el suyo es un Dios de fiar.
En la Cruz, a la hora en que eran sacrificados los corderos en el templo, Jesús y su Madre (amor materno filial); Juan, «el discípulo a quien Jesús amaba» (Jn 21,7) (amor de amistad); y María y Juan: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» Jn 19,27); «Hijo, ahí tienes a tu madre», comparten la experiencia de un amor maduro y fecundo que no se detiene ante nada y se emulan unos a otros en esa escuela de amor divino que se expresa de forma humana en el amor sin límites a los hermanos.
Luis Fernando Álvarez González, Pbro.
Te invito esta tarde, aunque no pueda estar con vosotros, a reflexionar cómo vives tu relación personal con María. Cómo te ayuda esa relación a crecer y madura en el amor. Cómo se apoya y se inspira en el evangelio tu amor a María. Tu Madre y la Madre de Jesús. La que puede encerrar en su corazón tanto las penas de Jesús como las tuyas.
Hermanos y Hermanas de Santa Marta: pidamos a nuestra Señora de la Penas el don de una profunda vivencia afectiva en nuestra relación con Ella, para así ayudar a nuestro mundo desahuciado a crear todos juntos un mundo de hermanos.
Luis Fernando Álvarez, SDB.
Delegado nacional de antiguos alumnos y cooperadores salesianos