“Ave María Purísima sin pecado concebida, ruega por nosotros y ampáranos ahora y en la muerte”. Según los tratadistas, en el interior de la talla de Nuestra Señora de las Penas se encuentra un documento en el que puede leerse la anterior oración que introduciría el maestro Sebastián Santos.
Ruega por nosotros y ampáranos. ¡Cuántas veces habrá tenido que escuchar la Santísima Virgen de las Penas de los labios de sus hijos y devotos esta oración!
La humanidad lleva dos años padeciendo una pandemia que las mentes más pesimistas nunca hubieran podido imaginar, ni en el peor de los escenarios.
Desde entonces, nuestra vida se ha desarrollado entre el miedo, el dolor y la Pena: qué mejor que acudir bajo el amparo de Nuestra Señora de las Penas.
Todos, desde el comienzo de la pandemia, estuvimos rezándole desde nuestros domicilios, a través de la fotografía que tenemos junto al cabecero de la cama, o a la ajada estampa de tanto acariciarla, que tenemos en la cartera. Una vez que pudimos salir a las calles, pudimos visitarla en su capilla, la antigua del Sagrario, en ese remanso de paz dentro de la Parroquia de San Andrés.
Tanto de una forma como de la otra, la Santísima Virgen habrá acogido los rezos y súplicas de todos, para, de su mano, ofrecérselos a su Hijo Bendito que va derramando Caridad y Amor, como si fuera cayendo de su dedo índice, como gotas de sangre.
Además, cuando parecía que la situación de la pandemia se estabiliza o incluso que empezaba a remitir, vimos con horror cómo en Europa se instalaba el horror y la muerte en forma de guerra, la que estamos viviendo por la invasión de Rusia a la vecina Ucrania.
Esta Hermandad, impulsada por la Caridad que brota del corazón de Nuestro Señor Jesucristo (Charitas Christi urget nos), fue rauda a consolar en la medida de lo posible la Pena que el pueblo ucraniano padecía. Son dos las ocasiones en las que la Hermandad ha emprendido acciones para llevar hasta allí artículos de primera necesidad y traer a familias a Sevilla, para alejarlas del horror de la guerra.
De esta forma, somos las manos y el corazón de los que se vale María Santísima para llevar el consuelo y el amparo del que hablamos en principio, buenos instrumentos para implantar, con nuestras limitaciones, el Reino de Dios en nuestro mundo, en estos tiempos tan convulsos que nos está tocando vivir.
¡María Santísima de las Penas, tú que acompañas a tu hijo Jesucristo en el momento de su traslado al Sepulcro, sé nuestro amparo y acoge en tu regazo a tus hijos!