Comenzó el ciclo “Cristianismo y Sociedad” del presente curso con la ponencia “La actitud del cristiano ante la realidad de la migración” expuesta por D. José Joaquín Castellón, Delegado Diocesano de Migraciones de nuestra Archidiócesis, se desarrolló el pasado martes 12 de febrero en nuestra casa hermandad.
Dió comienzo la conferencia con el saludo y agradecimiento de nuestro Hermano Mayor a los presentes y la introducción del Diputado de Formación.
Comenzó el conferenciante recordando y valorando la actualidad del tema que nos congrega, no solo por su presencia constante en los distintos medios de comunicación con sucesos como los movimientos de personas nicaragüenses o venezolanas; sino que está muy presente por los insistentes mensajes que el Papa Francisco realiza diariamente.
Como primer mensaje destaca que quienes emigran de sus países sufren en origen especialmente por la “desigualdad”; por el terrorismo en el África subsahariana, y por otros, como los ya referidos en Centroamérica. Es decir, se está produciendo una “emigración forzada”, término que utilizará frecuentemente para incidir y diferenciar. No es lo mismo emigrar para mejorar en el trabajo o para trabajar, que para salvar la vida. Pero igual que existe el derecho a la emigración, también existe el derecho a la “no migración”. Entiende D. José Joaquín que nadie debería emigrar de manera forzosa fuera de su tierra. Pone como ejemplo que en su parroquia de San Juan Alto está recibiendo, al igual que Sevilla, un número importante de emigrantes venezolanos, nicaragüenses o guatemaltecos, que llegan con dinero para subsistir no más allá de un mes.
Es fácil entender por actual el ejemplo de Venezuela. Familias con jóvenes en edad de ser llamados al frente huyen del país ante el convencimiento de un posible conflicto bélico que sumiría al país en la mayor de las desgracias.
Una sociedad dividida en clases no puede ser justa. Todos, por ser hijos de Dios somos iguales ante su mirada.
Pero insiste D. José Joaquín, ante la situación en la que viven y al comparar con las posibilidades que pueden tener en otras partes del mundo, es decir, ante la desigualdad existente entre su realidad y la realidad de Europa, Estados Unidos u otras zonas ricas, el hombre tiende a eliminar esta desigualdad. Los medios actuales acercan un mundo “rico” a aquellos que viven en la miseria más absoluta y por lo tanto en la mayor de las injusticias. Para explicar esta aseveración, recuerda una frase de Lactancio (s. III) en la que afirmaba que “toda desigualdad es injusta”. Una sociedad dividida en clases no puede ser justa. Todos, por ser hijos de Dios somos iguales ante su mirada. Es decir, la desigualdad es fruto de la injusticia.
Por todo ello, es fácil entender que ante situaciones de injusticia en sus distintos países, veremos fenómenos migratorios imposibles de frenar. Para tantos hombres y mujeres es más difícil quedarse en sus países que arriesgar la vida. Utiliza el ponente un ejemplo escalofriante: En Centroamérica, con la existencia de las “maras” (pandillas criminales), un hijo se puede convertir en un asesino o un asesinado, ante esta disyuntiva muchas familias optan por la difícil solución de la emigración y la búsqueda de un futuro mejor.
Expuesto todo esto como ejemplo del sufrimiento de nuestros hermanos, recomienda que lo que primero que deberíamos hacer como cristianos es tener en cuenta el sufrimiento de las personas y cambiar el recelo inicial hacia estas personas a una situación de acogida. Cuando vemos un inmigrante, normalmente vemos a una persona sola, desprotegida y sin trabajo que viven muy al día, con el condicionante de tener que enviar buena parte de lo poco que ganan a su país de origen para ayudar a su familia. Es decir, si no tiene ingresos, el problema se agrava allá de donde vino esta persona. Lo primero es la acogida porque, entre otras cosas, suelen ser explotadas. Sueldos casi de esclavitud y escasas horas dadas de altas, pero a los que no se pueden negar porque sus familias en origen esperan el dinero que ganan en estos países.
Pasar del recelo a la acogida
En definitiva, lo primero, cambiar la mentalidad y pasar del recelo a la acogida y estar atentos a las injusticias que sufren. No es cristiano permitir que una mujer cobre tres euros por hora en una casa. Quizás no sea muy agradable oír este dato real pero está pasando y los cristianos debemos ser una puerta abierta a su futuro. “Fuí forastero y me acogiste. Tuve hambre y me diste de comer. Tuve sed y me diste de beber…” dice el Señor. No la Convención de los Derechos Humanos, ni la Constitución, son Palabras de Dios. Y ante esto pocas interpretaciones pueden existir. Es un mandato del Señor.
La acogida, como nos recuerda el Papa Francisco, debe ser un signo del cristiano y por ello no entiende que la “expulsión del cristiano sea bandera de ningún partido político”.
Del hostigamiento a la justicia
Tras pasar del recelo a la acogida, a continuación debemos pasar del hostigamiento a la justicia.
El inmigrante pasa por muchas adversidades desde que toma la decisión forzada de emigrar. Las mafias que abusan de sus escasos medios, las violaciones de las mujeres y muchas situaciones de injusticia extrema. En nuestra sociedad también encontramos ejemplos las devoluciones en calientes. No podemos devolver a una persona sin saber cuál es su realidad. Corremos el riesgo de devolverlos a mafias, a países corruptos, etc. Estos son algunos ejemplos de injusticias que debemos corregir, que debemos demandar a la clase política, del color que sea, que solucionen, aunque sea desde una perspectiva egoísta. Por ejemplo, todos los inmigrantes deben ser atendidos medicamente, aunque solo sea para no vernos afectados por ese enfermedad o posible contagio.
Por ser inmigrante no debe entrar en un proceso de marginación que lo excluya del sistema y así ser captado por grupos que le obliguen a delinquir como forma equivocada de vida. Nuestro esfuerzo debe incidir en la integración. Unos lo harán de forma natural y otros buscarán otra zona, otro país donde esta integración sea menos traumática.
Esta experiencia la hemos vivido con la crisis, los inmigrantes que perdieron su trabajo en ese periodo volvieron a su país de origen.
Solo un 20% de inmigrantes necesitan protección social, pero no por ser inmigrantes, sino por ser pobres.
El ochenta por ciento de los inmigrantes están perfectamente integrados en nuestra sociedad, trabajan, ayudan a la comunidad, cotizan a la seguridad social y colaboran a pagar la sanidad y las pensiones de nuestros mayores. Solo un veinte por ciento es el porcentaje de inmigrantes que necesitan una protección social, pero no por ser inmigrante, sino por ser pobre, porque esta atención también la necesitan otros colectivos de españoles que, por distintas circunstancias, han quedado excluidos. Esta es la realidad que contrasta con tantos bulos que no ayudan a incumplimiento del mandamiento de Dios de “acoger al inmigrante, de ayudar al refugiado”.
Los datos de población refuerzan la idea de que, al menos en la provincia de Sevilla, un alto porcentaje de ellos están integrados. Esto no es óbice para que un pequeño número, muy marginal, que no están aún integrados creen problemas a la sociedad. ¿Qué hacemos con esta población? Nunca darle la espalda sino buscar cauces de integración.
Insistiendo en el tema de los bulos y los datos, confirma una sospecha, hay más sevillanos emigrantes que personas hemos recibidos para trabajar.
E igual que en su día los españoles, y los sevillanos concretamente, colaboraron en levantar una Europa que crecía, los inmigrantes colaboran en levantar nuestra comunidad, nuestro país. Hay bulos que tenemos que eliminar. Por ejemplo, no son tantos los inmigrantes que hemos recibido, las cifras así lo confirman, no más de cien mil en toda la provincia. Tampoco son una fuente de conflicto que condicione nuestra convivencia, al contrario, son personas pobres que solo vienen para trabajar en el afán de labrarse un futuro digno.
El inmigrante es una persona valiente, solo hay que tener en cuenta los avatares sufridos hasta llegar a nuestra comunidad.
Explica D. José Joaquín cómo en los barrios más pobres de nuestras ciudades viven núcleos de población de familias desestructuradas, “acomodadas” a la ayuda social, que no prospera. La población inmigrante no es así. El inmigrante es una persona valiente, solo hay que tener en cuenta los avatares sufridos hasta llegar a nuestra comunidad; son personas trabajadoras que sueñan con progresar. Este afán de querer mejorar suele contagiar a la comunidad en la que se han integrado, que igualmente progresa. Por lo tanto es injusto que recaiga sobre ellos el halo de la sospecha.
Del paternalismo a la fraternidad
Del recelo a la acogida, del hostigamiento a la justicia. Siguiente paso: del paternalismo a la fraternidad.
El inmigrante que viene enriquece nuestra cultura, la vida de nuestra comunidad tanto como empobrece su partida el país del que partieron.
El inmigrante que viene enriquece nuestra cultura y la vida de nuestra comunidad tanto como empobrece su partida el país del que partieron.
Toda esta exposición está basada en las palabras que el Papa constantemente menciona respecto a la inmigración: acoger e integrar. Esta integración debe ser de una manera creativa, no olvidando sus raíces sino aportando a nuestra cultura aquello que trajeron en sus alforjas. Todos los pueblos tienen valores tan enriquecedores de los que todos nos podemos beneficiar. No solo nuestras comunidades, nuestra Iglesia también. Nuestra Iglesia es Católica, es decir, universal, y por tanto una Iglesia que no acoge al inmigrante, al diferente, al que vino de lejos, es menos católica.
Acabó poniendo en común tres textos como iconos del tema tratado en esta sesión de “Cristianismo y Sociedad”:
- La parábola de “Buen Samaritano” (Lc 10:25-37). La Iglesia debe ser como este hombre que atiende al desvalido, al que ha sido ignorado por todos.
- Otro texto que propone para que reflexionemos sobre esta realidad es el de “Pentecostés” (Hch 2:2). Cuando los cristianos reciben el Espíritu Santo todos lo oyen en su idioma. Es muy hermoso rezarle a un mismo Dios en distintos idiomas y una misma fe. Es enriquecedor para la Iglesia de Sevilla que se celebre, como así ocurre, la Sagrada Eucaristía, en francés, inglés, chino y ucraniano.
- El tercer sería el de “los discípulos de Emaús” (Lc 24:13-35) “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes las cosas que han acontecido en estos Días?). Tras la Resurrección y las dudas primeras, los discípulos ven a Jesús como “un forastero”, como alguien de afuera.
Tras algunas preguntas, dio por finalizada una interesantísima conferencia que puso en valor la riqueza de la inmigración, y aquellos pasos que debemos saber dar para que la integración del inmigrante sea justa y cristiana: “Pasar del recelo a la acogida, del hostigamiento a la justicia y del paternalismo a la fraternidad”.