Espiritualidad del Santo Sepulcro

17 de noviembre de 2013

En Jerusalén, en la basílica de la Resurrección es siempre la Pascua del Señor. La tumba vacía lo atestigua, el evangelio lo proclama: “¡El Señor ha resucitado realmente!”

Jerusalén tiene para los cristianos un corazón: la basílica del Calvario y la Tumba de Cristo, memoriales de los últimos sucesos de la vida terrena del Dios que se hizo hombre para nuestra salvación, murió y al tercer día resucitó según las Escrituras. Son los Santos Lugares de Cristo por excelencia, definidos por los Padres como el centro y el ombligo de la Tierra, las fuentes de las que el hombre obtiene la salvación y la vida. Los dos Santos Lugares son correlativos e inseparables, como lo es el misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo que aquí se cumplió y que se realiza incesantemente.

(www.santosepulcro.custodia.org)

El Santo Sepulcro, corazón del mundo cristiano

El corazón de Jerusalén para un cristiano es el Santo Sepulcro: en este lugar se manifiesta de un modo especial la presencia salvadora de Dios, su amor por todos los hombres. Es el «centro y ombligo del mundo», el lugar santo por antonomasia, porque es el lugar del misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo Señor, nuestro Salvador. El Credo Niceno-constantinopolitano, símbolo de nuestra fe, después de decir que Cristo «fue crucificado por nuestra causa» y que ello tuvo lugar «en tiempos de Poncio Pilato», señala tres aspectos de este Misterio: «Padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras». La Liturgia celebra estos tres momentos en tres días diversos: Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de Resurrección. Es lo que se llama el «Triduo Pascual».

La primitiva comunidad de Jerusalén los conmemoró en tres lugares distintos, englobados hoy dentro de la Basílica: el Calvario, lugar de la pasión; la Gruta de Adán, lugar que recuerda el descenso de Cristo al reino de los muertos; el Sepulcro Vacío, lugar de la victoria de Cristo sobre la muerte con su resurrección gloriosa y signo tangible de la esperanza cristiana. Sólo en el Santo Sepulcro el hecho salvífico se concretiza en el tiempo y en el espacio. En cualquier lugar del mundo la Liturgia proclama: «Hoy ha resucitado Cristo»; sólo en Jerusalén podemos cantar: «En este Calvario Cristo fue crucificado» o «resucitó Cristo de este Sepulcro».

LA ATRACCIÓN DEL SANTO SEPULCRO

El Santo Sepulcro es como un imán que atrae al cristiano, hoy y siempre. Es la atracción que sintieron las mujeres y los discípulos del Señor en la mañana de Pascua; lo que movía a los judeocristianos a conservar y venerar el Gólgota y el Sepulcro Vacío, impulsando a los cristianos, libres ya de las persecuciones, a venir a Jerusalén para venerar la Verdadera Cruz y la Tumba del Señor, recién descubiertas; lo que impulsaba a toda la cristiandad occidental, en tiempo de las Cruzadas, a liberar el Sepulcro glorioso de Cristo y que para ellos constituye una emoción incontenible cuando entran al Santo Sepulcro, llorando, mientras cantaban el Te Deum.

(Fray Artemio Vítores, O.F.M., www.santosepulcro.custodia.org)

En esta Basílica, "la madre de todas las Iglesias" (san Juan Damasceno)…

Creo en (…) Jesucristo (…), que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado (…), al tercer día resucitó de entre los muertos".

Siguiendo el camino de la historia de la salvación, tal como se narra en el Símbolo de los Apóstoles, mi peregrinación jubilar me ha traído a Tierra Santa. De Nazaret, donde Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, he llegado a Jerusalén, donde "padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado". Aquí, en la basílica del Santo Sepulcro, me arrodillo ante el lugar de su sepultura: "He aquí el lugar donde lo pusieron" (Mc 16, 6).

La tumba está vacía. Es un testigo silencioso del acontecimiento central de la historia humana: la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Durante casi dos mil años la tumba vacía ha dado testimonio de la victoria de la Vida sobre la muerte. Con los Apóstoles y los evangelistas, con la Iglesia de todos los tiempos y lugares, también nosotros damos testimonio y proclamamos: "¡Cristo resucitó! Una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte no tiene ya señorío sobre él" (cf. Rm 6, 9).

"Mors et vita duello conflixere mirando; dux vitae mortuus, regnat vivus" (Secuencia pascual latina Victimae paschali). El Señor de la vida estaba muerto; ahora reina, victorioso sobre la muerte, fuente de vida eterna para todos los creyentes.

(Juan Pablo II en el Santo Sepulcro, 26 / 3 / 2000)

 La tumba vacía nos habla de esperanza

El evangelio de san Juan nos ha presentado una sugerente narración de la visita de Pedro y del discípulo amado a la tumba vacía la mañana de Pascua. Hoy, a distancia de casi veinte siglos, el Sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, se encuentra frente a la misma tumba vacía y contempla el misterio de la Resurrección. Siguiendo las huellas del Apóstol, deseo proclamar una vez más, ante los hombres y mujeres de nuestro tiempo, la firme fe de la Iglesia en que Jesucristo "fue crucificado, murió y fue sepultado", y en que "al tercer día resucitó de entre los muertos". Exaltado a la derecha del Padre, nos envió su Espíritu para el perdón de los pecados. Fuera de él, a quien Dios constituyó Señor y Cristo, "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12).

Al encontrarnos en este santo lugar y considerando ese asombroso acontecimiento, no podemos menos de sentirnos con el "corazón conmovido" (Hch 2, 37) como los primeros que escucharon la predicación de Pedro en el día de Pentecostés. Aquí Cristo murió y resucitó, para no morir nunca más. Aquí la historia de la humanidad cambió definitivamente. El largo dominio del pecado y de la muerte fue destruido por el triunfo de la obediencia y de la vida; el madero de la cruz revela la verdad sobre el bien y el mal; el juicio de Dios sobre este mundo se pronunció y la gracia del Espíritu Santo se derramó sobre toda la humanidad. Aquí Cristo, el nuevo Adán, nos enseñó que el mal nunca tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte, que nuestro futuro, y el futuro de la humanidad, está en las manos de un Dios providente y fiel.

La tumba vacía nos habla de esperanza, una esperanza que no defrauda porque es don del Espíritu que da vida (cf. Rm 5, 5).

(Benedicto XVI en el Santo Sepulcro, 15 /5 / 2009)