Del Ángelus desde la Giralda, 12 de junio de 1993
Desde este símbolo de Sevilla que es la Giralda frente a la plaza Virgen de los Reyes y junto al monumento a la Inmaculada, dirijo a todos mi más cordial y afectuoso saludo, cuando nos disponemos a rezar el Ángelus, la plegaria en honor de Nuestra Señora tan amada y venerada en esta tierra, que, con justificado orgullo, llamáis de María Santísima.
El Papa se siente gozoso de estar nuevamente en esta antigua e ilustre ciudad, sede de san Leandro y de san Isidoro para adorar con vosotros la santísima Eucaristía y para rendir homenaje a nuestra Madre del cielo. Es bien conocido cómo el pueblo creyente sevillano ha heredado de sus mayores dos devociones, que han tipificado desde tiempo inmemorial la espiritualidad cristiana de vuestras gentes: la devoción al Santísimo Sacramento y la devoción a la Virgen María. Sin estas dos devociones no se comprendería la historia de esta Iglesia hispalense.
Sevilla ha puesto siempre a la Virgen junto a Jesús Sacramentado
También en la presente ocasión, cuando nos disponemos a clausurar estas intensas jornadas eucarísticas, habéis querido reafirmar aquella tradición secular sacando esta mañana, en procesión solemne, la imagen de la Virgen de los Reyes, que desde hace más de siete siglos es vuestra protectora y preside los grandes acontecimientos de esta ciudad. Sevilla ha puesto siempre a la Virgen junto a Jesús Sacramentado, como lo muestra esa imagen de la Inmaculada en la espléndida custodia de Arte que ha recorrido vuestras calles el día del Corpus Christi.
De la Homilía en la adoración eucarística en la Catedral de Sevilla, 12 de junio de 1993
Aquí en Sevilla es obligado recordar a quien fue sacerdote de esta Archidiócesis, arcipreste de Huelva, y más tarde Obispo de Málaga y de Palencia sucesivamente: Don Manuel González, el Obispo de los sagrarios abandonados. Él se esforzó en recordar a todos la presencia de Jesús en los sagrarios, a la que a veces tan insuficientemente correspondemos. Con su palabra y con su ejemplo no cesaba de repetir que en el sagrario de cada iglesia poseemos un faro de luz, en contacto con el cual nuestras vidas pueden iluminarse y transformarse.
Es importante que vivamos y enseñemos a vivir el misterio total de la Eucaristía
Sí, amados hermanos y hermanas, es importante que vivamos y enseñemos a vivir el misterio total de la Eucaristía: Sacramento del Sacrificio del Banquete y de la Presencia permanente de Jesucristo Salvador. Y sabéis bien que las varias formas de culto a la Santísima Eucaristía son prolongación y, a su vez, preparación del Sacrificio y de la Comunión. ¿Será necesario insistir nuevamente en las profundas motivaciones teológicas y espirituales del culto al Santísimo Sacramento fuera de la celebración de la Misa? Es verdad que la reserva del Sacramento se hizo, desde el principio, para poderlo llevar en Comunión a los enfermos y ausentes de la celebración. Pero, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, “por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1379).
De este Congreso debe nacer –especialmente para la Iglesia en España– un fortalecimiento de la vida cristiana, sobre la base de una renovada educación en la fe. ¡Qué importante es, en medio del actual ambiente social progresivamente secularizado, promover la renovación de la celebración eucarística dominical y de la vivencia cristiana del domingo! La conmemoración de la Resurrección del Señor y la celebración de la Eucaristía deben llenar de contenido religioso, verdaderamente humanizador, el domingo. El descanso laboral dominical, el cuidado de la familia, el cultivo de los valores espirituales, la participación en la vida de la comunidad cristiana, contribuirán a hacer un mundo mejor, más rico en valores morales, más solidario y menos consumista.
De la Homilía en la “Statio Orbis” de clausura del XLV Congreso Eucarístico Internacional, campo de la Feria, 13 de junio de 1993
Hoy vuelvo a tener la dicha de encontrarme bajo el cielo luminoso de Sevilla, ciudad de larga y profunda devoción eucarística y mariana, precisamente en la solemnidad del Corpus Christi, que tanto arraigo tiene en la religiosidad popular.
Statio orbis! Aquí, en Sevilla, la Iglesia entera quiere postrarse en recogimiento ante el misterio eucarístico. De modo particular, desea testimoniar con todas sus fuerzas aquel anuncio que repite incesantemente: “Este es el sacramento de nuestra fe”. Proclama así la verdad de la Eucaristía, en la que se ve identificada la Iglesia universal, de oriente a occidente, de norte a sur: todos los pueblos, lenguas y culturas.
Statio orbis! Aquí, en Sevilla, la Iglesia entera quiere postrarse en recogimiento ante el misterio eucarístico
Statio orbis, la estación que abarca al orbe entero. Aquí, en la sede hispalense, hemos hecho un alto en el camino, una estación para celebrar y adorar la Eucaristía, a Jesús Sacramentado.
El sacramento de la Eucaristía no se puede separar del mandamiento de la caridad. No se puede recibir el cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, son explotados o extranjeros, están encarcelados o se encuentran enfermos (cf. Mt25, 41-44). Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1397).
Statio orbis. La Iglesia, en su peregrinar, hace hoy su estación en Sevilla para anunciar al mundo que sólo en Cristo, en el misterio de su cuerpo y de su sangre, está la vida eterna. “El que come este pan –dice el Señor– vivirá para siempre” (Jn 6, 58). La Iglesia se congrega para proclamar que el camino que conduce hasta aquí pasa por el Cenáculo de Jerusalén, pasa por el Gólgota. Es camino de cruz y de resurrección.
Statio orbis. El mundo ha de hacer un alto para meditar que, entre tantos caminos que conducen a la muerte, uno sólo lleva a la vida. Es el camino de la Vida eterna. Es Cristo. Es Cristo, luz de los pueblos. Palabra hecha carne. Pan bajado del cielo. Es Cristo, elevado en la Cruz entre el cielo y la tierra. Levantado sobre el mundo por las manos de vosotros, queridos hermanos sacerdotes, en gesto de ofrenda al Padre y de adoración. Cristo. Él es camino de vida eterna. Amén.
Palabras antes del Ángelus tras la clausura del XLV Congreso Eucarístico Internacional, campo de la Feria, 13 de junio de 1993
Sevilla, ciudad eucarística y mariana por excelencia, tiene como timbre de gloria de su fe católica dos grandes amores: la Eucaristía y María. Dos misterios que se reflejan en la exaltación de la presencia real de Jesús en el Corpus Christi sevillano y en la acendrada devoción a la Inmaculada Concepción de la Virgen. Dos misterios insertados en la más entrañable religiosidad popular, en las Hermandades y Cofradías, en el baile de los Seises, reservado a dos fiestas del año: el Corpus Christi y la Inmaculada Concepción.
Ave verum corpus natum de Maria Virgine… Ave Maria, gratia plena…
La Eucaristía y María, el Corpus y la Inmaculada. Dos faros de luz de la fe católica de Sevilla, dos fuentes de renovación espiritual y social para todos los sevillanos. Dos mensajes y dos regalos que la Iglesia de España llevó con su evangelización a tierras de América donde se arraigó la fe en la Eucaristía y la devoción filial a la Virgen.
La Eucaristía y María, el Corpus y la Inmaculada. Dos faros de luz de la fe católica de Sevilla
Nuestra acción de gracias al Padre por todos sus beneficios se hace también agradecimiento filial a María, la humilde esclava del Señor, la llena de gracia, la Inmaculada, que, acogiendo al Verbo en sus entrañas, hizo posible el misterio de la Eucaristía, y pedimos al Verbo que se hizo carne, que siga habitando en nuestros corazones, sea presencia y compañía, viático para nuestro camino y luz para todos los pueblos.