Atrás quedaron las penas. Atrás quedó el tortuoso camino hacia el Calvario. La pasión y muerte de Jesús que rememoramos en Semana Santa, y atrás quedó el silente cortejo fúnebre de enlutados nazarenos que acompañamos a Cristo muerto en su traslado al sepulcro.
Atrás quedaron las penas porque es tiempo de celebración. Conmemoramos la Pascua. Ni más ni menos.
La sublime belleza de su rostro permanece, pero diría que se muestra hacia nosotros de manera más serena, dulce y lozana. Irradia felicidad porque su Hijo ha resucitado y, por ello, las lágrimas que resbalan por sus mejillas no son de tristeza sino de alegría. Estaba escrito y se ha cumplido.
Tan poco acostumbrada a acaparar la atención por deseo propio y la expresa voluntad del Padre, centrará aún más nuestras miradas estos días de mayo aunque en diciembre estará más cerca que nunca de nosotros. En el Altar Mayor escuchará de nuevo las plegarias, rezos y súplicas de sus hijos. Abandonará ese lugar discreto que asume cada Lunes Santo pasando inadvertida al final de la escena, durante el duelo, con ese diálogo intimista con el discípulo amado. ¿Qué le estará diciendo?
En el presbiterio, con ocasión de su Triduo, proclamaremos una vez más la defensa de su mediación sobre el género humano y la salvación cristiana.
María es espejo de justicia y trono de sabiduría. Es arca de la Alianza y Puerta del Cielo. Es Salud de los enfermos y Estrella de la mañana. Es Esperanza y Misericordia. Es Amparo y Refugio. Es Gracia y Auxilio.
María es modelo de vida. Una mujer servicial, constante y humilde que no buscó destacar ni ser ensalzada. Sin embargo, estuvo en los momentos más difíciles de la vida del Nazareno, a los pies de la Cruz.
María es modelo de vida. Una mujer servicial, constante y humilde que no buscó destacar ni ser ensalzada
Pero, sobre todo, María es Madre. Madre de la Iglesia y de la Divina Gracia. Madre Inmaculada y del Creador. Madre del Buen Consejo y del Salvador. Y como madre que es, María es maestra, comprensiva, paciente, sabe escuchar y es fuente de amor inagotable. Es entrega y perdón sin límites. Nos protege y nos cuida. Nos guía de la mano e intercede por nosotros.
Nadie como una madre para darnos consuelo, ayudarnos a levantarnos cuando caemos y superar esos momentos de angustias y penas que hemos padecido, tenemos y sufriremos a lo largo de nuestras vidas, y de esto último atesora a raudales quien nació con esa advocación y reside con nosotros en San Andrés.
N.H.D. Alfredo Guardia Jiménez