Auxilio de los cristianos, Consoladora de los afligidos

N.ªH.ªD.ª Cecilia Pastor Flores
27 de mayo de 2023

“En la hora de la lucha, sé mi consuelo.
Y al dejar esta vida, llévame al cielo”

Tú sabes, Señora, lo que nos aflige. Nuestro dolor es el tuyo. Sufres con nosotros porque comprendes nuestra aflicción. Cuando nos sentimos perdidos y desamparados, los cristianos sabemos que siempre tenemos una Luz a la que mirar como primer y último recurso.

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Besamanos del año 2011

Qué duro debe ser, Madre, para todo aquel que no cree en la Divinidad de tu Santísimo Hijo Jesucristo, sentirse solo y “saber” que no hay quien los ampare en sus momentos de mayor necesidad. Ese vacío debe ser la peor condena, no hay mayor dolor que el de la soledad más absoluta, ni mayor consuelo que Tú para los que te amamos e invocamos.

Jesús, en su calvario, nos dejó el mayor legado al decirle a Juan: “ Hijo, ahí tienes a tu Madre”. Con esas sencillas palabras te introdujo en el corazón de los cristianos y nos arraigó a nosotros en tu bendita entraña.

Madre, hoy duele el corazón, y Tú lo sabes. Mis tribulaciones no me dejan dormir, me agobian y ocupan mis horas y gastan mis lágrimas. Pero en ellas siempre estás Tú, como un faro brillante, como un puente que cruza la vida hasta llegar a tu Divino Hijo, con tus manos consoladoras tendidas hacia mí. Tus manos de madre, esas manos con las que acariciaste y acunaste a Jesús, con las que curaste sus heridas cuando siendo un Niño (seguro que revoltoso, como lo son los mejores) se caía y corría llorando hasta tu regazo para refugiarse en él, esas manos con las que hubieras querido curar las llagas de su martirio en Cruz y con las que amortajaste con amor infinito su cuerpo muerto. Esas manos dolorosas me sostienen en mi caminar, me levantan, me ayudan a seguir avanzando día a día y enjugan mi callado llanto con ese encaje que con tanta dulzura sostienes. Solo Tú conoces nuestra más secreta pena porque solo a ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este Valle de Lágrimas, ciertos de encontrar en ti esa calma que necesitamos, la que tuviste Tú cuando aceptaste con resignación confiada el sacrificio de tu Hijo.

Tus Penas, Madre, son las mías, déjame servirte de pañuelo, enjugar tus lágrimas y hacer mía tu congoja. Yo compartiré las mías contigo. Lloraremos juntas y juntas nos regocijaremos por la Resurrección de tu Hijo y el fin del dolor, porque contigo todo llega. Amén.

N.ªH.ªD.ª Cecilia Pastor Flores

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