Amor de madre: María

Marco Antonio Rubio Gracia, Pbro.
13 de mayo de 2020

Para un católico, hablar de María, es hablar de ternura, es hablar de preocupación por sus hijos, es hablar de silencio, de contemplación y meditación, es hablar de guía, es hablar de intercesión, es hablar de misericordia, es hablar de penas y dolor, es hablar de consuelo, es hablar de fortaleza y firmeza, es hablar de constancia, es hablar de pureza, es hablar de alegrías, es hablar de esperanza, es hablar de amor… es hablar de MADRE.

En los evangelios se nos habla de María y de lo que hizo y lo que dijo. Así leemos en Lucas 1,28 cómo el ángel la llama "Llena de gracia". También Lucas 1,42 la alaba como Hija predilecta del Padre y dice: "Bendita entre todas las mujeres". Y en Lucas 2,41 como es la mujer que medita y ora porque “conservaba todo esto en el corazón”. La capacidad de intercesión que tiene la Madre aparece en Juan 2,5 “haced lo que él os diga”. Y en Juan 19,27 junto a la cruz, Jesús se dirigió a María, diciéndole "Mujer, aquí tienes a tu hijo".

En este tiempo de pandemia, hablar de la Santísima Virgen, bajo la advocación de Nuestra Señora de las Penas, titular de la querida Hermandad de Santa Marta, de Sevilla, es contemplar a través de ella, el dolor y el sufrimiento de la Madre por su Hijo. Pero es también mirar la pena que Ella siente en su Inmaculado Corazón, en medio de tanto dolor ante esta situación, por cada uno de nosotros, sus hijos. Ella que es cooperadora en la Redención, nos enseña a mirarla y aprender de Ella a llevar el sufrimiento confiando en Dios, viendo la oportunidad de redención que tenemos a través de Él. Fijarnos en su corazón apenado es consuelo y esperanza.

Para un católico, hablar de María, es hablar de ternura, es hablar de preocupación por sus hijos

El Concilio Vaticano II en la constitución "Lumen gentium", en su capítulo VIII dedicado a María pone de manifiesto que Ella, redimida de un modo eminente en atención a los futuros méritos de su Hijo, ha sido enriquecida con la máxima dignidad: la de ser Madre de Dios, Hija del Padre y Esposa del Espíritu Santo.

El párrafo 969 del Catecismo de la Iglesia Católica enseña: "La maternidad de María perdura sin cesar… no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos, con su múltiple intercesión, los dones de la salvación eterna… Por eso es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora"; y agrega, en el número siguiente, siempre citando al Concilio Vaticano II "La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia… ".

En María, que es modelo de la Iglesia, acontecen todas las virtudes y misterios de gracia de que goza la Iglesia. Ella, al pie de la cruz se entrega como servidora e intercesora por nuestra salvación. Las palabras y ejemplo de la Santísima Virgen, han sido, son y serán siempre una enseñanza permanentemente válida para todos los creyentes. Pues Ella inspira en el corazón de los fieles las enseñanzas de su Hijo Jesucristo.

Cuando contemplamos la imagen bellísima de Nuestra Señora de las Penas,, vemos en su mirada penetrante la mujer sufriente que expresa desde el silencio y la pena el servicio confiado que ejerce alabando eternamente al Señor y congregando a sus fieles. Esta es la realeza de María, presente en el corazón de la Iglesia Peregrina desde sus comienzos. Los católicos participamos de la fe de María, y, recurrimos a Ella con confianza como a nuestra verdadera Madre en el ámbito de la Gracia y la Redención. Además, buscamos en la fe que profesó nuestro sostén para nuestra propia fe. El pueblo fiel le reza a María pidiéndole que Cristo nazca y crezca en los corazones de los fieles. Por eso la Iglesia persevera en oración junto a María. Ella, que nos convoca y congrega en tantos santuarios, parroquias y hermandades a través de sus advocaciones en todos los momentos de la vida de los cristianos.

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Marco Antonio Rubio Gracia, Pbro.

Quiero terminar citando a San Luis María Grignon de Montfort en su Tratado a la verdadera devoción a la Santísima Virgen María, donde nos dice que “La verdadera devoción a la Santísima Virgen es interior. Es decir, procede del espíritu y del corazón, de la estima que se tiene de Ella… La verdadera devoción a la Santísima Virgen es santa, te lleva a evitar el pecado e imitar las virtudes de la Santísima Virgen y, en particular, su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega, su oración continua, su mortificación universal, su pureza divina, su caridad ardiente, su paciencia heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina. Con una constancia que te consolida en el bien y hace que no abandones fácilmente las prácticas de devoción. Te anima para que puedas oponerte a lo mundano, al diablo y sus tentaciones… Pero, si caes, te levantarás, tendiendo la mano a tu bondadosa a Madre, porque, el justo y fiel devoto de María vive de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos corporales”.

Todas las gracias se comunican por Cristo a María, y por María a nosotros. Es una manifestación de la inmensidad del amor de Dios hacia María y hacia nosotros.

Queridos hermanos de la Hermandad de Santa Marta y a todos los fieles que podáis leer estas palabras, os animo a seguir mirando y rezando a la Santísima Virgen, bajo la advocación de Nuestra Señora de las Penas. Que sintamos su cercanía en estos momentos difíciles y a Ella acudamos con la confianza de que nuestras súplicas serán escuchadas y nos aliviará con su amor de MADRE.

Marco Antonio Rubio Gracia, Pbro.
Vicario Parroquial de la parroquia de Santa Teresa, Toledo

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